Uno de los
libros que más veces fue representado en el arte cristiano antiguo
es la historia del profeta Jonás. Solo en las catacumbas hay al
menos setenta, unos treinta en los cuales son ciclos de tres o
cuatros episodios. Jonás de alguna manera había muerto y
resucitado. Esto explica su popularidad sobre todo en el arte
funerario.
La historia
que cuenta la Biblia es la de un profeta que quiere servir al Dios de
Israel, pero que escapa lo más lejos que puede para huir de la
misión que él le quiere confiar. Tanto que Dios es obligado a
recurrir a grandes medios para detenerlo como una tempestad y meterlo
dentro de un pez que se encuentra en el momento justo para devorar al
profeta tirado al mar por los marineros que lo han descubierto
culpable del castigo de los elementos.
El mundo
entero obedece al Señor pero no Jonás. Solo cuando se encuentra en
la panza del monstruo marino, y la situación es grave, comienza a
manifestar alguna forma de piedad y pide la ayuda de Dios. Pero
apenas la situación mejora, deja de rezar y de nuevo empieza a
refunfuñar contra Dios. Este mal creyente está circundado de
paganos de una piedad ejemplar, sean los marineros que lo tiran al
mar para calmar la tempestad, o los habitantes de Nínive, los
cuales, apenas Jonás los amenaza con el castigo de Dios, se vuelven
al Todopoderoso y comienzan a ayunar. Ayunan incluso los animales y
todos se cubren de ceniza en señal de penitencia.
Desde el
primer momento los cristianos vieron en la figura del profeta un
vehículo para trasmitir la propia fe. Jonás rezando dentro del pez
es un ejemplo del justo escuchado por Dios. Los predicadores lo
citaban para recordar a los fieles la importancia de la oración. “Su
oración perforó los abismos – dice Afraates – ella derrotó las
olas y fue más fuerte que las corrientes. Abrió las nubes, voló
por los aires, y entró en el cielo. Entonces el abismo vomitó al
profeta y el pez dejo huir a Jonás sobre la tierra firme”
(Exposición 4, 8). “Cualquiera que ha entendido de
encontrarse en la profundidad grita, gime y suspira hasta que es
arrancado y viene a él Aquel que se sienta sobre todos los abismos,
sobre los querubines, y sobre todo lo creado” (San Agustín,
Enarraciones sobre los salmos, 129, 1.). “Escucha mi
oración! Como has escuchado a Jonás en el vientre del monstruo,
inclina tu oído y arráncame de la muerte y dame la vida”
(Pseudo-Cipriano, Oraciones, 2, 2).
El libro de
Jonás estaba muy presente también en la catequesis bautismal.
Aparecía como el ejemplo de predicador de la metanoia, porque
en un solo día había logrado convertir a toda la ciudad de Nínive.
El profeta tirado al mar pasó a ser imagen del bautismo. “El agua
ha purificado a aquel que las cosas terrenas habían extraviado; él
estaba triste sobre la tierra, pero en el vientre del monstruo marino
cantaba un salmo” (San Ambrosio, Exámeron, 5, 11, 35).
“Cuanto os parecéis al profeta vomitado por el pez” dice Efrén
el Sirio a los neófitos (Himnos para la Epifanía, 3, 19).
Los tres días pasados por Jonás en el vientre del animal se
vuelven, en algunos Padres, imagen de la triple inmersión.
Jonás es
figura de Cristo. ¿Pero como podía ser esto si Jesús no escapó de
su misión, ni se encolerizaba al ver a los paganos convertirse? En
realidad, dice Hilario de Poitiers “el verdadero Jonás es Jesús;
el profeta, en cambio, es solo un imitador de la muerte de Cristo”
(Comentario a los salmos, 68, 5). Jonás es imagen de Cristo
como signo de la resurrección, al estar vivo en el vientre del pez.
Dice el poeta bizantino Romano el Mélodo “También en el corazón
de las tinieblas, estas no tuvieron la fuerza de capturar a Cristo.
