jueves, 26 de marzo de 2015

Jonás


Uno de los libros que más veces fue representado en el arte cristiano antiguo es la historia del profeta Jonás. Solo en las catacumbas hay al menos setenta, unos treinta en los cuales son ciclos de tres o cuatros episodios. Jonás de alguna manera había muerto y resucitado. Esto explica su popularidad sobre todo en el arte funerario.

La historia que cuenta la Biblia es la de un profeta que quiere servir al Dios de Israel, pero que escapa lo más lejos que puede para huir de la misión que él le quiere confiar. Tanto que Dios es obligado a recurrir a grandes medios para detenerlo como una tempestad y meterlo dentro de un pez que se encuentra en el momento justo para devorar al profeta tirado al mar por los marineros que lo han descubierto culpable del castigo de los elementos. 

El mundo entero obedece al Señor pero no Jonás. Solo cuando se encuentra en la panza del monstruo marino, y la situación es grave, comienza a manifestar alguna forma de piedad y pide la ayuda de Dios. Pero apenas la situación mejora, deja de rezar y de nuevo empieza a refunfuñar contra Dios. Este mal creyente está circundado de paganos de una piedad ejemplar, sean los marineros que lo tiran al mar para calmar la tempestad, o los habitantes de Nínive, los cuales, apenas Jonás los amenaza con el castigo de Dios, se vuelven al Todopoderoso y comienzan a ayunar. Ayunan incluso los animales y todos se cubren de ceniza en señal de penitencia. 

Desde el primer momento los cristianos vieron en la figura del profeta un vehículo para trasmitir la propia fe. Jonás rezando dentro del pez es un ejemplo del justo escuchado por Dios. Los predicadores lo citaban para recordar a los fieles la importancia de la oración. “Su oración perforó los abismos – dice Afraates – ella derrotó las olas y fue más fuerte que las corrientes. Abrió las nubes, voló por los aires, y entró en el cielo. Entonces el abismo vomitó al profeta y el pez dejo huir a Jonás sobre la tierra firme” (Exposición 4, 8). “Cualquiera que ha entendido de encontrarse en la profundidad grita, gime y suspira hasta que es arrancado y viene a él Aquel que se sienta sobre todos los abismos, sobre los querubines, y sobre todo lo creado” (San Agustín, Enarraciones sobre los salmos, 129, 1.). “Escucha mi oración! Como has escuchado a Jonás en el vientre del monstruo, inclina tu oído y arráncame de la muerte y dame la vida” (Pseudo-Cipriano, Oraciones, 2, 2).

El libro de Jonás estaba muy presente también en la catequesis bautismal. Aparecía como el ejemplo de predicador de la metanoia, porque en un solo día había logrado convertir a toda la ciudad de Nínive. El profeta tirado al mar pasó a ser imagen del bautismo. “El agua ha purificado a aquel que las cosas terrenas habían extraviado; él estaba triste sobre la tierra, pero en el vientre del monstruo marino cantaba un salmo” (San Ambrosio, Exámeron, 5, 11, 35). “Cuanto os parecéis al profeta vomitado por el pez” dice Efrén el Sirio a los neófitos (Himnos para la Epifanía, 3, 19). Los tres días pasados por Jonás en el vientre del animal se vuelven, en algunos Padres, imagen de la triple inmersión. 

Jonás es figura de Cristo. ¿Pero como podía ser esto si Jesús no escapó de su misión, ni se encolerizaba al ver a los paganos convertirse? En realidad, dice Hilario de Poitiers “el verdadero Jonás es Jesús; el profeta, en cambio, es solo un imitador de la muerte de Cristo” (Comentario a los salmos, 68, 5). Jonás es imagen de Cristo como signo de la resurrección, al estar vivo en el vientre del pez. Dice el poeta bizantino Romano el Mélodo “También en el corazón de las tinieblas, estas no tuvieron la fuerza de capturar a Cristo. Como Jonás, también él estaba en el vientre del sepulcro. Había descendido voluntariamente a la fosa, pero en la tumba velaba, porqué la divinidad no estaba separada de su cuerpo” (Himnos, 45, 5). “La muerte devorando el cuerpo del Señor no hirió la carne, sino que fue herido por ella, porque era de tal naturaleza que no podía ser devorada por la muerte: era un cuchillo de piedra que rasgó la garganta de la muerte” (Cromacio de Aquilea, Comentario a Mateo 54, 3). Dice Jerónimo que la muerte fue el anzuelo con el cual el Hijo de Dios pescó al gran monstruo (Cfr. Epístolas 60, 2). 

