martes, 24 de diciembre de 2013

¡Feliz Navidad!

Cristo nace, cantad Gloria. Cristo desciendo del cielo, id al encuentro. Cristo esta en la tierra, levantaos. 
Cantad al Señor por toda la tierra. Y para resumir estas dos cosas en una sola: Se alegré el cielo y exulte la tierra, porque aquel que es del cielo está ahora en la tierra. Cristo se hizo carne, temed y alegraos. Temed por el pecado y alegraos por la esperanza. Cristo nace de la Virgen.
¿Quien no adora a aquel que es el principio? ¿Quien no alaba e no glorifica a aquel que es el fin? De nuevo se disipan las tinieblas, de nuevo es creada la luz. El pueblo que está en la tinieblas de la ignorancia vió la luz del conocimiento. Las cosas viejas pasaron, he aquí, que nacieron cosas nuevas. El Hijo de Dios se convierte en Hijo del Hombre. Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Que se escandalicen los judíos, búrlense los griegos, hablen sin mesura los herejes. Creerán cuando vean que desciende del cielo, y si ni siquiera creen entonces, creerán cuando lo contemplen descendiendo del cielo sentado como juez.
Esto es nuestra fiesta, esto celebramos hoy: la venida de Dios a los hombres para que nosotros nos acerquemos a Dios o más propiamente, para que volvamos a El, para que despojados del hombre viejo nos revistamos del nuevo y muertos en Adán, vivamos en Cristo. Con Cristo, también nosotros nacemos, somos también crucificados, con El somos sepultados y resucitamos con El.
Es menester que yo siga el camino inverso, lleno de hermosura: porque como de las dotes más altas proviene el dolor, del dolor dimanarán las dotes más altas. Allí donde abundó el pecado sobreabundó la gracia y si gustar el árbol fue nuestra condenación ¿cuánto más no habrá de justificarnos la pasión de Cristo? Celebramos, en suma, la fiesta. No una fiesta pública, sino divina, no mundana, sino por encima del mundo. No las cosas de nuestra enfermedad, sino las de nuestra curación, no las de nuestra creación, sino las de nuestra restauración. (San Gregorio Nacianceno, Oración 38)

domingo, 15 de diciembre de 2013

HACIA UNA KINESIOLOGÍA PASTORAL ORTOPÉDICA Y ORTOPRÁCTICA

El Padre Diego de Jesús y una muy interesante reflexión sobre sobre como afrontar la realidad pastoral.
El planteo sería más o menos así: el arte pastoral, la conducción espiritual —como tantas otras disciplinas— es una arte práctico, un trato continuo con realidades contingentes, volubles, llenas de accidentes, en su sentido más aristotélico. De allí que para ponderar la bondad o maldad de una acción pastoral lo crucial a medir es su oportunidad o inoportunidad, más que el “in se” químicamente puro. Se llama PRUDENTIA.

Para ejemplificar fuera del ámbito religioso, digamos que no tienen ningún sentido decir que el clonazepam es bueno o malo: es fantástico si soy epiléptico; me puede matar si tengo insuficiencia hepática o si lo mezclo con alcohol. Vale para la medicina, vale para la nutrición, vale para la política, la economía y para la educación en general. En este último ámbito es donde con más elocuencia se denota esto que decimos: tal o cual medida pedagógica es buena o mala según la situación del educando. Al arrogante hay que bajarlo de un hondazo, al pusilánime hay que remontarlo cual barrilete. Y quien invirtiera esto cometería una animalada tremenda, como un médico tratando de hipertensión a un hipotenso o un psiquiatra llenando de ansiolíticos a un depresivo. En mi barrio se llama MALAPRAXIS y se escribe todo junto.

Una característica de este arte, transversal a todas estas disciplinas, es que se trata por lo general de revertir un desvío. Y esto se suele lograr tironeando hacia su lado opuesto en procura del “justo medio” al decir griego (o el bendito contra-ágere ignaciano, si se quiere). Tiene mucho que ver con la kinesiología: tironear del cuello hacia el extremo opuesto de la tortícolis para que la testa quede mirando al frente.

Bien. Es en este preciso encuadre epistemológico-terapéutico que uno puede ponderar las posologías de una conducción pastoral. Salvo barbaridades obvias (como un médico recetando cicuta), por lo general es estéril debatir sin más si tal o cual expresión (de un libro, de una homilía, de un documento episcopal o papal) sea buena o mala “en sí”. Sería debatir sobre el clonazepam sin más; sin atención al paciente (individual o colectivo). Por eso es tan grave cuando falla la diagnosis (por errónea o por ausente, sin más) y se rocía desde una avioneta con un medicamento químicamente inobjetable, pero que no está claro si es el OPORTUNO para el paciente.

—Tal curita dijo el otro día “tal y cual cosa”: ¿eso está bien o no, es correcto o equivocado?
—La Conferencia Episcopal sacó un comunicado diciendo “biribiri” y he visto que algunos medios eclesiales saltaron: ¿qué tenía de malo lo que dijeron?

