Las elecciones
presidenciales de los Estados Unidos son, cada vez más, un fenómeno
mundial capaz de tener cientos de lecturas diferentes. Las últimas
generaron un pequeño terremoto en el ámbito católico. De un lado
estaban los defensores de Trump, quienes intentaban presentar al
presidente americano como un nuevo Constantino que necesitaba solo de
otro mandato para terminar con la labor de reconstrucción del
Occidente cristiano que había empezado. Por el otro lado, estaban
los defensores de Biden que veían en el candidato demócrata la
oportunidad de cortar con la sangría que lleva a cada vez más
católicos a las filas del Partido Republicano.
Algunos politólogos e
historiadores europeos (por ejemplo los italianos M. Graziano y M.
Faggioli, en efecto, en Italia hay un particular interés de la
cultura católica por entender el fenómeno del catolicismo
americano) trataron de explicar la importancia que tenían estas
elecciones en el marco de una Iglesia Católica dividida como “nunca
antes”. Según estos, la candidatura de Biden sería parte de una
maniobra impulsada entre otros por el papa Francisco para frenar el
ataque de grupos cercanos al tradicionalismo, inspirados por el
magisterio de Juan Pablo II y Benedicto XVI y dirigidos por Steve
Bannon y el cardenal Burke, quienes no solo tenían la intención de
dar un golpe de Estado en Roma, sino también
el de enterrar las enseñanzas del Concilio Vaticano II. (cfr. “I
cattolici spaccati più che mai” de Manlio
Graziano aparecido en el Corriere della
Sera el 10 de enero del 2021).
La
mayoría de estos análisis eran de un
simplismo llamativo, y sin embargo, necesitaban de una respuesta
ordenada y que conociera en profundidad
la realidad americana.
Pues bien, la
respuesta ha llegado. Quizás un poco
tarde, pero sin ninguna duda oportuna. Un artículo aparecido en
estos días en el Washington Post, firmado por Kenneth L. Woodward,
católico, simpatizante del partido demócrata y editor de la sección
de religión en la revista Newsweek desmonta uno a uno los postulados
de estos estudiosos y revela hasta que punto la ideología y el
oportunismo pueden crear discursos artificiosos, poco rigurosos y en
última instancia inconsistentes.
Joe Biden puede unificar
el país. No le pidan que unifique a los católicos.
Por Kenneth L.
Woodward.
Las 161 páginas de "Joe
Biden y el catolicismo en los Estados Unidos" tienen la
brevedad, la valentía y el pensamiento binario de un buen tratado
político. Que, de hecho, es lo que es. La hermosa foto de portada de
Biden es de calidad de campaña, y la declaración de apertura es
audazmente exagerada.
La elección de Biden
como el segundo presidente católico de los Estados Unidos, escribe
Massimo Faggioli, "por sí sola hizo que las elecciones
estadounidenses de 2020 fueran históricamente notables, distintivas
tanto en la historia política como religiosa de los Estados Unidos".
Esa distinción puede
pertenecer más propiamente a las elecciones de 2004, cuando la
mayoría de los votantes católicos no prefirió al candidato
católico a la presidencia. El rechazo de John Kerry, el segundo
senador católico irlandés de Massachusetts en postularse para el
cargo, puso un firme paréntesis de cierre al tiempo en el que los
políticos hablaban con seguridad sobre algo llamado "el voto
católico".
Faggioli, profesor de
teología y estudios religiosos en la Universidad de Villanova,
todavía cree que sí se puede hablar.
Antes de su llegada a
Estados Unidos en 2008, Faggioli pasó la década anterior en el
Instituto Juan XXIII de la Universidad de Bolonia, donde los
renombrados historiadores eclesiásticos Giuseppe Alberigo y, más
tarde, Alberto Melloni disputaron en un alto nivel hermenéutico con
varias universidades pontificias por la correcta interpretación de
las reformas del Vaticano II. La visión de Faggioli del papado del
Papa Francisco en relación con la de sus predecesores recientes
tiene la misma polémica.
Desde estas orillas,
Faggioli se ha desempeñado como comentarista frecuente en
publicaciones europeas, interpretando eventos políticos y
eclesiásticos estadounidenses para audiencias en el extranjero, así
como para sus estudiantes de pregrado.
Pero a juzgar por
este pequeño volumen, la comprensión de Faggioli de la historia
religiosa estadounidense es asombrosamente poco sólida. En el primer
párrafo, anuncia que la Iglesia Católica en los Estados Unidos
últimamente ha "soportado divisiones internas entre sus
miembros como ninguna otra iglesia y como nunca antes en la historia
moderna".
¿En serio? Durante la
Guerra Civil, los presbiterianos y los bautistas se dividieron en
denominaciones separadas y, en los últimos 10 años, la Convención
Bautista del Sur, los Episcopaliano y los Metodistas Unidos han
sufrido divisiones o cismas absolutos. En comparación, las luchas
internas entre católicos liberales y conservadores es un intercambio
de escupitajos ideológicos.
