viernes, 30 de marzo de 2012

El Espíritu de la materia (V y final)





Esto nos conduce al tercer ministerio, es decir, al real. El rol de guía correctamente entendido es afín a aquel del director de música. Consiste en lograr conseguir lo mejor de cada individuo y en dirigir la orquesta en una unidad armoniosa. El mandamiento dado al hombre en la primera narración de la creación de "tener dominio" (Gen I, 28) es explicado en el segundo "El Señor Dios tomo al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo custodiara" (Gen II,15). El dominio es para para nutrir y crecer no para aplastar.
Por una parte el director de orquesta debe afirmar la unión de todos los instrumentos, la flauta puede mostrar aquello que tambor no es en grado de hacer y viceversa. Por la otra parte el director debe garantizar que cada instrumento singularmente desarrolle su parte para crear una melodía armoniosa.
De la misma manera, el iconógrafo, como director de una orquesta de colores y formas debe conocer las características especiales de cada pigmento. Terre verte, por ejemplo, es un pigmento naturalmente traslúcido y se debería usar en modo diferente a un pigmento naturalmente opaco como el ocre rosa. Algunos pigmentos, como el bermellón, se vuelven más oscuros si son molidos en forma más suave, mientras que otros, como la azurita, pierden intensidad cromática si son molidos en forma demasiado suave. 
En conclusión, podemos afirmar que todos los niveles de la creación, desde el serafín y el hombre hasta el átomo son completados en relación, en comunión. Dios mismo es una comunión inefable de Tres, con ninguna división ni confusión entre las Personas. El Padre no es el Hijo y el Hijo no es el Espíritu y de todas formas no están separados. La relación es el centro de toda cosa que la Santa Trinidad ha creado. La misma palabra "eco" de la cual derivan los términos ecología, ecosistema y así otros, significa casa, morada; una sinergia entre persona y materia. La creación, el uso y la contemplación de un icono, son una encarnación gráfica de esta sacra ecología. El icono sagrado nos recuerda que todo lo creado puede ser transfigurado, puede ser un ornamento, un cosmos de la Iglesia divina y humana. La Iglesia resplandeciente por el sol y vestida con un ornamento transfigurado, será entonces "una mujer vestida de sol, con la luna bajo los pies y en su cabeza una corona de doce estrellas" (Ap XII, 1) (Artículo aparecido en L'Osservatore Romano 29-1-2012)

jueves, 29 de marzo de 2012

El espíritu de la materia (IV)



¿Y cual es el rol sacerdotal del iconógrafo y, por lo tanto, de todos los cristianos a propósito de la materia? Un sacerdote es una persona que ofrece. Para ser exactos, ofrece a Dios no solo el talento donado, inmutable y sin interés, sino que ofrece la cosa transformada por su obrar. En la Eucaristía no ofrecemos uva y grano, sino pan y vino. Ofrecemos la "materia prima" donada por Dios, pero transformada por la cultura humana. Dios, a su vez, transforma esta oferta por medio de la "cultura divina" y volviéndola, en la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Los iconos no son un sacramento porque no son sagradas en virtud de una bendición sacerdotal (Hay una pía tradición de bendición de los iconos pero no es esto lo que los hace sagrados). Los iconos siguen siendo madera y pintura, pero son sagrados en virtud del hecho que llevan la imagen y el nombre del santo prototypo. No obstante esto, hay un paralelismo entre el proceso de oferta sacerdotal y la pintura de iconógrafo. Un sacerdote representa al pueblo delante de Dios, y aquello que él ofrece lo hace en nombre de todos. De la misma forma un icono representa a todos los aspectos de la creación material. El iconógrafo toma los pigmentos del reino mineral (tierra, piedras semipreciosas), madera, para el panel, del reino vegetal y huevo, para unir los pigmentos, del reino animal. El icono entonces se vuelve un microcosmos, una oferta de toda la creación, cuya obra representa la llamada sacerdotal de toda persona. 
De este modo, el icono no es solo una manifestación del cielo sobre la tierra, una ventana o una puerta por medio de la cual los santos puedan revelarse a nosotros, sino que también son una oferta del hombre a Dios, una oración sacerdotal bajo la forma de imágenes más que de palabras. Como la oración son sonidos transformados en palabras del espíritu y de la inteligencia del hombre, así los iconos son objetos materiales transformados en forma y ritmo en una expresión de amor y de adoración. 

miércoles, 28 de marzo de 2012

El espíritu de la materia (III)



