miércoles, 17 de junio de 2015
Missa Papae Francisci anno duecentesimo a societate restituta
Una misa digna de este pontificado y de la orden restituida.
martes, 19 de mayo de 2015
Hidrografía Europea y Argentina (o De ríos y afluentes).
Un cura español amigo, tuvo la oportunidad hace ya algunos días de almorzar con uno de los secretarios del cardenal de Génova, Angelo Bagnasco. Entre bucatini all'amatriciana y carciofi alla giudia, el secretario le comentó a mi amigo que desde hacía un tiempo, Su Eminencia, estaba celebrando en su capilla privada con el nuevo misal italiano
(Excursus I: Desde hace años se esta elaborando una nueva versión del misal en italiano. La versión actual es bastante peor que la española. Por ejemplo inventa partes como donde dice "Señor no soy digno de sentarme a tu mesa pero di una palabra y seré salvado".)
- ¿Y que le parece al cardenal? - dice mi amigo.
- Dice que todavía le falta bastante. Tendrán al menos otros 5 años antes de que salga. - conesto el secretario.
- ¿Por que?
- Porqué tiene problemas. Sobre todo algunas partes son muy difíciles de cantar.
Se sabe que Bagnasco es un gran aficionado a la música litúrgica.
- ¿Y la traducción es mejor? - volvió a la carga mi amigo.
- Algunas partes si, otras no. Depende.
- Pero...al menos la traducción del pro multis la habrán cambiado.
En el misal italiano también se tradujo esa parte de la plegaria Eucarística con el famoso "per tutti".
- No, eso ya está decidido. - dijo el secretario - Los obispos ya votaron y decidieron dejar el "por todos".
- Pero ¿no era una decisión de la Santa Sede?
- No se. Los obispos ya decidieron que no.
- ¿Y la reforma de la Liturgia de las Horas?
- ¡Uff! Según Su Eminencia esa está peor. Van a tardar más de 10 años. No la veremos nosotros pero si quizás nuestros hijos - dijo el secretario que como buen sacerdote genovés profesa una suma reverencia por su obispo, pero no por eso una total sintonía de pensamiento.
- ¿Por que está peor? - dijo un cura italiano que hasta ese momento se había mantenido callado.
- Porque lo que los obispos pidieron sobre el Breviario es una reforma global. Dicen que la Liturgia de las Horas de la reforma post-conciliar mantuvo la forma monástica y no se adapta a la realidad del cura diocesano.
(...)
Como otras veces en estos últimos años lo que se combate en la periferia ya fue derrotado en el centro. Monseñor Tucho puede hacer suya la frase de Ariel Álvarez Valdez: "Lo que me quieren censurar yo lo aprendí en Roma".
P.D.: Hace un par de años, en una reunión de la Conferencia Episcopal Italiana, el Papa habló de la necesidad de eliminar las diócesis más pequeñas (se pensaba que por la superpoblación de obipos). Al parecer la reforma ya fue dejada sin efecto. El Papa dijo que había entendido que en algunos lugares estaba desapareciendo el Estado Italiano y que eliminar al obispo significaba eliminar una de las pocas instituciones de referencia para la gente. Esperemos que no sea en la única cosa en que decida dar marcha atrás.
domingo, 17 de mayo de 2015
Ascensio Domini
La
fiesta de la Ascensión que celebramos hoy nos recuerda tres hechos de nuestra fe. Que Cristo ascendió a los cielos,
que esta sentado a la derecha del Padre y que vendrá al final de los
tiempos. Pasado, presente y futuro.
Si
el retorno del Señor como un hecho próximo desde hace mucho tiempo
ha generado perplejidad y dudas, no fue sino hasta nuestros tiempos
que hemos comenzado a dudar de la Ascensión. De poco sirvió que el
texto más antiguo del Nuevo Testamento, la carta de Pablo a los
Tesalonicenses, use la misma imagen que la Ascensión de Cristo para
hablar de nuestra salvación. (1 Tes 4,16-17).
pues el Señor mismo, al sonar una orden, a la voz del arcángel y al toque de la trompeta divina, bajará del cielo; entonces resucitarán primero los cristianos muertos; después nosotros, los que quedemos vivos, seremos arrebatados con ellos en nubes por el aire, al encuentro del Señor; y así estaremos siempre con el Señor.
Pero
por esta vez, solo por esta vez, dejémonos convencer por las
hipótesis escriturísticas. ¿Es la ascensión una leyenda? No. Uno
de los mayores especialistas en el corpus lucano, Gerard Rosse, dice
que en los dos relatos de la Ascensión no hay huellas de una
leyenda. ¿Qué es entonces? Bover habla de mito. ¿Y qué es un mito?
No que es para nosotros, nietos de siglos en los cuales la misma
desmitologización se volvió mítica. No para nosotros, que fuimos
formados con la idea de mito como algo propio de una humanidad
incapaz de pensar. ¿Qué era un mito en la antigüedad? ¿Qué función
tenían los mitos?
El
jesuita Henryk Pietras dice que los cristianos usaban el mito para
explicar un pensamiento teológico, para describir con otro lenguaje, aquello que no sabían expresar de otra forma
pero que era perteneciente a la revelación. Balthasar señala que la revelación Cristiana es la síntesis donde mito y logos se superan sin desintegrarse.
Quizás el verdadero desafío del cristiano de hoy, mucho más que cualquier
otro desafío moral, es tener juntos mito y logos. Ni creer
contra la razón. Ni razonar hasta que no sea necesario creer.
Comenzar, para usar una imagen platónica (¡quien sino uso la razón
para purificar el mito y el mito para explicar lo que la razón no
lograba explicar!), una segunda navegación que nos aleje de
espiritualismos vacíos y de realismos áridos. El mito homérico de
Ulises y las sirenas no trata ni de seres monstruosos, ni de los
peligros del mar. De la misma manera dice San Agustín que no es que
Dios haga algo análogo a quebrar las lanzas de sus enemigos, sino
que verdaderamente las quiebra, solo que son otras lanzas. En este
caso ni creer que Dios tenga una derecha espacial, ni tampoco creer
que no tenga ninguna derecha.
Evitar
tanto el saltar al segundo sentido de las palabras como el quedarse
atrapado en su materialidad. Es la imagen misma, en este caso la
Ascensión, la que revela la puerta de entrada al pensar divino, así
como el ícono en la tradición oriental muestra en la materia algo
que es inmaterial. O como dice Santo Tomás en el inicio de la Suma
al defender el uso en la Sagrada Escritura de metáforas, "es
propio de lo humano que llegue a lo inteligible a través de los
sensible, porque nuestro conocer comienza por los sentidos" y
cita al pseudo-Dionisio para decir "Es imposible que la luz
divina nos ilumine si no llega atenuada por variados velos sagrados".
Llegados a este punto, alguno, un poco confundido, puede preguntar: pero entonces ¿es historia o mito? A estos les respondo con las
palabras de Clive Lewis a su amigo Arthur Greeves.
