jueves, 26 de febrero de 2015

Kremlin



Marco Tossati, vaticanólogo del diario La Stampa, se hace hoy eco de una denuncia de la agencia alemana Kath.net y de diversos blogs anglosajones.  Al parecer, antes del Sínodo de la Familia del año pasado se habían enviado a cada padre sinodal un volumen del libro "Permanecer en la Verdad de Cristo", escrito por 5 cardenales (De Paolis, Brandmüller, Caffarra, Burke, Müller) entre otros especialistas para responder a S.E.R. Walter Kasper. Sin embargo, el libro nunca llegó a las manos de los destinatarios. Al parecer, las autoridades del Sínodo, comandados por S.E.R. Lorenzo Baldisseri habrían simplemente hecho desaparecer los paquetes de los buzones postales de los miembros. 
Kath.net dice que esto pasó en el Vaticano, no en el Kremlin. Cierto a veces entre uno y otro hay poca diferencia. 

http://www.lastampa.it/2015/02/26/blogs/san-pietro-e-dintorni/sinodo-il-giallo-del-libro-sparito-XjlYCpuuDmShE6Qw5nLh8L/pagina.html

http://www.kath.net/news/49606

jueves, 19 de febrero de 2015

Compunción

Un texto duro y un poco incendiario (Crisóstomo es siempre un poco incendiario) para empezar la cuaresma.

"Si quien dice a su hermano loco, merece tan dura condenación, ¿cuánto fuego de la Gehenna no merecerá el que le dice malhechor, maldiciente, temerario, vanidoso o tantas otras palabras ofensivas? Decir, pues, loco o estúpido es mucho menos grave que servirse de estas expresiones. Cristo omitió estas palabras, para que tú aprendieras que, si por un vocablo más soportable Él manda a quien lo pronuncia a la Gehenna, con cuánta mayor razón lo hará con los que usan términos más pesados o insoportables.
Si a pesar de esto, se quisiera condenar mi discurso como exagerado, en virtud de un tipo de interpretación, según el cual la amenaza sería hecha solamente para inspirar temor, pregunto porqué no excluir también de dicha condenación a los adúlteros, homosexuales, afeminados e idólatras. Es claro que si Dios hubiera amenazado para inspirar solamente temor a aquellos que dicen palabras injuriosas, el mismo principio tendría que valer para todos los enumerados entre los expulsados del Reino.
Pero puede plantearse la objeción ¿ubicaríamos a un maldiciente en el mismo nivel de un adúltero, afeminado, avaro o idólatra? Dejo para otro momento la cuestión si Dios indistintamente castiga a todos con la misma pena, mientras examinamos cuánto está escrito sobre ellos, que no obtendrán el Reino. Creo a Pablo, más bien a Cristo, quien por medio de él habló; afirma que ni los unos ni los otros obtendrán la herencia en el reino de Dios. Se han dejado llevar a juzgar este discurso sobre nuestro futuro, como hiperbólico, alcanzable no sólo a éste, sino también a otros puntos. Es un lazo del diablo, que quiere eliminar el temor de la futura condenación de los corazones, dolidos por el amor de Dios, con la sola finalidad de hacerlos más frágiles en la observancia de los mandamientos. Se introdujo, mediante la simulación de la hipérbole, con el propósito de administrar a las almas, así débiles, una ilusión engañosa del tiempo presente y que prepara a la condenación en el momento del juicio, cuando ya no habrá más tiempo para merecer.
Pero dime, ¿quién se dejará engañar así? ¿qué utilidad sacará cuando, dándose cuenta del engaño, no pueda merecer más con la penitencia, en el juicio de la resurrección? No nos engañemos más a nosotros mismos para nuestro daño, convenciéndonos con razonamientos inconclusos (Ger. 37:9; 2 Cor. 2:11; Hebr. 13:9). Porque merecemos la condenación más dura, al no creer en los preceptos de Cristo, además de no observarlos; la no creencia es fruto de la relajación en la observancia de los mandamientos.
Cuando dejamos voluntariamente de cumplir y observar lo mandado, llegamos a querer eliminar el pensamiento de las cosas futuras, por lo cual, nuestra conciencia queda gravada de pecado y angustiada; buscando de alejar el grave temor de las penas establecidas, no hacemos otra cosa que hundirnos en otro abismo mayor: el de no creer en estos tormentos.
Sucede entonces con nosotros, lo que sucedería a quien abrazado por la fiebre altísima, se echase al agua fría, con el resultado de no obtener un alivio, sino de agregar fuego al fuego. Así sometidos por la conciencia del pecado que nos remuerde, sentimos, también nosotros, la necesidad de encontrar una huida; y de las aguas que nos ahogan queremos refugiarnos en la hipérbole, pero sólo para continuar pecando sin temor alguno, porque no sólo nos irritamos con nuestros hermanos en su presencia, sino que fomentamos los pleitos en su ausencia, cosa que supera los límites de toda barbaridad. Nosotros que por temor, usamos tanta tolerancia humana con los más grandes y potentes que nos hacen injusticias y violencia, nos comportamos como enemigos con los iguales e inferiores que no nos dan motivo para lamentarnos. Tanto prevalece el temor de los hombres sobre el temor de Cristo.
Cobardes y altaneros, damos sin embargo, importancia a nuestra salvación. Pero decidme, ¿sobre cuál fundamento? Cristo no nos ha impuesto graves e insoportables pesos (Mt. 11:30: 23:4 : 1 Jn. 5:3 ), sino solamente de no enojarnos sin razón con los hermanos, porque es mucho más fácil soportar a quien se enoja sin razón con nosotros (Mt. 5:22). Porque aquí encuentras ya acumulado el material para encender la ira, mientras allí eres capaz de avivar el fuego sin algún motivo; no es la misma cosa, resistir cuando otro te prende fuego que quedarse sereno y tranquilo, cuando nadie excita en ti la llama. Pues quien, en el primer caso, se llega a calmar, testimonia una gran actitud, mientras .que quien logra observar el deber puro y simple, no es digno de particular admiración. Si por temor a los hombres, hacemos lo más difícil ¿imaginas qué grave pena y castigo vamos a recibir, por el hecho de rechazar la observancia de los mandamientos por temor a Dios?" (San Juan Crisóstomo, Sobre la compunción, I, 5-7)

