domingo, 18 de enero de 2015

Programa pastoral

"Cuando los conductores de cualquier sociedad comprenden la gravedad de la situación y admiten su propia responsabilidad, la situación no es todavía desesperada; y, de hecho, en el mismo momento en que los obispos de la provincia de Bélgica componían esta jeremida, comenzaban a darse los primeros pasos de reforma en las provincias vecinas. Una vez más, como en los siglos V y VI, el Cristianismo mostró su independencia de las condiciones externas y su poder de crear nuevos órganos de regeneración espiritual. Surgió un nuevo movimiento en medio de la sociedad feudal para afrontar el nuevo peligro constituido por la secularización feudal de la Iglesia. 
Al comienzo este nuevo movimiento fue puramente monástico y ascético. Cobró el aspecto de una evasión del mundo y de la vida pública hacia el desierto y el claustro; fue una repetición, en circunstancias diferentes, del primer gran movimiento del monacato occidental que he descrito en los capítulos anteriores. 
Mientras que, en líneas generales, la jerarquía eclesiástica y la Iglesia territorial se habían incorporado tanto a ala sociedad contemporánea que estaban casi a merced de las fuerzas sociales predominantes, la institución monástica representaba el principio de un orden cristiano autónomo que demostró ser la semilla de una nueva vida de la Iglesia. Es cierto que los antiguos monasterios carolingios había sido explotados y secularizados del mismo modo que los obispados, pero cada monasterio era un organismo independiente y así cada nueva fundación ofrecía la posibilidad de recomenzar y retornar a la observancia de la Regla benedictina, que seguía siendo la norma consagrada de la vida monástica.
De ahí que en los nuevos monasterios fundados por príncipes feudales o nobles convertidos, como Cluny en Borgoña (910), Brogne y Gorze en Lorena y Camaldoli en Toscana (1009) echaran las bases del nuevo movimiento de reforma espiritual que transformó la Iglesia medieval.
Sin duda los monjes se preocupaban más de la salvación de su propia alma que de cualquier programa de reforma eclesiástica. Pero, como hemos visto, el monacato occidental tuvo siempre una fuerte conciencia de su responsabilidad social y de su función misionera. Si, por un lado, se basaba en la tradición de los padres del desierto, estaba aún más inspirado por los ideales de san Agustín y san Gregorio. La teología y la filosofía de la historia agustinianas, con su intensa comprensión del peso del mal heredado que agobia a la humanidad y su concepción de la gracia divina como fuente continuamente renovada de energía sobrenatural que transforma la naturalez humana y cambia el curso de la historia, se habían convertido en una parte del patrimonio espiritual de la Iglesia occidental, y sobre todo del monacato occidental, y la Cristiandad sólo tenía que volver a esta tradición para recobrar su dinámica energía." (Christopher Dawson, La reforma de la Iglesia en el siglo IX y el Papado medieval en La religión y el origen de la cultura occidental, 138). 

3 comentarios:

  1. Parece que hoy no "comprenden la gravedad de la situación" ni "admiten su propia responsabilidad"

    Saludos.

    ResponderBorrar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderBorrar
  3. Así parece Martin. Pero también queda "el principio de un orden cristiano autónomo que demostró ser la semilla de una nueva vida de la Iglesia".

    ResponderBorrar