Pero Tu, por tu inmensa bondad y tu inefable misericordia, cuando te encarnaste te has hecho nuestro Pontífice y nos has trasmitido, oh Señor del Universo, la tarea de servirte con este Sacrificio incruento.
Tu solo, oh Señor, reinas sobre las realidades celestes y terrenas. Tu eres el único Santo y en los santos encuentras tu morada.
A Ti solo rezo, tu que eres bueno y dispuesto a escucharme.
Mírame pecador y siervo inútil.
Purifica mi alma y mi cuerpo de las malas intenciones.
Con la potencia del Espíritu Santo, has que sea revestido de la gracia del sacerdocio, pueda presentarme a este tu banquete para consagrar tu Cuerpo inmaculado y tu Sangre preciosa.
No me alejes de tu rostro, no me rechaces como tu siervo. Concédeme, aunque sea pecador e indigno, de ofrecerte estos dones.
Tu, oh Cristo Dios nuestro, eres aquel que ofrece y que es ofrecido, aquel que recibe y que es recibido.
A ti te damos gloria, a ti que eres una sola cosa con el Eterno Padre y con tu Espíritu todo santo, bueno y vivificante, ahora y por siempre.
De la Divina Liturgia atribuida a San Juan Crisóstomo.
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