Jonás es también símbolo de todo hombre. Metodio de Olimpo hace un paralelismo entre el profeta y Adán. “Jonás, que huye lejos de rostro de Dios, es el primer hombre que ha transgredido el mandamiento y rechaza ser visto desnudo, privado de la inmortalidad, saqueado por el pecado de la confianza con que lo nutría la divinidad” (Sobre la resurrección, 2, 25). Los dos fueron víctimas de un monstruo. Adán de la serpiente y Jonás del animal marino. Una y otra bestia eran a veces ilustrados como un dragón. Cromacio de Aquilea dice que “el monstruo que había devorado a Jonás devolvió solo a él, mientras que la muerte que había aferrado al Señor no vomitó solo a él, sino a muchos hombres con él. De hecho leemos en el evangelio de Mateo que muchos resucitaron con el Señor (Comentario al Evangelio de Mateo, 54, 3). Efrén el Sirio dice a los que recién habían recibido el bautismo “Jonás es para ustedes un espejo: el pez no lo ha devorado dos veces y el Voraz tampoco devora dos veces (Himnos para la Epifanía, 3, 19). Y Orígenes dice “quien termina por caer a causa de alguna desobediencia en el vientre de la bestia, pero se arrepiente y reza, será liberado” (Sobre la oración, 13, 3-4). 

Para Jerónimo, el naufragio del profeta prefigura la pasión del Señor (Epístolas 53, 8). Para Ambrosio el sueño en el fondo del barco prefigura la muerte de Cristo (Comentario a los Salmos 43, 85). Zenón de Verona dice “Jonás adormentado en la nave es imagen del misterio del Señor: el material de la nave nos recuerda la cruz y el sueño la muerte (Homilía 1, 34, 3). “Su muerte debía liberar el mundo entero de la tempestad del diablo, y desde el inicio del mundo, su suerte era echada y el decreto paterno no podía ser revocado (Pseudo-Agustín, Sermón Caiilau Saint-Yves 1, 36, 4). 

Jonás, aún desobediente, fue profeta e indica espontáneamente a los marineros la vía de la salvación. “Levántenme y arrójenme al mar, y el mar se les calmará” este gesto es figura del sacrificio voluntario de Cristo dice Pedro Crisólogo. 

En las representaciones aparecen ciclos de dos, tres o cuatro escenas. Jonás lanzado al mar, devorado del monstruo marino, vomitado por el monstruo, Jonás que duerme e incluso una escena de Jonás triste. Los primitivos artesanos, hábiles en la respresentación mitológica clásica, solo tenían que reagrupar temas ya existentes en su repertorio. La nave, que en los sarcófagos paganas ilustraba muchas veces el atravesar de las almas hacia las islas de los muertos, el monstruo marino, frecuente en los cortejos de Neptuno y Anfitrite. Los sarcófagos cristianos con dos escenas, la nave y el reposo de Jonás, para un pagano podían evocar simplemente la tempestad de la vida y el reposo de la muerte.
La diferencia solo se nota en pequeños detalles. A veces Jonás es representado que sale de la garganta del pez con las manos alzadas al cielo en un gesto típico de oración que para los primeros cristianos recordaba también la cruz. Andrés de Creta dice en los Himnos para la exaltación de la Santa Cruz: “Jonás alzó la voz, levantando los brazos en forma de cruz y inmediatamente atrajo el poder de lo alto y fue vomitado sin daño por el monstruo”.

Jonás sentado bajo un calabaza seca (así decía la traducción de la Vetus Latina), y en la posición del pensador de Rodin, gestos prestados de la gestualidad teatral antigua que significaban un personaje reflexionando profundamente o triste hasta la desesperación, evocan la suerte del difunto en espera de la resurrección con la venida gloriosa de Cristo.