Como Jonás, también él estaba en el vientre del sepulcro. Había
descendido voluntariamente a la fosa, pero en la tumba velaba, porqué
la divinidad no estaba separada de su cuerpo” (Himnos, 45,
5). “La muerte devorando el cuerpo del Señor no hirió la carne,
sino que fue herido por ella, porque era de tal naturaleza que no
podía ser devorada por la muerte: era un cuchillo de piedra que
rasgó la garganta de la muerte” (Cromacio de Aquilea, Comentario
a Mateo 54, 3). Dice Jerónimo que la muerte fue el anzuelo con
el cual el Hijo de Dios pescó al gran monstruo (Cfr. Epístolas
60, 2).
Jonás es
también símbolo de todo hombre. Metodio de Olimpo hace un
paralelismo entre el profeta y Adán. “Jonás, que huye lejos de
rostro de Dios, es el primer hombre que ha transgredido el
mandamiento y rechaza ser visto desnudo, privado de la inmortalidad,
saqueado por el pecado de la confianza con que lo nutría la
divinidad” (Sobre la resurrección, 2, 25). Los dos fueron
víctimas de un monstruo. Adán de la serpiente y Jonás del animal
marino. Una y otra bestia eran a veces ilustrados como un dragón.
Cromacio de Aquilea dice que “el monstruo que había devorado a
Jonás devolvió solo a él, mientras que la muerte que había
aferrado al Señor no vomitó solo a él, sino a muchos hombres con
él. De hecho leemos en el evangelio de Mateo que muchos resucitaron
con el Señor (Comentario al Evangelio de Mateo, 54, 3). Efrén
el Sirio dice a los que recién habían recibido el bautismo “Jonás
es para ustedes un espejo: el pez no lo ha devorado dos veces y el
Voraz tampoco devora dos veces (Himnos para la Epifanía, 3,
19). Y Orígenes dice “quien termina por caer a causa de alguna
desobediencia en el vientre de la bestia, pero se arrepiente y reza,
será liberado” (Sobre la oración, 13, 3-4).
Para
Jerónimo, el naufragio del profeta prefigura la pasión del Señor
(Epístolas 53, 8). Para Ambrosio el sueño en el fondo del
barco prefigura la muerte de Cristo (Comentario a los Salmos 43,
85). Zenón de Verona dice “Jonás adormentado en la nave es imagen
del misterio del Señor: el material de la nave nos recuerda la cruz
y el sueño la muerte (Homilía 1, 34, 3). “Su muerte debía
liberar el mundo entero de la tempestad del diablo, y desde el inicio
del mundo, su suerte era echada y el decreto paterno no podía ser
revocado (Pseudo-Agustín, Sermón Caiilau Saint-Yves 1, 36,
4).
Jonás, aún
desobediente, fue profeta e indica espontáneamente a los marineros
la vía de la salvación. “Levántenme y arrójenme al mar, y el
mar se les calmará” este gesto es figura del sacrificio voluntario
de Cristo dice Pedro Crisólogo.
En las
representaciones aparecen ciclos de dos, tres o cuatro escenas. Jonás
lanzado al mar, devorado del monstruo marino, vomitado por el
monstruo, Jonás que duerme e incluso una escena de Jonás triste.
Los primitivos artesanos, hábiles en la respresentación mitológica
clásica, solo tenían que reagrupar temas ya existentes en su
repertorio. La nave, que en los sarcófagos paganas ilustraba muchas
veces el atravesar de las almas hacia las islas de los muertos, el
monstruo marino, frecuente en los cortejos de Neptuno y Anfitrite.
Los sarcófagos cristianos con dos escenas, la nave y el reposo de
Jonás, para un pagano podían evocar simplemente la tempestad de la
vida y el reposo de la muerte.
La
diferencia solo se nota en pequeños detalles. A veces Jonás es
representado que sale de la garganta del pez con las manos alzadas al
cielo en un gesto típico de oración que para los primeros
cristianos recordaba también la cruz. Andrés de Creta dice en los
Himnos para la exaltación de la Santa Cruz: “Jonás alzó la voz,
levantando los brazos en forma de cruz y inmediatamente atrajo el
poder de lo alto y fue vomitado sin daño por el monstruo”.
Jonás
sentado bajo un calabaza seca (así decía la traducción de la Vetus
Latina), y en la posición del pensador de Rodin, gestos prestados de
la gestualidad teatral antigua que significaban un personaje
reflexionando profundamente o triste hasta la desesperación, evocan
la suerte del difunto en espera de la resurrección con la venida
gloriosa de Cristo.
Fuente: M. Dulaey, Des forêts de symboles.
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