La historia de Cristo es simplemente un mito verdadero: un mito que nos afecta del mismo modo que los otros, si bien con la tremenda diferencia de que éste ha sucedido verdaderamente. (...) El corazón del Cristianismo es un mito que, al tiempo, es un hecho verdadero. El viejo mito del Dios que muere, sin dejar de serlo, desciende desde el cielo de las leyendas y la imaginación a la historia terrena. Sucede –en una fecha particular, en un lugar concreto—y le siguen una serie de consecuencias históricas. Pasamos de un Balder o un Osiris (que mueren nadie sabe dónde o cuándo) a una Persona histórica que es crucificada bajo el poder de Poncio Pilato. Por el hecho de ser algo real, no deja de ser mito.
La
Ascensión no es la explicación de porque Cristo no está más entre
nosotros, ni un intento de cerrar la posibilidad a nuevas visiones y
revelaciones. El ejemplo mismo que va contra esto es la figura detrás
de Lucas, o sea Pablo, quien tuvo visiones y revelaciones de Cristo
después de la Ascensión.
Pero
entonces nos podemos preguntar ¿Qué es la Ascensión? Dejadme también a mi elaborar una hipótesis
Así
como el Sumo Sacerdote, después del solemne sacrificio por el pueblo
en el día de la Expiación, entraba al Santo de los Santos con la
sangre de las víctimas y rociaba con ella el Altar de la
Misericordia, así Cristo ha entrado en el cielo para presentar en su
humanidad ante el Padre las heridas con las cuales fuimos curados. Y
así como el holocausto de la víctima judía era quemado y ascendía
al cielo (de hecho dicen que la palabra judía olah viene del verbo
"hacer subir"), así Cristo sube entre nubes. Nubes humanas
del sacrificio y nubes divinas que guían al pueblo detrás de Él.
Momento en el cual coincide el tiempo del Cristo-Encarnado y el del
Verbo-Eterno.
Dice
San Agustín en uno de los sermones de la Ascensión que el mismo
Cristo que descendió sin dejar de ser Dios, asciende sin dejar de
ser hombre.
Y
esta es la fiesta de la Ascensión, la fiesta en la cual Dios revela
que la única forma en la que la naturaleza humana puede ser exaltada
es si esta está unida a la naturaleza divina del Verbo. Porque allí
donde fue nuestra Cabeza, allí estamos nosotros, su Cuerpo, llamados
a seguirlo.
Es
esto aquello que en el ápice de la contemplación el Poeta vio
dentro de la misma Trinidad (Paraíso XXXIII, 127).
Quella circulazion che sì concetta
pareva in te come lume reflesso,
da li occhi miei alquanto circunspetta,dentro da sé, del suo colore stesso,
mi parve pinta de la nostra effige:
per che 'l mio viso in lei tutto era messo.
"El
que abre camino sube a la vanguardia ¡El Señor marcha a la cabeza!"
dice el profeta Miqueas.
Y
en esta liturgia cósmica que va desde los más profundo de la tierra
hasta los más alto del cielo, Cristo recibe la soberanía sobre todo
el universo. Porque como dice la primera carta del apóstol Pedro (1 Ped 3,22).
Para ustedes, todo esto es símbolo del bautismo que ahora los salva, que no consiste en lavar la suciedad del cuerpo, sino en el compromiso con Dios de una conciencia limpia; por la resurrección de Jesucristo, que subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios después de poner bajo su dominio a los ángeles, a las potestades y a las dominaciones.
Decía
el todavía cardenal Ratzinger que la Ascensión no es un espectáculo
para los discipulos sino "un Sursum corda, un movimiento que
dice al Hombre que todos estamos llamados hacia el alto, o más bien,
que la verdadera altura, para aquellos que fuimos regenerados en el
bautismo, es la altura de Dios. Momento en el cual "comienza la
Liturgia eterna que no cesa de arrancar a los hombres del reino de
las tinieblas para llevarlos a luz del Padre". (Jean Corbon).
Ambrosio Galo, diácono.
domingo, 26 de abril de 2015
El Buen Pastor
Tratemos de
entender la realidad escondida en estas imágenes.
Esta oveja no
es en realidad una oveja y este pastor no es solo un pastor.
Son dos
ejemplos que nos enseñan misterios escondidos.
Asterio de
Amasea
El pastor
que pastorea su rebaño era, en la civilización agrícola, una imagen
de la armonía cósmica y de la felicidad. En el mundo griego-romano
urbanizado, la vida de los pastores era idealizada hasta ser la
imagen de la vida paradisíaca, de los difuntos del más allá.
Numerosos sarcófagos paganos son decorados con escenas pastorales.
También en
la Biblia la imagen del pastor era muy común. Para Israel el único
verdadero pastor es Dios. “Él es nuestro Dios y nosotros el pueblo
que apacienta, el rebaño que él guía” dice el salmo. “Él llama
como hace el pastor con su rebaño” (Sir 18, 13). Los malos reyes
son malos pastores que usan el rebaño sin protegerlo (Cfr. Ez 34).
Dios entonces manda profetas que anuncian que él mismo intervendrá y
apacentará directamente a sus ovejas (Cfr. Jer 23, 3).
La parábola
de la oveja descarriada muestra a un pastor que deja todo el rebaño para salvar a una sola que se ha perdido y el discurso de Juan presenta a Jesús como el buen pastor
que da la vida por sus ovejas. La figura del pastor es aquella que
encontramos más frecuentemente en el arte paleocristiano. Sería
sorprendente que estas representaciones no despertaran en los
primeros cristianos el recuerdo de Cristo, al cual, los textos más
antiguos, atribuyen el título de “pastor de la ovejas del Rey
celeste” (Clemente Alejandrino), “pastor de la Iglesia Universal
difundida en toda la tierra” (Policarpo), “pastor de aquellos que
son salvados” (Melitón de Sardes), y “santo pastor que apacienta
su rebaño sobre los montes y las llanuras” (Inscripción de
Abercio).
La memoria
fundió espontáneamente las narraciones mateanas y lucanas. La
imagen familiar del pastor con la oveja sobre la espalda se hizo
común en las representaciones, si bien en general los padres
comentaron la parábola de Mateo.
El motivo de
Cristo pastor es muy conocido en la antigüedad, porque tenía un rol
importante en la catequesis bautismal. El salmo 23 (El Señor es mi
pastor) era aprendido de memoria por los neófitos y cantado durante
el bautismo desde antes del III siglo: “En verdes praderas me hace
reposar y me conduce a fuentes tranquilas”. Se le explicaba a los
catecúmenos que las fuentes tranquilas eran las aguas de bautismo,
las hierba nutriente era la Sagrada Escritura, el perfume evocaba la
unción del bautismo y el cáliz lleno señalaba a la Eucaristía que
los neo bautizados recibían saliendo del bautisterio.
“El Señor
ha venido a buscar a la oveja que se había perdido -dice Ireneo- y
es el hombre el que se ha perdido” (Exposición de la predicación
apostólica 33). El descenso del pastor representa la encarnación
del Hijo de Dios para la salvación de los hombres. Descender y
ascender son en realidad metáforas familiares al Evangelio de Juan
para recordar la encarnación y la resurrección. Una oveja se había
perdido -dice Orígenes- pero el buen pastor, dejando las otras
noventa y nueve sobre el monte, desciende en este valle de lágrimas,
la busca y la encuentra y se la carga sobre sus espaldas” (Homilía
sobre Números 19, 4).