 Fuente: M. Dulaey, Des forêts de symboles.

martes, 3 de marzo de 2015

Cortés y Valiente

Desde hace tiempo se viene discutiendo en la blogósfera sobre si un Papa puede ser corregido y si es que si en que tono se debe hacer. Están aquellos que citando a Santa Catalina de Siena hablan "del dulce Cristo en la Tierra" y aquellos otros que recuerdan a San Pablo y su amonestación pública a Pedro en Antioquía (amonestación que dicho sea de paso no parece haber terminado bien para Pablo que perdió a su compañero de viaje, Bernabé). 
Pero no son estos dos casos los únicos de disputa con el Sumo Pontifice. Vaya de ejemplo esta anécdota que tiene como protagonistas a la sede Romana y a San Julián de Toledo.

En el año 681 se celebró en Constantinopla el sexto Concilio Ecuménico. al que no asistió ningún obispo del reino Visigodo. En el 682, el Sumo Pontífice Agatón, habiendo confirmado las actas de aquel concilio, resolvió enviarlas a Hispania, para que la Iglesia de allí las reconociese y firmase; pero el papá murió aquel año antes de remitirlas. Le sucedió en el pontificado Leon II, y este  las envió en el 683. Llegaron después de que los obispos de la península se habían retirado a sus sedes después de celebrar el XIII Concilio de Toledo.
San Julían recibió las actas con la carta del Papa y escribió a Su Santidad que por las circunstancias indicadas no podía convocar un nuevo concilio hasta el año siguiente y que entre tanto haría conocer las actas del Concilio Ecuménico para que los obispos se hallasen instruidos al tiempo del  próximo sínodo toledano. Añadía que ya las había leído por si mismo, y las hallaba dignas de aprobación porque toda la doctrina era católica. En confirmación de este dictámen explicó la materia diciendo, entre otras cosas que la voluntad engendró a la voluntad, y la sabiduría engendró la sabiduría. Que en Cristo habían existido tres sustancias y otras proposiciones no comunes.
Este escrito llegó a Roma en principios del año 684 en que ya estaba muerto León II, y la había sucedido en el sumo pontificado Benedicto II; el cual reprobó el escrito y condenó la doctrina de San Julián por causa de las varias proposiciones particularmente indicadas; y esto sucedía en Roma mientras en Toledo se celebraba el sínodo XIV, en el que las actas del Concilio Ecuménico de Constantinopla fueron examinadas, admitidas y firmadas. El papa Benedicto escribió a San Julián reprobando su doctrina y mandando retractarse bajo conminación ordinaria.
San Julián trabajo su Apología reuniendo las razones de su escrito, con continuas referencias a los Padres anteriores, y la envió a Roma con el mismo que llevó la recepción del Concilio Ecuménico y las firmas de los obispos españoles. El papa Benedicto y su clero, manifestaron gran placer por lo respectivo al objetivo principal, pero por lo tocante al segundo insistió Su Santidad en que San Julián acumulase autoridades de la Sagrada Escritura con que pudiera probar su opinión. 
El santo lo hizo, y envió a Roma en el 686 su segundo escrito apologético a tiempo que ya estaba difunto Benedicto II y le había sucedido Juan V, con la desgracia de un cisma causado por los antipapas Pedro y Teodoro. Juan murió (en efecto los papa reinaban brevemente por aquellos tiempos) y diversas cuestiones impidieron que la curia romana examinara el escrito de Julián, el cual en ese momento convocaba un nuevo concilio en Toledo. 
En este, el santo arzobispo presentó todos los papeles del asunto: la cuestión fue ventilada. Los 61 obispos ibéricos declararon por católica la doctrina de su Primado y añadieron esta cláusula:

"Y si después de esta declaración, los Romanos disintieren de ella y de las doctrinas de los Padres que la confirman, no hay que seguir ya mas con ellas la controversia; pues una vez que nosotros sigamos por el camino recto adheridos a las huellas de nuestros mayores, los amantes de la verdad tendrán nuestra respuesta por sublime, conforme al juicio divino, aunque los émulos ignorantes la reputen por indócil."