Faggioli también
afirma que la Iglesia Católica en Estados Unidos tiene "una
marcada sensibilidad sobre la cuestión de la libertad religiosa,
mayor que otras confesiones en Estados Unidos y en otras partes del
mundo". Aparentemente no sabe que los Bautistas, desde Roger
Williams hasta la familia Green del reciente caso de Hobby Lobby
(NdT.: Se refiere al caso en el que en que una empresa defendió el
derecho que tienen sus dueños a operar en sus negocios familiares
sin tener que violar sus convicciones religiosas), han hecho de la
libertad religiosa su principal preocupación y característica de
identificación, sobre todo durante la reciente pandemia.
Más desconcertante
es la confusión que hace de la historia electoral católica de
Estados Unidos en un libro supuestamente dedicado a este tema.
Ciertamente hubo oposición a la fe del primer candidato católico a
la presidencia, Al Smith, en 1928, como señala Faggioli. Pero ignora
la amenaza real que la candidatura de Smith representaba para los
protestantes y para la nación que pensaban de haber construido sus
antepasados religiosos: la comprensión de que millones de irlandeses
y otros inmigrantes católicos estaban ahora organizados para ejercer
un poder político real, como lo simbolizaba las conexiones que Smith
tenía con la maquinaria electoral demócrata.
Para empeorar las cosas,
esta era la época de la Ley Seca, y en el distrito electoral de
Smith, o sea en Nueva York, se bebía y había familias numerosas,
dos males que los reformadores sociales, desde la Unión de Mujeres
Cristianas por la Templanza hasta el movimiento de control de la
natalidad de Margaret Sanger, intentaron erradicar.
En la América de
posguerra, los católicos fueron vistos más favorablemente, gracias
en parte al pacífico pontificado de Juan XXIII. Pero Faggioli se
equivoca al decir que “el establishment protestante” se opuso a
Kennedy. En 1960, ese establishment se reunió en el Consejo Nacional
de Iglesias. La principal voz organizativa de este grupo fue el
teólogo Reinhold Niebuhr, quien, contra Faggioli, apoyó la
candidatura de Kennedy. La oposición provino de una banda bastante
más pequeña de evangélicos anticatólicos organizada por Billy
Graham, un amigo íntimo del oponente de Kennedy, Richard Nixon.
Faggioli también
confunde la relación entre los católicos estadounidenses y el
Partido Republicano. "Comenzando con la presidencia de Reagan",
escribe, "el desplazamiento de los católicos hacia el Partido
Republicano ha vuelto su concepción del estado y del gobierno más
liberal, aceptando el modelo económico de libre mercado".
Sin embargo, el abrazo de
los católicos estadounidenses a la economía de libre mercado
comenzó mucho antes de la elección de Ronald Reagan. Había
empresarios liberales entre las mayorías católicas que
anteriormente apoyaron a Eisenhower en 1956 y a Nixon en 1972. Más
concretamente: el autor aún no se ha dado cuenta de que la mayoría
de los católicos, como la mayoría de los estadounidenses, votan por
el partido, el bolsillo y las personas, pero rara vez por las
políticas que los candidatos proponen.
Si bien la
presidencia de Reagan atrajo comprensiblemente a católicos
políticamente conservadores, la mayoría de los "demócratas
por Reagan" fueron el producto de las reformas que hizo George
Govern, el candidato del Partido Demócrata, durante la campaña de
1972. El efecto de esas reformas fue eliminar la influencia de los
líderes partidarios en los estados y sindicatos, muchos de ellos
católicos, y eso dio preferencia a los votantes suburbanos y con
mayor educación sobre los de la clase trabajadora blanca.
Cuando Faggioli
analiza el momento actual de la política estadounidense,
hiperbólicamente plantea la fantasiosa idea de que los partidarios
de la "izquierda global" de Francisco y la "América
liberal" de Biden luchan contra una conspiración internacional
de los conservadores católicos "neos": "neo
integralistas", "Neofundamentalistas" y
"neorreaccionarios", que se remontan a la iglesia del Papa
Juan Pablo II y el "Papa Ratzinger".
En este marco se
encuentra el presidente recién electo, un católico que, según
Faggioli, es capaz no solo de unir políticamente al país, sino
también de "elevarse y superar las profundas divisiones dentro
de la Iglesia católica estadounidense".
Pobre Joe. Lo apoyé en
las primarias y en noviembre, y le deseo lo mejor con un Senado
50/50. Pero la idea de que un político de carrera, con 78 años,
cuyos hábitos de devoción, como los míos, están arraigados en la
iglesia de los años '50, anterior al Vaticano II, pueda unir a los
católicos de hoy es un gran interrogante.
También es demasiado
pedir a un presidente que, como otros políticos católicos, se ha
visto comprometido moralmente por la insistencia del partido de que
todos los funcionarios apoyen una política sobre el aborto más
extrema que cualquiera hecha por un partido europeo. Faggioli
describe eufemísticamente la postura de Biden sobre este asunto como
"evolucionada" y "moderada".
Nunca sabría por este
libro que Francisco, como sus predecesores inmediatos, ha condenado
repetidamente la práctica del aborto, una condena que, por otra
parte, se remonta a los primeros documentos de la iglesia cristiana.
Las expectativas de
Faggioli para Biden asumen, como él escribe, que los presidentes
estadounidenses son líderes religiosos, políticos y morales. Billy
Graham también pensaba lo mismo, razón por la cual se opuso a
Kennedy. Más de 60 años después, Faggioli no tiene excusa para
cometer el mismo error.