En la
interpretación de Ambrosio, el obispo de Milán hace un paralelo
entre el pastor que baja del monte para llevar sobre sus espaldas a
la oveja y la parábola del buen samaritano que descendiendo de
Jerusalén a Jericó, carga al hombre herido sobre la cabalgadura.
“Tomando
sobre si la oveja, el pastor se ha hecho uno con ella” (Contra
Apolinario 16).
La imagen de
la oveja sobre la espalda de Cristo se confunde a veces con aquella
de Cristo en la cruz. “Las espaldas de Cristo son los brazos de la
cruz; es allí donde he dejado mis pecados” (Ambrosio, Sobre el
Evangelio de Lucas 7, 209).
Según
Ireneo “después de haber descendido por nosotros en la profundidad
de la tierra para buscarnos, sube a lo alto para ofrecer al Padre
suyo al hombre reencontrado, realizando en sí mismo las primicias de
la resurrección de los hombres” (Contra las Herejías 3, 19, 3).
“Cristo nos lleva en su cuerpo, habiendo portado sobre si los
pecados de los hombres” (Orígenes, Sobre Josué 7, 16).
Esta
doctrina entró en la liturgia. Así desde la noche pascual hasta la
fiesta de la ascensión se cantaba “Oh noche en la cual la oveja ha
sido llevada al cielo sobre las espaldas del buen pastor” (Misal
gótico de Autun).
A veces el
Buen Pastor es representado entre dos árboles, evocando el jardín
del Edén. Así es el paraíso escatológico donde es llevado el
rebaño. “¡Oh casa luminosa y bella! Yo he amado tu esplendor, donde
habita la gloria de mi Señor. He errado como oveja perdida, pero
espero ser llevado en tus espaldas de Pastor” (Confesiones 12,
15, 21).
Muchos
sarcófagos representan un pastor ordeñando. Imagen idílica de la
abundancia paradisíaca ya presente en el paganismo, pero que en el
cristianismo adquiere otro significado. En la vida terrena de los
patriarcas bíblicos la leche es un alimento esencial y a ellos se le
promete una tierra donde abundan leche y miel. El creyente en la
Iglesia es nutrido con la leche que es una anticipación del paraíso
(era este el significado de la copa de leche y miel que se daba en
algunos ritos bautismales) y lo será más abundantemente en el más
allá.
Santa Perpetua,
martirizada en Cartago en el 202, en su prisión, tiene un sueño donde
entra al paraíso. “Subía y vi un inmenso jardín y en medio,
sentado, a un hombre con los cabellos blancos, vestido de pastor. Era
alto y ordeñaba una oveja. Levantó la cabeza, me miró y dijo: ´Bienvenida, hija mía´. Me llamó y me dio un trozo de queso. Lo
tomé con las manos y lo comí y todos aquellos que me circundaban
dijeron: ¡Amén!” (Pasión de Perpetua y Felicitas 4).
En el Antiguo Testamento, David es el pastor músico y por esto ingresa a la corte de
Saúl, donde sus melodías alegran al Rey. Ahora, hay un nuevo David. “Ha venido el verdadero
David, ha hecho pastar a las ovejas de su Padre, ha vencido a la
muerte, ha levantado al hombre como a una oveja herida, y, con su Leño, ha pisado la
cabeza de la serpiente. Ha arrancado a Adán de las
fauces de la bestia” (Hipólito, Sobre David y Goliat).
En la
iconografía cristiana, el pastor músico se confunde a veces con
Orfeo, que encantaba a los animales con su canto y su música. Para
Clemente de Alejandría, Cristo es el verdadero Orfeo porque
“amaestra a los animales más difíciles que hayan existido, los
hombres; frívolos como pájaros, mendaces como serpientes, violentos
como leones, lujuriosos como cerdos, rapaces como lobos. Todos estos
se han transformado en hombres civilizados por el canto celeste”
(Protréptico 1,4). El paralelo ya estaba preparado. También Orfeo
había descendido a los infiernos para arrancar a Eurídice de la
muerte.
Recemos con
Ambrosio: “Ven Señor, ven a buscar a tu siervo, ven sin ayuda, ven
sin anunciarte; desde hace mucho tiempo espero tu llegada. Ven sin bastón, solo con tu amor y tu dulce espíritu. Ven a buscarme
porque yo te busco: encuéntrame, tómame, llévame. Llévame sobre
tu cruz que es la salvación de los errantes; el único descanso de
los cansados, por la cual todos aquellos que mueren vivirán”
(Comentario al salmo 118, 22, 28-30).
lunes, 20 de abril de 2015
Daniel y los tres jóvenes
La figura
del profeta Daniel fue, junto a la de Jonás, una de las más usadas
para representar la resurrección. Tanto la imagen del profeta como
la de los tres jóvenes, es presentada como ejemplo del cristiano.
Son exaltadas tanto su fe en Dios y en la vida eterna como su
fidelidad que llega hasta afrontar el martirio.
Daniel ya
aparecía en el mundo hebraico como un modelo de oración. Enseña a
invocar a Dios en todo lugar, en la adversidad y en las
circunstancias más difíciles. “Vela y reza como Daniel”
aconseja Efrén (Himno sobre la Epifanía, 3, 32).
No solo
reza, también ayuna. En el capítulo 14 permanece seis días en la
fosa hasta ser milagrosamente nutrido por Dios el séptimo día. El
hecho era leído en Roma el miércoles santo, momento culminante del
ayuno cuaresmal. Porque el cristiano que ayuna es nutrido
espiritualmente por Dios. El pan llevado por Abacuc al final, es
imagen de la eucaristía. Zenón de Verona, en un sermón de la
vigilia de Pascua, recuerda el “pan celeste” recibido por Daniel.
En una poesía de Prudencio, Daniel recibe el pan respondiendo
“¡Amén!” y cantando el Aleluya como cuando se recibe el pan
sacramental (Cathemerinon 4, 70-73). Las imágenes que
encontramos muestran que esta exégesis estaba muy difundida. Se ve a
Abacuc que lleva a Daniel un pan señalado con un cruz. Al parecer,
Daniel en la fosa también podía simbolizar el bautismo. Encontramos
en Clemente de Alejandría un paralelo en el cual los leones
representan los demonios y las tentaciones. Con el bautismo “el
alma es salvada del mundo y de las garras del los leones”
(Extractos de Teodoto 83).
La fosa era
otra imagen clara para los conocedores de la Biblia. En los salmos
evoca la guarida de los animales, la trampa puesta por el hombre y
por extensión la muerte misma. Hipólito lo dice claramente: “La
fosa es el infierno” (Sobre Daniel 3, 31).
En Daniel
fue vista la figura de Cristo. El profeta que metido en la fosa por
sus perseguidores, sale incólumne, era una prefiguración de la
pasión y la resurrección. Ya Hipólito en el III siglo une las dos
imágenes, pero será un autor sirio del IV siglo, Afraate, que
desarrollará más explícitamente el paralelo. “Por Daniel fue
cerrada la garganta de los leones, ávidos y destructores de la vida,
por Jesús fue cerrada la garganta de la muerte, ávida y destructora
de todo lo que tiene forma (Exposiciones 21, 18). “La fosa
se abre como la tumba -dice Efrén-, las bestias son vencidas como la
muerte. El Triunfador sube a anunciar la resurrección a aquellos que
yacían en los sepulcros” (Cantos de Nísibe 21, 18). De
nuevo Afraate dice “La fosa de Daniel la habían sellado y
vigilado; la tumba de Jesús la custodiaban metiendo unas tropas.