lunes, 2 de febrero de 2015

La Tradición según San Atanasio

"La nuestra es la recta fe, porque tiene su origen (ορμωμεωη) en la enseñanza apostólica y en la tradición de los Padres y porque encuentra su confirmación (Βεβαιουμενη) en el Nuevo y Antiguo Testamento". Con estas palabras el obispo Atanasio de Alejandria (ep. Adelph. 6) describe la concepción patrísitca de la fe. La fe cristiana posee lineamientos claramente reconocibles. La valoración de la fe, que consiste en establecer que doctrina o concepción es tenida por verdadera o falsa, llega en el verdadero sentido de la palabra a través de la reflexión, a través de una retrospección, a través de una consideración de los orígenes. ¿Aquello que es creído y que es enseñado como objeto de fe puede ser rastreado en la predicación de los apóstoles trasmitida por los Padres y ser confirmado por el testimonio de la Escritura? ¿O acaso deriva de otras fuentes o es quizás solo un "fundamento de nuestro pensamiento" (Basil. ep. 140, 2), por lo cual lo puede reivindicar solo una autoridad humana? 
Atanasio, distinguiendo entre origen y confirmación de la recta fe, atribuyéndole la primera a la tradición viva y la segunda al testimonio de la Escritura, había expreso con tal diferenciación en forma muy precisa la concepción de la época patrística relativa a la relación entre la Escritura y la Tradición. Para los Padres de la Iglesia, la fuente primera y fundamental del conocimiento de la verdad de la fe era la Tradición proveniente de los apóstoles y trasmitida en la Iglesia. Los documentos bíblicos, que eran la puesta por escrito de tal Tradición, servían para comprobar todavía una vez en una forma distinta aquellas verdades que ya estaban antes presentes en la conciencia de fe de la Iglesia. 

M. Fiedrowicz, Teologia dei Padri, 43.