jueves, 21 de noviembre de 2013

Sobre la exégesis alegórica

Una interesante reflexión de Manlio Simonetti, uno de los principales estudiosos de la literatura cristiana antigua, sobre la exégesis patrística. Mas allá de las diferencias que pueda haber con Simonetti, creo que vale la pena escucharlo.

"Yo me inicié en el campo de la exégesis patrística con los trabajos de Antonio Orbe, Henri de Lubac y Jean Daniélou, grandes eruditos de fines del siglo XX, que reivindican el valor teológico de la exégesis
patrística y ofrecieron profundas intuiciones que ha fructificado en la renovación teológica contem
poránea. A pesar de todo, encontré todavía en Danielou y de Lubac un residuo de carácter apologético, un fondo de prevensión ideológica o un prejuicio racionalista, que les llevaba a oponer exégesis tipológica (Isaac, tipo de Cristo; el arca, de la Iglesia) a exégesis alegórica, aceptando aquella como un método horizontal, que lleva de historia a historia, mientras rechazan la alegórica, como si la alegoría fuera un juego de fantasía.
Sin embargo, esta prevención no tiene razón de ser si se considera la tipología como lo que es, una clase de alegoría. Bien entendida toda la exégesis alegórica tiene un profundo significado histórico. Tanto es así, que debemos a la interpretación alegórica la aceptación misma de la Biblia judía en la Biblia cristiana. Me refiero al siglo II, en el que se dio la lucha decisiva para toda la teología posterior entre los gnósticos, que rechazaban todo el Antiguo Testamento, y que no eran grupos tan minoritarios como hoy queremos creer, y los maestros de la fe cristiana, que deberían elaborar una respuesta a los problemas planteados por esa actitud. ¿Como hacer aceptable a los etno-cristianos, los provenientes de la gentilidad, unas escrituras que rechazaban culturalmente o desconocían, si no había modo de hacerlas compatibles con la novedad de la predicación cristiana? Pensemos en un Ignacio de Antioquía, que ignoró casi completamente el Antiguo Testamento, que prácticamente no cita y parece dejarle indiferente. 
Fue precisamente la interpretación alegórica la que salvó el antagonismo entre la primera y la definitiva Alianza, la que colmó el abismo entre el viejo y el nuevo Testamento. Con la alegoría, la Ley y los profetas dan testimonio de Jesucristo, al llenar de plenitud neotestamentaria lo que en el Antiguo Testamento se presenta como anuncio, imagen o inicio.
¿Como descubrir a Cristo en el Antiguo Testamento? Ciertamente hay elementos claros de sentido literal, como hace Mt 1, 22-23, considerando la concepción virginal de Cristo como el cumplimiento de Is 7,14, pero estos pasajes que pueden ser aplicados en sentido histórico son escasos y a veces discutibles. Son en cambio innumerables las explicaciones alegóricas y las aplicaciones tipológicas de las figuras y expresiones veterotestamentarias a la figura y la doctrina de Jesucristo. Orígenes hizo aceptable a los cristianos de cultura griega el Antiguo Testamento, con una exégesis no subjetiva, sino espiritual, basada en un sujeto de destino, es decir en la mejor tradición cristiana, y con una apertura y riqueza de diversos sentidos no excluyentes. Sin tal exégesis creativa, la Escritura judía habría acabado, lo mismo que la circuncisión, como un componente judío abandonado por la Iglesia o una premisa histórica superada completamente por la novedad cristiana. Basta con leer los tratados In Ioannem de Orígenes o san Agustín para valorar el inmenso caudal, que desborda el cauce del sentido literal, y que ha sido decisivo en la transmisión y configuración de la doctrina cristiana. 
Y es precisamente este método el que ahora es apreciado por los estudiosos semántico y por la filosofía hermenéutica, al demostrar cuánto del significado de un texto depende del sujeto que lo recibe y cómo tal significado se forma en la relación intersubjetiva.
Ante la Sagrada Escritura, la perspectiva de un teólogo racionalista es antagónica a la de un Padre de la Iglesia. "Me pongo ante el texto bíblico como ante un texto de Homero o Virgilio", dirá Rudolf Bultmann. Para Orígenes, esto hubiera sido un escándalo, ya que la Sagrada Escritura es un texto absolutamente excepcional y único: es la palabra de Dios. El exégeta alejandrino se pone ante el texto santo como ante un manantial inextinguible de verdad, con una multitud ilimitada de significados que no tienen por qué ser exclusivos ni excluyentes. Por ejemplo, en la primera de las homilías In Exodum comenta Orígenes cómo se asemeja la Escritura a un árbol fecundo plantado en medio del huerto, del cual el agricultor puede sacar tantos frutos cuantos sean sus cuidados y atenciones. Lo mismo se puede constatar en el De doctrina cristiana  de San Agustín, siglo y medio más tarde.
La filosofía hermenéutica y la semántica estan descubriendo ahora que el texto está abierto, según la actitud del sujeto. He aquí la modernidad de los Padres".

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