Cuando Daniel sale, aquellos que lo habían calumniado estaban
confundidos. Cuando Jesús resucitó, todos aquellos que lo habían
crucificado estaban confundidos".
Si Daniel
echado a los leones evoca a Jesús llevado a la muerte, en la
posición de orante traza, con sus brazos alzados, la cruz. Una
homilía de Atanasio afirma que Daniel fue salvado de los dientes de
los leones por la potencia del signo de la cruz, manifestada por sus
brazos extendidos (Homilía 21). La misma idea la encontramos
en Gregorio Nacianceno. “O Cristo, tu que por las manos extendidas
de Daniel en la fosa, has encadenado las terribles fauces del
león...” (Poesía autobiográfica, 1, 1, 1-9).
Los leones
también muestran una total falta de agresividad que hace recordar la
vida paradisíaca. Las fieras - dice Paolino de Nola – dormían a
los pies del profeta y con su lengua lamían los pies del orante”
(Poesía 26, 259 – 260). Según Hipólito “Daniel sentado
en medio de los leones acariciaba con la mano sus crines. El rey
llamó entonces a toda la corte y mostró a ellos el insólito
espectáculo” (Sobre Daniel 3, 29, 5). Los leones treman
delante de Daniel y con su temor señalan el restablecimiento del
orden querido en la creación por Dios. “Los leones no osaban
tocarlo - dice San Juan Crisóstomo – porque veían brillar en él
la antigua imagen del rey de la naturaleza y se acercaron a él con
la misma sumisión con la que se habían acercado a Adán cuando este
les puso nombre” (Sobre el Génesis 5, 2). “Los leones –
dice San Agustín – reconocían el poder de Daniel sobre ellos,
porque Daniel reconocía el de Dios. Es así respetada la jerarquía
Dios – Hombre – Animal, querida por el Creador. (Sobre la
Primera Epístola de Juan 8, 7). El león, en la Biblia, es la
figura de aquel que es homicida desde el inicio. El diablo, como león
rugiente busca a quien devorar, dice Pedro. El creyente, vencedor del
mal, escribe Orígenes en su tratado sobre la oración “debe dar
gracias a Dios más que Daniel, porque fue liberado de flagelos más
temibles y más peligrosos que los suyos”.
Daniel evoca
la esperanza que tienen los difuntos de resucitar con Cristo. “Imita
a Daniel – dice Hipólito -. No te encontraran ninguna herida, e
serás encontrado vivo en la fosa y tomarás parte de la
resurrección, escapando así de los ángeles torturadores del
infierno” (Sobre Daniel 3, 31, 3).
En el arte
sepulcral, la fosa de los leones tiene a veces el aspecto de un
pequeño sarcófago, en el cual Daniel es presentado desnudo en medio
a los leones. Él es Adán en el Paraíso. In pace quievit,
dice la Poesía contra Marción a propósito de Daniel. Reposó en
paz: es la fórmula de los epitafios. La serenidad de Daniel es
también la paz beata de los fieles en el más allá.
Los tres
jóvenes que son metidos en el horno y que desde allí rezan a Dios
“a una sola voz”, son ejemplo elocuente de la eficacia de la
plegaria comunitaria, según lo pedido por el mismo Cristo. “Con la
plegaria, los jóvenes cambiaron el fuego en rocío” dice una
homilía anónima pronunciada durante la Octava de Pascua. “Señor,
has caer un rocío, un rocío de misericordia y apaga las llamas del
fuego, porque solo a ti te reconocemos como Salvador” (Códex
armenio de Jerusalén, 121). “El fuego se volverá rocío, como
para los tres jóvenes hebreos metidos en el horno de fuego ardiente”
(San Ambrosio, Sobre el salmo 36, 26).
Para San
Ireneo, el Verbo de Dios, “se hizo ver en compañía de Azarías,
Ananías y Misael, estando junto a ellos en el horno y salvándolo
del fuego” (Contra las herejías 4, 20, 11). Representaciones
tardías de esto muestran al cuarto personaje apagando el fuego con
la cruz.
Pero esta
historia no solo representaba solo que Cristo apaga las llamas del
infierno sino que también era imagen de la resurrección. Por eso
era tradicional leerla en la vigilia pascual. Afraate dira “Ananías
y sus hermanos cayeron en el horno de fuego, y para ellos, que eran
justos, el horno se volvió fresco como el rocío; Jesús descendió
en las tinieblas, abatió la puerta y sacó de allí a los
prisioneros (Exposición 21, 19). El descenso del cuarto
personaje en el horno será una figura del descenso a los infiernos y
la salida de los tres jóvenes una imagen de la liberación de los
justos por obra de Jesús.
Para Romano
el Mélodo, el fuego se transforma en fuente bautismal (Himnos 8,
21), siguiendo el texto evangélico que habla de un bautismo en el
agua y en el fuego. Paolino de Nola escribe:
“De esta
fuente feliz de la cual renacen las almas,
sale un río
abundante de luz y de llamas.
El Espíritu
Santo que sobre ella descendió del cielo,
se une y lo
enriquece con sus dones preciosos.”
Fuente: M.
Dulaey, Des forêts de symboles.
viernes, 10 de abril de 2015
Adán y Eva
De una
imagen muy difundida desde el inicio en el arte paleocristiano
pasamos a otra muy tardía y mucho más esquiva. La imagen de Adán y
Eva se encuentra recién en la segunda mitad del siglo III en las
catacumbas de Marcelino y Pedro en Roma, en el baptisterio de Dura
Europos, Nápoles y en Nola.
La imagen
nos parece extraña a nosotros porque la relacionamos con la culpa,
el castigo y la muerte. Para los antiguos, en cambio, Adán y Eva
evocaban la salvación y el primer llamado del hombre a la
inmortalidad. Lejos de los caminos que después recorrerá la
teología, para San Ireneo la muerte era un acto misericordioso de
Dios que busca terminar con el mal eterno e incurable que existe en
el hombre (cfr. Contra las herejías, 3, 23, 6). Del mismo
parecer era Cromacio de Aquilea quien dice que era necesario que
todos los hombres murieran para después ser llevados a la vida
(Sermones 38, 2).
Cristo viene
a curar las “heridas del viejo Adán” y abolió en su propia
persona el castigo que pesaba sobre él, pagando así el débito del
hombre hacia la muerte, según una metáfora común en los autores
cristianos de los primeros siglos.
Desde el
inicio Dios preparaba el remedio. “Adán ¿donde estás?” es la
primera palabra que dirige al hombre después de la caída. Esta
pregunta, dice Novaciano en el III siglo, “manifiesta la esperanza
que el hombre será encontrado y salvado por Cristo” (Sobre la
Trinidad, 1, 12). Esta idea no era nueva. Ya estaba presente en
la parábola de la oveja perdida.