Me bombardean el año entero con estas preguntas. Por eso escribo esto: no se pregunten más “¿qué-tiene-de-malo?”, porque a veces —como decía Bloy— lo erróneo no son las respuestas sino las preguntas. Pregúntense qué tiene de bueno, qué tiene de oportuno, cuán eficaz pueda ser ante el mal concreto a contrarrestar. La pregunta crucial es si la maniobra kinesiológica realmente está pensada y ejecutada correctamente, en espejo con la contractura.

A veces uno tiene la sensación de estar viendo otra película, otra realidad que algunos curas, obispos, libros o lo que fuere (un poco como lo que ocurre en el ámbito civil de nuestro país, si se me permite la infeliz simetría). Y la sensación —confieso— es un poco onírica: algo así como imaginar a un padre chiflado, ante un hijo retrotraído, tímido, timorato, insistirle a voz en cuello que no debe acaparar las conversaciones (excelente consejo), que no debe procurar ser el centro de todo (magnífica máxima), que siempre busque los últimos puestos, el último lugar, como Cristo (encomiable exhortación evangélica)… pero, ay, ¡cuán INOPORTUNA para ese medroso chico! O una madre, ante una hija adolescente que ha perdido el pudor y que se viste con calzas ajustadas, le saliera a explicar los peligros de la conciencia escrupulosa, la errónea antropología del puritano, y como remate le espetara: ¡y cuidate m’ijita, de caer en la soberbia de las monjas de Port-Royal! Suena tan insólito como a un adolescente vago que no estudia alertarlo sobre los peligros del surmenage… qué sé yo.

Esa sensación tiene uno a veces ante algunas afirmaciones, inflexiones, acentuaciones que —insisto por octava vez— no son químicamente erróneas, pero resultan extrañas y hasta insólitas aplicadas al momento cultural/eclesial actual.

Contrasta con la modalidad del Pedagogo divino, el Espíritu Paráclito, que justamente —como tan bellamente le reza la Iglesia en la Secuencia— actúa así, por tironeo compensatorio: enfría lo muy caliente, calienta lo gélido, endurece lo muy chirle, elastiza lo rígido… Esa es la cintura imprescindible con la cual navegar el tan temible estrecho de Mesina, aprovechando que Escila y Caribdis, desde las costas opuestas, atacan y descansan de modo intercalado.

Ay del médico que trate por obesidad al anoréxico o por anorexia al obeso, porque a uno y otro matará. Si no fuera porque el asunto es realmente dramático, se presta a ese curioso humor de lo irracional y ridículo —al que me confieso proclive— e imaginar escenas pastorales —sermones, o consejos de confesionario— donde al mejor estilo Capusotto un cura demente le insistiera a un feligrés light, desfachatado, de moral laxa, indolente, displicente, despreocupado de todo Juicio divino: pará, pará, bajá un cambio; no tengas miedo; no pasa nada; sonríe que Dios te ama.

Si corren vientos culturales inmanentistas, urgirá predicar la trascendencia; si las doctrinas llamativas y extrañas devalúan la divinidad de Cristo y acentúan que ‘en su pueblo es un obrero como todos los demás’, urgirá predicar que es Dios, Dios, Dios. Si lo que hay en la atmósfera es un tufillo origenista, de amnistía divina sin juicio alguno y una socarrona sonrisa ante la voz “infierno” como un cuento para asustar a los niños, lo apremiante será avisar que de Dios nadie se burla ni escapa de su Juicio, del Día de su Ira.

Ciertamente, como el Cristianismo es intrínsecamente paradojal, y lo tensa todo por coincidentes opuestos desde ese centro paradojal de la Encarnación de Dios, es presumible que la historia entera del cristianismo sea un esfuerzo constante por retensar la cuerda que se aflojara y, cual experto funámbulo, tirar el cuerpo entero hacia el abismo opuesto al que me estoy por caer. No faltaron ni faltarán tiempos en que lo desdibujado sea la humanidad de Cristo, donde el puritanismo sea un peligro latente, donde un espíritu apocalíptico creyera estar por presenciar la parusía y hubiera que avisarle con letras grandes “nadie sabe el día ni la hora” y hubiera que prevenirlos del puritanismo, del docetismo, del pelagianismo y de tantos males que hoy en día no son una amenaza.

Este mismo texto merece ser sometido al mismo criterio. Carece por completo de algún error objetivo; no obstante puede ser oportuno o inoportuno —y por tanto bueno o malo— según que los tiempos que corran lo precisen o precisen un alerta absolutamente inverso.

