Pensando en como está hecho el hombre, sentimos la admiración por la sabiduría del Creador que se manifiesta en nosotros.
Es suficiente observar las diversas funciones de los sentidos, los cuales parten de un único centro, el cerebro y llevan a él cualquier percepción: la vista, el olor, el gusto, el tacto. Y observen los otros órganos, sean internos o externos. Y la memoria, que recoge elementos numerosos y distintos sin confundirlos ni alterarlos. Y muchas imágenes que no se superponen una con la otra, sino que se representan siempre en el momento oportuno.
No podemos sino que detenernos con el salmista y decir: "Demasiado sublime, oh Señor, es para mi tu sabiduría, es tan alta que no logro alcanzarla" (Sal 139, 6).
De hecho ¿quién logrará explicar totalmente la armonía que se revela en nuestro cuerpo y la profundidad que tiene el alma? Sobre este argumento han escrito innumerables pensadores. Y sin embargo, aquello que acabamos de decir es apenas una pequeña parte en relación con lo que falta decir. Porque la razón humana no puede alcanzar la sabiduría divina.
Por eso el Salmista exalta a Dios por aquello que comprende, pero confiesa abiertamente sentirse vencido: no puede abrazar todas las maravillas que se observan en el hombre.
Esa confesión es ya un digno canto de alabanza.
Teodoreto de Ciro,
Terapia de las enfermedades de los paganos, 5, 81. SC 57, 252.