San Ireneo
ha sido uno de los Padres que con mayor fuerza trazó el paralelismo
entre Adán y Cristo (ya presente también en San Pablo).
Uno encadenó
por la desobediencia a todos los hombres. El otro los liberó por su
obediencia. En uno la muerte había reinado por la carne. En el otro
por la carne llega la salvación destruyendo la muerte por la carne
(cfr. Demostraciones 31), A Eva, la virgen desobediente que
escucha a la víbora, se la contrapone María, Virgen obediente que
escucha al Ángel del Señor. Aquello que Eva había atado con su
incredulidad, María lo ha desatado con su fe (cfr. Contra las
herejías 3, 22, 4.)
Según
Agustín, casi toda la Iglesia afirma que Adán y Eva fueron para
siempre salvados. La fe en el descenso a los infiernos, la
predicación a los muertos que esperaban la salvación y el Mesías
prometido, fue anunciada y e incluso relatada en los evangelio
apócrifos.
El camino
hecho por Adán es ofrecida a todos los hombres. “Cuando tu
renuncias a Satanás, rompiendo toda alianza con él y con el
infierno, se abren el Paraíso de Dios del cual fue expulsado nuestro
padre por su desobediencia” dice san Cirilo de Jerusalén
(Catequesis mistagógica, 1, 9).
El retorno
al paraíso comienza desde el bautismo, porque el paraíso de Cristo
es la Iglesia, jardín irrigado por los cuatro ríos de los
Evangelios (cfr. Hipólito, Sobre Daniel 1, 17). Pero el
ingreso definitivo esta reservado al más allá, como dice la oración
de Macrina en el momento de la muerte “Tu que has roto la llama de
la espada de fuego y has llevado al paraíso al hombre crucificado
contigo que se había confiado a tu misericordia, recuérdame en tu
reino” (San Gregorio de Nisa, Vida de Macrina 24, 29).
Según las
antiguas traducciones, después del pecado Adán y Eva se refugiaron
debajo de un árbol. ¿De que árbol se trata? Los Padres no se ponen
de acuerdo. Para algunos, como Dídimo, es el árbol del
conocimiento. Para otros, como Jerónimo, es el de la vida. Ya
Gregorio de Nisa había subrayado que uno y otro se encontraban al
centro del Edén, porque el conocimiento es para el hombre tan
fundamental como la vida (Comentario al Cantar de los Cantares,
12).
Esta unión
ya venía de la Escritura que dice que la sabiduría dada por la ley
es un árbol de vida para quien la sigue (Pro 3, 18). Para el Pastor
de Erma la ley es un gran árbol y esta ley es el Hijo de Dios (69,
2). Por eso Cristo es identificado rápidamente con el Árbol de la
Vida. Así lo dice Justino (Diálogo 86, 1) y Efrén (Himno
sobre la Navidad 6).
Otros
autores, si bien mantienen la idea de que los dos árboles son
palabras de Dios, distinguen entre el árbol del conocimiento,
símbolo de la ley, y el de la vida, figura del Logos de Dios.
Esto nos
lleva a otra idea muy difusa que es la de la cruz como Árbol de la
Vida. Clemente de Alejandría dirá que “es el Verbo que ha
florecido y ha dado fruto y que hecho carne ha vivificado a aquellos
que han saboreado su bondad, pero no vino a hacerse conocer sin el
árbol donde nuestra vida fue colgada” (Estromata 5, 72).
“La cruz de Cristo nos ha restituido el paraíso, ella es el árbol
que el Señor ha mostrado a Adán diciéndole que era necesario comer
del Árbol de la Vida que estaba en medio al paraíso y no del árbol
del bien y del mal” (San Ambrosio, Comentario a los Salmos
35, 3).
“La
transgresión que se había perpetrado por el árbol fue destruida
por la obediencia cumplida por el árbol, aquella obediencia por la
cual el Hijo del Hombre obedeció a Dios cuando fue clavado en la
cruz, aboliendo la ciencia del mal y dando la del bien” (San
Ireneo, Demostración 33). En la Homilia sobre la Pascua
atribuida a Hipólito dice “En lugar del árbol, ha plantado el
árbol; en lugar de la mano perversa que se había estirado en un
signo de impiedad, ha clavado la propia mano inmaculada en un gesto
de piedad” (Homilía sobre la Pascua 50). “Extiende tu
mano hacía la cruz, para que el Señor crucificado extienda su mano
hacía ti, de hecho quien no extiende su mano a la cruz no puede ni
siquiera acercarla a su mesa” (San Efrén el Sirio, Sobre el
Diatesaron, 20, 23).
Pero si el
árbol era la cruz, como debía ser interpretada la serpiente que
muchas veces era representada enroscada en el tronco. La serpiente de
bronce en el desierto (Nm 21, 4 - 9) y el Evangelio de San Juan (3,14
– 15), permitía que globalmente evocara la crucificción. “En la
serpiente de bronce fue prefigurado mi serpiente, la buena serpiente,
de su boca no sale veneno sino remedio (San Ambrosio, Comentario
a los salmos, 118, 6, 15).
Fuente: M.
Dulaey, Des forêts de symboles.
jueves, 26 de marzo de 2015
Jonás
Uno de los
libros que más veces fue representado en el arte cristiano antiguo
es la historia del profeta Jonás. Solo en las catacumbas hay al
menos setenta, unos treinta en los cuales son ciclos de tres o
cuatros episodios. Jonás de alguna manera había muerto y
resucitado. Esto explica su popularidad sobre todo en el arte
funerario.
La historia
que cuenta la Biblia es la de un profeta que quiere servir al Dios de
Israel, pero que escapa lo más lejos que puede para huir de la
misión que él le quiere confiar. Tanto que Dios es obligado a
recurrir a grandes medios para detenerlo como una tempestad y meterlo
dentro de un pez que se encuentra en el momento justo para devorar al
profeta tirado al mar por los marineros que lo han descubierto
culpable del castigo de los elementos.
El mundo
entero obedece al Señor pero no Jonás. Solo cuando se encuentra en
la panza del monstruo marino, y la situación es grave, comienza a
manifestar alguna forma de piedad y pide la ayuda de Dios. Pero
apenas la situación mejora, deja de rezar y de nuevo empieza a
refunfuñar contra Dios. Este mal creyente está circundado de
paganos de una piedad ejemplar, sean los marineros que lo tiran al
mar para calmar la tempestad, o los habitantes de Nínive, los
cuales, apenas Jonás los amenaza con el castigo de Dios, se vuelven
al Todopoderoso y comienzan a ayunar. Ayunan incluso los animales y
todos se cubren de ceniza en señal de penitencia.
Desde el
primer momento los cristianos vieron en la figura del profeta un
vehículo para trasmitir la propia fe. Jonás rezando dentro del pez
es un ejemplo del justo escuchado por Dios. Los predicadores lo
citaban para recordar a los fieles la importancia de la oración. “Su
oración perforó los abismos – dice Afraates – ella derrotó las
olas y fue más fuerte que las corrientes. Abrió las nubes, voló
por los aires, y entró en el cielo. Entonces el abismo vomitó al
profeta y el pez dejo huir a Jonás sobre la tierra firme”
(Exposición 4, 8). “Cualquiera que ha entendido de
encontrarse en la profundidad grita, gime y suspira hasta que es
arrancado y viene a él Aquel que se sienta sobre todos los abismos,
sobre los querubines, y sobre todo lo creado” (San Agustín,
Enarraciones sobre los salmos, 129, 1.). “Escucha mi
oración! Como has escuchado a Jonás en el vientre del monstruo,
inclina tu oído y arráncame de la muerte y dame la vida”
(Pseudo-Cipriano, Oraciones, 2, 2).