El arrianismo de su momento necesitó de un Atanasio, como el jansenismo francés necesitó el Caminito de la Petit Thérèse. Nuestros tiempos necesitan de un kinesiólogo audaz que nos tironee sin miedo en el sentido contrario a todas las taras que nos toca vivir como generación eclesial... aunque nos haga ver las estrellas. Cualquier aporte sin tales características, por más ortodoxo que sea en su objetividad, será heteropráctico a los efectos concretos de sanar al paciente. Que se puede morir, por qué no. En mi barrio se llama malapraxis y se escribe todo junto

lunes, 2 de diciembre de 2013

That '70s Show

Agradecemos al Athonita por recordar este revelador texto de Joseph Ratzinger.
"Los primeros años de Ratisbona coincidieron con toda una serie de acontecimientos determinantes, El primero fue la llamada a formar parte de la Pontificia Comisión Teológica Internacional. Pablo VI la había instituido por la insistencia de numerosos obispos y cardenales, pertenecientes preponderantemente a la que se podría considerar la llamada ala progresista de los padres conciliares. Del mismo modo que los sínodos episcopales debían mantener vivo el método conciliar y permitir a los obispos tomar parte en las decisiones referentes a la Iglesia universal, esta comisión debía continuar la nueva función que se había reconocido a los teólogos durante el Concilio y cuidar de que los modernos avances de la teología pudiesen desde el principio formar parte de las decisiones de los obispos y de la Santa Sede. Por lo demás, el Concilio había dado la impresión de que la teología de la que partían los funcionarios pontificios y la que se producía en las diversas Iglesias locales se desarrollaban en direcciones totalmente diferentes; semejante división ya no debería tener lugar. Existía también la idea de hacer de la Comisión Teológica un contrapeso a la Congregación para la Doctrina de la Fe o, al menos, de ofrecerle de este modo un nuevo y diferente articulado “Brain-Trust”; algunos esperaban que este nuevo órgano procurase una especie de revolución permanente, Como consecuencia de ello, no fueron pocas, ni mucho menos, las tensiones que se produjeron en las primeras sesiones de los trabajos de la Comisión, que había sido nombrada para cinco años. Un primer dato cautivador era observar cómo cada uno de los miembros de la Comisión -que habían tomado parte casi todos en el Concilio, donde sin duda podían haber sido adscritos a la orientación progresista-, recibió las experiencias del período posconciliar y de qué modo redefinió sus posiciones, Para mí fue motivo de gran aliento constatar que muchos juzgaban la situación de aquel momento y las tareas que se derivaban de ésta exactamente como yo: Henri de Lubac, que había sufrido tanto bajo la rigidez del régimen neoescolástico, se mostró decidido a combatir contra la amenaza fundamental a la que estaba expuesta la fe, que cambiaba todas las tomas de posición precedentes; lo mismo valía para Philippe Delhaye. Jorge Medina, teólogo chileno coetáneo mío, no veía la situación de manera distinta, Además había nuevos amigos: M. J, Le Guillou, uno de los más expertos conocedores de la teología ortodoxa, combatía a favor de la teología de los Padres contra la disolución de la fe en el moralismo político. Una mente de particular valía era Louis Bouyer, el convertido, con su extraordinario conocimiento de los Padres, de la historia de la liturgia y de las tradiciones bíblicas y judías. Estaba además la gran figura de Hans Urs von Balthasar. Le había conocido personalmente por primera vez en Bonn, cuando invitó a un pequeño círculo de teólogos para discutir sobre el modelo del cristiano abierto al mundo presentado por Alfons Auer (teólogo moralista que entonces enseñaba en Würzburg, después en Tubinga). Balthasar sostenía que aquel modelo no sólo representaba un total malentendimiento de la Biblia, sino también una tergiversación de las posiciones que él había mantenido en Abatir los bastiones y esperaba que un diálogo sostenido en un pequeño grupo pudiese poner fin a tiempo al equivocado camino que se había seguido. Lamentablemente, Auer no vino en persona y así el diálogo directo no pudo tener lugar, pero el encuentro con Balthasar fue para mí el comienzo de una amistad para toda la vida, de la cual sólo puedo estar agradecido. No he vuelto a conocer jamás a hombres con una formación teológica y cultural tan amplia como Balthasar y de Lubac y no me siento capaz de expresar con palabras todo lo que debo a haberles conocido. Congar, conforme a su espíritu conciliador, intentó siempre mediar entre posiciones contrarias y con su paciente apertura desarrolló seguramente una importante misión, Era un hombre extraordinariamente diligente y dotado de una disciplina de trabajo que no frenó ni siquiera la enfermedad, Rahner, por el contrario, se había dejado envolver cada vez más en los eslóganes del progresismo y se dejó arrastrar a tomas de posición políticas aventureras que difícilmente se podían conciliar con su filosofía trascendental, Las discusiones acerca de lo que nosotros, como teólogos, habríamos debido y debíamos hacer en aquella circunstancia histórica eran extraordinariamente vivaces y exigían incluso un notabilísimo uso de las propias fuerzas físicas. Rahner y Bine , el ecumenista suizo, abandonaron finalmente la Comisión que, a su parecer, no llegaba a nada porque no estaba dispuesta a adherirse mayoritariamente a las tesis radicales".