El libro de
Jonás estaba muy presente también en la catequesis bautismal.
Aparecía como el ejemplo de predicador de la metanoia, porque
en un solo día había logrado convertir a toda la ciudad de Nínive.
El profeta tirado al mar pasó a ser imagen del bautismo. “El agua
ha purificado a aquel que las cosas terrenas habían extraviado; él
estaba triste sobre la tierra, pero en el vientre del monstruo marino
cantaba un salmo” (San Ambrosio, Exámeron, 5, 11, 35).
“Cuanto os parecéis al profeta vomitado por el pez” dice Efrén
el Sirio a los neófitos (Himnos para la Epifanía, 3, 19).
Los tres días pasados por Jonás en el vientre del animal se
vuelven, en algunos Padres, imagen de la triple inmersión.
Jonás es
figura de Cristo. ¿Pero como podía ser esto si Jesús no escapó de
su misión, ni se encolerizaba al ver a los paganos convertirse? En
realidad, dice Hilario de Poitiers “el verdadero Jonás es Jesús;
el profeta, en cambio, es solo un imitador de la muerte de Cristo”
(Comentario a los salmos, 68, 5). Jonás es imagen de Cristo
como signo de la resurrección, al estar vivo en el vientre del pez.
Dice el poeta bizantino Romano el Mélodo “También en el corazón
de las tinieblas, estas no tuvieron la fuerza de capturar a Cristo.
Como Jonás, también él estaba en el vientre del sepulcro. Había
descendido voluntariamente a la fosa, pero en la tumba velaba, porqué
la divinidad no estaba separada de su cuerpo” (Himnos, 45,
5). “La muerte devorando el cuerpo del Señor no hirió la carne,
sino que fue herido por ella, porque era de tal naturaleza que no
podía ser devorada por la muerte: era un cuchillo de piedra que
rasgó la garganta de la muerte” (Cromacio de Aquilea, Comentario
a Mateo 54, 3). Dice Jerónimo que la muerte fue el anzuelo con
el cual el Hijo de Dios pescó al gran monstruo (Cfr. Epístolas
60, 2).
Jonás es
también símbolo de todo hombre. Metodio de Olimpo hace un
paralelismo entre el profeta y Adán. “Jonás, que huye lejos de
rostro de Dios, es el primer hombre que ha transgredido el
mandamiento y rechaza ser visto desnudo, privado de la inmortalidad,
saqueado por el pecado de la confianza con que lo nutría la
divinidad” (Sobre la resurrección, 2, 25). Los dos fueron
víctimas de un monstruo. Adán de la serpiente y Jonás del animal
marino. Una y otra bestia eran a veces ilustrados como un dragón.
Cromacio de Aquilea dice que “el monstruo que había devorado a
Jonás devolvió solo a él, mientras que la muerte que había
aferrado al Señor no vomitó solo a él, sino a muchos hombres con
él. De hecho leemos en el evangelio de Mateo que muchos resucitaron
con el Señor (Comentario al Evangelio de Mateo, 54, 3). Efrén
el Sirio dice a los que recién habían recibido el bautismo “Jonás
es para ustedes un espejo: el pez no lo ha devorado dos veces y el
Voraz tampoco devora dos veces (Himnos para la Epifanía, 3,
19). Y Orígenes dice “quien termina por caer a causa de alguna
desobediencia en el vientre de la bestia, pero se arrepiente y reza,
será liberado” (Sobre la oración, 13, 3-4).
Para
Jerónimo, el naufragio del profeta prefigura la pasión del Señor
(Epístolas 53, 8). Para Ambrosio el sueño en el fondo del
barco prefigura la muerte de Cristo (Comentario a los Salmos 43,
85). Zenón de Verona dice “Jonás adormentado en la nave es imagen
del misterio del Señor: el material de la nave nos recuerda la cruz
y el sueño la muerte (Homilía 1, 34, 3). “Su muerte debía
liberar el mundo entero de la tempestad del diablo, y desde el inicio
del mundo, su suerte era echada y el decreto paterno no podía ser
revocado (Pseudo-Agustín, Sermón Caiilau Saint-Yves 1, 36,
4).
Jonás, aún
desobediente, fue profeta e indica espontáneamente a los marineros
la vía de la salvación. “Levántenme y arrójenme al mar, y el
mar se les calmará” este gesto es figura del sacrificio voluntario
de Cristo dice Pedro Crisólogo.
En las
representaciones aparecen ciclos de dos, tres o cuatro escenas. Jonás
lanzado al mar, devorado del monstruo marino, vomitado por el
monstruo, Jonás que duerme e incluso una escena de Jonás triste.
Los primitivos artesanos, hábiles en la respresentación mitológica
clásica, solo tenían que reagrupar temas ya existentes en su
repertorio. La nave, que en los sarcófagos paganas ilustraba muchas
veces el atravesar de las almas hacia las islas de los muertos, el
monstruo marino, frecuente en los cortejos de Neptuno y Anfitrite.
Los sarcófagos cristianos con dos escenas, la nave y el reposo de
Jonás, para un pagano podían evocar simplemente la tempestad de la
vida y el reposo de la muerte.
La
diferencia solo se nota en pequeños detalles. A veces Jonás es
representado que sale de la garganta del pez con las manos alzadas al
cielo en un gesto típico de oración que para los primeros
cristianos recordaba también la cruz. Andrés de Creta dice en los
Himnos para la exaltación de la Santa Cruz: “Jonás alzó la voz,
levantando los brazos en forma de cruz y inmediatamente atrajo el
poder de lo alto y fue vomitado sin daño por el monstruo”.
Jonás
sentado bajo un calabaza seca (así decía la traducción de la Vetus
Latina), y en la posición del pensador de Rodin, gestos prestados de
la gestualidad teatral antigua que significaban un personaje
reflexionando profundamente o triste hasta la desesperación, evocan
la suerte del difunto en espera de la resurrección con la venida
gloriosa de Cristo.
Fuente: M. Dulaey, Des forêts de symboles.
martes, 3 de marzo de 2015
Cortés y Valiente
Desde hace tiempo se viene discutiendo en la blogósfera sobre si un Papa puede ser corregido y si es que si en que tono se debe hacer. Están aquellos que citando a Santa Catalina de Siena hablan "del dulce Cristo en la Tierra" y aquellos otros que recuerdan a San Pablo y su amonestación pública a Pedro en Antioquía (amonestación que dicho sea de paso no parece haber terminado bien para Pablo que perdió a su compañero de viaje, Bernabé).
Pero no son estos dos casos los únicos de disputa con el Sumo Pontifice. Vaya de ejemplo esta anécdota que tiene como protagonistas a la sede Romana y a San Julián de Toledo.
En el año 681 se celebró en Constantinopla el sexto Concilio Ecuménico. al que no asistió ningún obispo del reino Visigodo. En el 682, el Sumo Pontífice Agatón, habiendo confirmado las actas de aquel concilio, resolvió enviarlas a Hispania, para que la Iglesia de allí las reconociese y firmase; pero el papá murió aquel año antes de remitirlas. Le sucedió en el pontificado Leon II, y este las envió en el 683. Llegaron después de que los obispos de la península se habían retirado a sus sedes después de celebrar el XIII Concilio de Toledo.
San Julían recibió las actas con la carta del Papa y escribió a Su Santidad que por las circunstancias indicadas no podía convocar un nuevo concilio hasta el año siguiente y que entre tanto haría conocer las actas del Concilio Ecuménico para que los obispos se hallasen instruidos al tiempo del próximo sínodo toledano. Añadía que ya las había leído por si mismo, y las hallaba dignas de aprobación porque toda la doctrina era católica. En confirmación de este dictámen explicó la materia diciendo, entre otras cosas que la voluntad engendró a la voluntad, y la sabiduría engendró la sabiduría. Que en Cristo habían existido tres sustancias y otras proposiciones no comunes.
Este escrito llegó a Roma en principios del año 684 en que ya estaba muerto León II, y la había sucedido en el sumo pontificado Benedicto II; el cual reprobó el escrito y condenó la doctrina de San Julián por causa de las varias proposiciones particularmente indicadas; y esto sucedía en Roma mientras en Toledo se celebraba el sínodo XIV, en el que las actas del Concilio Ecuménico de Constantinopla fueron examinadas, admitidas y firmadas. El papa Benedicto escribió a San Julián reprobando su doctrina y mandando retractarse bajo conminación ordinaria.
San Julián trabajo su Apología reuniendo las razones de su escrito, con continuas referencias a los Padres anteriores, y la envió a Roma con el mismo que llevó la recepción del Concilio Ecuménico y las firmas de los obispos españoles. El papa Benedicto y su clero, manifestaron gran placer por lo respectivo al objetivo principal, pero por lo tocante al segundo insistió Su Santidad en que San Julián acumulase autoridades de la Sagrada Escritura con que pudiera probar su opinión.
El santo lo hizo, y envió a Roma en el 686 su segundo escrito apologético a tiempo que ya estaba difunto Benedicto II y le había sucedido Juan V, con la desgracia de un cisma causado por los antipapas Pedro y Teodoro. Juan murió (en efecto los papa reinaban brevemente por aquellos tiempos) y diversas cuestiones impidieron que la curia romana examinara el escrito de Julián, el cual en ese momento convocaba un nuevo concilio en Toledo.
En este, el santo arzobispo presentó todos los papeles del asunto: la cuestión fue ventilada. Los 61 obispos ibéricos declararon por católica la doctrina de su Primado y añadieron esta cláusula:
"Y si después de esta declaración, los Romanos disintieren de ella y de las doctrinas de los Padres que la confirman, no hay que seguir ya mas con ellas la controversia; pues una vez que nosotros sigamos por el camino recto adheridos a las huellas de nuestros mayores, los amantes de la verdad tendrán nuestra respuesta por sublime, conforme al juicio divino, aunque los émulos ignorantes la reputen por indócil."
jueves, 26 de febrero de 2015
Kremlin
Marco Tossati, vaticanólogo del diario La Stampa, se hace hoy eco de una denuncia de la agencia alemana Kath.net y de diversos blogs anglosajones. Al parecer, antes del Sínodo de la Familia del año pasado se habían enviado a cada padre sinodal un volumen del libro "Permanecer en la Verdad de Cristo", escrito por 5 cardenales (De Paolis, Brandmüller, Caffarra, Burke, Müller) entre otros especialistas para responder a S.E.R. Walter Kasper. Sin embargo, el libro nunca llegó a las manos de los destinatarios. Al parecer, las autoridades del Sínodo, comandados por S.E.R. Lorenzo Baldisseri habrían simplemente hecho desaparecer los paquetes de los buzones postales de los miembros.
Kath.net dice que esto pasó en el Vaticano, no en el Kremlin. Cierto a veces entre uno y otro hay poca diferencia.
http://www.lastampa.it/2015/02/26/blogs/san-pietro-e-dintorni/sinodo-il-giallo-del-libro-sparito-XjlYCpuuDmShE6Qw5nLh8L/pagina.html
http://www.kath.net/news/49606
jueves, 19 de febrero de 2015
Compunción
Un texto duro y un poco incendiario (Crisóstomo es siempre un poco incendiario) para empezar la cuaresma.
"Si quien dice a su
hermano loco, merece tan dura condenación, ¿cuánto fuego de la Gehenna
no merecerá el que le dice malhechor, maldiciente, temerario, vanidoso o
tantas otras palabras ofensivas? Decir, pues, loco o estúpido es mucho
menos grave que servirse de estas expresiones. Cristo omitió estas
palabras, para que tú aprendieras
que, si por un vocablo más soportable Él manda a quien lo pronuncia a la
Gehenna, con cuánta mayor razón lo hará con los que usan términos más
pesados o insoportables.
Si a pesar de esto, se quisiera condenar mi discurso como exagerado, en
virtud de un tipo de interpretación, según el cual la amenaza sería
hecha solamente para inspirar temor, pregunto porqué no excluir también
de dicha condenación a los adúlteros, homosexuales, afeminados e
idólatras. Es claro que si Dios hubiera amenazado para inspirar solamente temor
a aquellos que dicen palabras injuriosas, el mismo principio tendría
que valer para todos los enumerados entre los expulsados del Reino.
Pero puede plantearse la
objeción ¿ubicaríamos a un maldiciente en el mismo nivel de un
adúltero, afeminado, avaro o idólatra? Dejo para otro momento la
cuestión si Dios indistintamente
castiga a todos con la misma pena, mientras examinamos cuánto está
escrito sobre ellos, que no obtendrán el Reino. Creo a Pablo, más bien a
Cristo, quien por medio de él habló; afirma que ni los unos ni los otros obtendrán la herencia en el reino de Dios.
Se han dejado llevar a juzgar este discurso sobre nuestro futuro, como
hiperbólico, alcanzable no sólo a éste, sino también a otros puntos. Es
un lazo del diablo, que quiere eliminar el temor de la futura
condenación de los corazones, dolidos por el amor de Dios, con la sola finalidad de hacerlos más frágiles en la observancia de los mandamientos. Se introdujo, mediante la simulación de la hipérbole, con el propósito de administrar a las almas, así débiles, una ilusión engañosa del tiempo presente y que prepara a la condenación en el momento del juicio, cuando ya no habrá más tiempo para merecer.
Pero dime, ¿quién
se dejará engañar así? ¿qué utilidad sacará cuando, dándose cuenta del
engaño, no pueda merecer más con la penitencia, en el juicio de la
resurrección? No nos engañemos más a nosotros mismos para nuestro daño,
convenciéndonos con razonamientos inconclusos (Ger. 37:9; 2 Cor. 2:11;
Hebr. 13:9). Porque merecemos la condenación más dura,
al no creer en los preceptos de Cristo, además de no observarlos; la no
creencia es fruto de la relajación en la observancia de los
mandamientos.
Cuando dejamos voluntariamente de cumplir y observar
lo mandado, llegamos a querer eliminar el pensamiento de las cosas
futuras, por lo cual, nuestra conciencia queda gravada de pecado y
angustiada; buscando de alejar el grave temor de las penas establecidas,
no hacemos otra cosa que hundirnos en otro abismo mayor: el de no creer
en estos tormentos.
Sucede entonces con nosotros, lo que sucedería a quien abrazado por la fiebre altísima,
se echase al agua fría, con el resultado de no obtener un alivio, sino
de agregar fuego al fuego. Así sometidos por la conciencia del pecado
que nos remuerde, sentimos, también nosotros, la necesidad de encontrar una huida; y de las aguas que nos ahogan queremos refugiarnos
en la hipérbole, pero sólo para continuar pecando sin temor alguno,
porque no sólo nos irritamos con nuestros hermanos en su presencia, sino
que fomentamos los pleitos en su ausencia, cosa que supera los límites
de toda barbaridad. Nosotros que por temor, usamos tanta tolerancia
humana con los más grandes y potentes que nos hacen injusticias y violencia, nos comportamos como enemigos con los iguales e inferiores que no nos dan motivo para lamentarnos. Tanto prevalece el temor de los hombres sobre el temor de Cristo.
Cobardes y altaneros, damos sin embargo, importancia a nuestra salvación. Pero decidme,
¿sobre cuál fundamento? Cristo no nos ha impuesto graves e
insoportables pesos (Mt. 11:30: 23:4 : 1 Jn. 5:3 ), sino solamente de no
enojarnos sin razón con los hermanos, porque es mucho más fácil
soportar a quien se enoja sin razón con nosotros (Mt. 5:22). Porque aquí
encuentras ya acumulado el material para encender la ira, mientras allí
eres capaz de avivar el fuego sin algún motivo; no es la misma cosa,
resistir cuando otro te prende fuego que quedarse sereno y tranquilo, cuando nadie excita en ti la llama. Pues quien, en el primer caso, se llega
a calmar, testimonia una gran actitud, mientras .que quien logra
observar el deber puro y simple, no es digno de particular admiración.
Si por temor a los hombres, hacemos lo más difícil ¿imaginas qué grave
pena y castigo vamos a recibir, por el hecho de rechazar la observancia de los mandamientos por temor a Dios?" (San Juan Crisóstomo, Sobre la compunción, I, 5-7)
lunes, 2 de febrero de 2015
La Tradición según San Atanasio
"La nuestra es la recta fe, porque tiene su origen (ορμωμεωη) en la enseñanza apostólica y en la tradición de los Padres y porque encuentra su confirmación (Βεβαιουμενη) en el Nuevo y Antiguo Testamento". Con estas palabras el obispo Atanasio de Alejandria (ep. Adelph. 6) describe la concepción patrísitca de la fe. La fe cristiana posee lineamientos claramente reconocibles. La valoración de la fe, que consiste en establecer que doctrina o concepción es tenida por verdadera o falsa, llega en el verdadero sentido de la palabra a través de la reflexión, a través de una retrospección, a través de una consideración de los orígenes. ¿Aquello que es creído y que es enseñado como objeto de fe puede ser rastreado en la predicación de los apóstoles trasmitida por los Padres y ser confirmado por el testimonio de la Escritura? ¿O acaso deriva de otras fuentes o es quizás solo un "fundamento de nuestro pensamiento" (Basil. ep. 140, 2), por lo cual lo puede reivindicar solo una autoridad humana?
Atanasio, distinguiendo entre origen y confirmación de la recta fe, atribuyéndole la primera a la tradición viva y la segunda al testimonio de la Escritura, había expreso con tal diferenciación en forma muy precisa la concepción de la época patrística relativa a la relación entre la Escritura y la Tradición. Para los Padres de la Iglesia, la fuente primera y fundamental del conocimiento de la verdad de la fe era la Tradición proveniente de los apóstoles y trasmitida en la Iglesia. Los documentos bíblicos, que eran la puesta por escrito de tal Tradición, servían para comprobar todavía una vez en una forma distinta aquellas verdades que ya estaban antes presentes en la conciencia de fe de la Iglesia.
M. Fiedrowicz, Teologia dei Padri, 43.
domingo, 18 de enero de 2015
Programa pastoral
"Cuando los conductores de cualquier sociedad comprenden la gravedad de la situación y admiten su propia responsabilidad, la situación no es todavía desesperada; y, de hecho, en el mismo momento en que los obispos de la provincia de Bélgica componían esta jeremida, comenzaban a darse los primeros pasos de reforma en las provincias vecinas. Una vez más, como en los siglos V y VI, el Cristianismo mostró su independencia de las condiciones externas y su poder de crear nuevos órganos de regeneración espiritual. Surgió un nuevo movimiento en medio de la sociedad feudal para afrontar el nuevo peligro constituido por la secularización feudal de la Iglesia.
Al comienzo este nuevo movimiento fue puramente monástico y ascético. Cobró el aspecto de una evasión del mundo y de la vida pública hacia el desierto y el claustro; fue una repetición, en circunstancias diferentes, del primer gran movimiento del monacato occidental que he descrito en los capítulos anteriores.
Mientras que, en líneas generales, la jerarquía eclesiástica y la Iglesia territorial se habían incorporado tanto a ala sociedad contemporánea que estaban casi a merced de las fuerzas sociales predominantes, la institución monástica representaba el principio de un orden cristiano autónomo que demostró ser la semilla de una nueva vida de la Iglesia. Es cierto que los antiguos monasterios carolingios había sido explotados y secularizados del mismo modo que los obispados, pero cada monasterio era un organismo independiente y así cada nueva fundación ofrecía la posibilidad de recomenzar y retornar a la observancia de la Regla benedictina, que seguía siendo la norma consagrada de la vida monástica.
De ahí que en los nuevos monasterios fundados por príncipes feudales o nobles convertidos, como Cluny en Borgoña (910), Brogne y Gorze en Lorena y Camaldoli en Toscana (1009) echaran las bases del nuevo movimiento de reforma espiritual que transformó la Iglesia medieval.
Sin duda los monjes se preocupaban más de la salvación de su propia alma que de cualquier programa de reforma eclesiástica. Pero, como hemos visto, el monacato occidental tuvo siempre una fuerte conciencia de su responsabilidad social y de su función misionera. Si, por un lado, se basaba en la tradición de los padres del desierto, estaba aún más inspirado por los ideales de san Agustín y san Gregorio. La teología y la filosofía de la historia agustinianas, con su intensa comprensión del peso del mal heredado que agobia a la humanidad y su concepción de la gracia divina como fuente continuamente renovada de energía sobrenatural que transforma la naturalez humana y cambia el curso de la historia, se habían convertido en una parte del patrimonio espiritual de la Iglesia occidental, y sobre todo del monacato occidental, y la Cristiandad sólo tenía que volver a esta tradición para recobrar su dinámica energía." (Christopher Dawson, La reforma de la Iglesia en el siglo IX y el Papado medieval en La religión y el origen de la cultura occidental, 138).
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