¿Qué cosa podemos decir sobre la relación más amplia entre el hombre y el mundo material como Dios quería que fuera? Podemos responder mirando a los tres roles clásicos del profeta, sacerdote y rey.
Un profeta procede en el Espíritu Santo y a través de Él es inspirado a escuchar la Palabra de Dios y a anunciarla. El o ella no pronuncian palabras propias, sino solo la Palabra inspirada y probada de Dios. De la misma manera, un pintor de iconos esta llamado no a desplegar sus propias opiniones personales, sino a encarnar la Palabra de Dios con colores y líneas.
Esto no significa que el iconógrafo deba copiar sin pensar, de la misma manera que un profeta no puede simplemente leer un texto. Un pintor de íconos debe, ciertamente, ser fiel a las características aceptadas del santo a retratar (por ejemplo el Apóstol Pedro es siempre retratado con los cabellos blancos rizados y barba) e incluyen en un icono todas la características esenciales. El iconógrafo lucha para vivir la misma vida santa de los santos, así que los puede pintar como personas que conoce personalmente a través del Espíritu Santo. El pintor de iconos esta llamado a percibir la esencia, o logos de la persona o del evento sacro que pinta, aquel que el poeta Gerard Manley Hopkins ha definido la tensión interior de una cosa. Y entonces debe tratar de que este logos se manifieste en la pintura, debe volverse el equivalente del profeta que profetiza.
Textos ascéticos, en Oriente y en Occidente, afirman tres momentos de la vida espiritual. Después de la purificación viene la iluminación, esta la percepción de los logói o esencias interiores de las cosas creadas. Estás son las palabras de Dios que lleva a toda cosa a existir y que queda en ellas y las conduce hacia el cumplimiento en el futuro. El Logos no solo crea con su Palabra, sino que es también impronta de la sustancia y sostiene todo con la potencia de la Palabra (Heb. I,3). Dios conduce y compone. El pintor de iconos, ayudado de la sabiduría de siglos de tradición y de la inspiración en el Espíritu, trata de llevar a la luz y de hacer visible la cualidad espiritual de las personas, las cosas materiales y los eventos históricos que pinta.
El icono nos ayuda a percibir el mundo como una zarza ardiente que se quema sin ser consumido por la gloria de Dios. Comenzamos a ver el mundo no solo como naturaleza, sino como una sinfonía de amor compuesta por nuestro Amante. De hecho, sobre el Monte Tabor no fue tanto Cristo a cambiar, sino que fueron los discípulos. El Señor abrió a ellos los ojos a fin que lo vieran como siempre había sido. 
Es significativo que el pintor de iconos comienza su obra con una superficie blanca de yeso. Esto representa al Espíritu Santo. Un profeta espera en silencio la presencia del Espíritu Santo y desea pronunciar solo palabras que llevan a Dios. Desde hace más de 25 años soy iconógrafo a tiempo completo y todavía me siento de frente a este blanco luminoso con temor. Temo di cubrirlo con una pintura espesa en lugar de dejarlo transfigurar e iluminarlo desde dentro. 

viernes, 23 de marzo de 2012

El espíritu de la materia (II)





Seguímos con el artículo de Aidan Hart. Lo voy traduciendo de a poco (cuando tengo tiempo) y trato de dividirlo a partir de los diferentes temas que desarrolla. 

Observemos que los íconos no son naturalistas, sino que tienden a parecer cosas abstractas. Esta estilización es un tentativo de sugerir el estado transfigurado de las cosas, ver al hombre y al mundo no sólo con ojos físicos, sino con los ojos del espíritu. Aún sin ser naturalistas, los íconos son realistas. Un himno de la Iglesia Ortodoxa para la Fiesta de la Transfiguración dice así; "Oh Cristo, te has revestido del entero Adán, has iluminado la naturaleza un tiempo oscurecida y en la metamorfosis de tu aspecto la has divinizado". ´
Los íconos muestran al hombre en su verdadera naturaleza como ser creado y resplandeciente de la luz del Creador. Como escribe el Apóstol Pedro "Con estas cosas (Dios) nos ha donado los bienes grandísimos y preciosos que fueron prometidos, para que llegarámos por medio de ellos a participar de la naturaleza divina, habiendo escapado a la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia" (2 Ped. I,4).
Observemos también que la descripción evangélica de la Transfiguración muestran que tanto la ropa de Cristo, como su Persona, emanaban luz. La ropa de lino participaban de la gracia divina por asociación con su cuerpo divino. También la vida sacramental de la Iglesia se viste utilizando la materia y transfigurándola.
A través de la Iglesia, el mundo puede convertirse en un cosmos u ornamento - que es uno de los significados literales de cosmos. Es este el mundo transfigurado que los íconos muestran a través de el modo en que representan las personas, la naturaleza y los edificios. La materia no es jamás mostrada como mera materia, sino como materia infundida con la gloria del Señor. No hay claroscuro, porque todas las cosas estan llenas de luz y son bañadas por la luz. 

El Espíritu de la materia





Un artículo del especialista en iconografía Aiden Hart.

"Yo no adoro la materia, adoro el Dios de la materia, que por mi se hizo materia, y si dignó de habitar en la materia, y me ha dado la salvación a través de la materia. No cesaré de honorar aquella materia que obra mi salvación. La venero, si bien, no como Dios". (San Juan Damasceno, Sobre los Santos Íconos, I, 16)
Estas palabras de San Juan Damasceno, venerado en Oriente y en Occidente como doctor y padre de la Iglesia fueron escrítas en defensa de los íconos contra los íconoclastas. En ellos se afirmaba el rol espiritual no solo de las imágenes sacras sino de todo el mundo material. La materia era importante no solo porque Dios la había creado, sino también porque se había unido a ella en modo personal e hipostático a través de la Encarnación. 
En esta época como en ninguna otra la Iglesia debe conocer y celebrar el uso propio y entusiasta del mundo material. El materialismo es de hecho un abuso y no un uso de la materia. El consumismo puede ser considerado como una parodia secular de la Santa Eucaristia, una parodia porqué consumimos sin dar gracias, porque nos apropiamos de un don dándole la espalda al Donador. Entonces devoramos, pero no somos nutridos ni saciados. Solo en Cristo se puede comprender o experimentar el rol verdadero y elevado del mundo material. 
En este artículo deseo evidenciar en que modo la creación y el uso de los íconos es una encarnación gráfica de la "teología" de la Iglesia ortodoxa sobre la materia. Este es un teología centrada sobre la encarnación de Dios y sobre la transfiguración de la persona humana y a través de la persona humana, de todo el creado.
Para ser correctos, la teología es el discurso sobre la naturaleza de Dios como Trinidad, pero aquí utilizamos 
este término en un sentido más general. Hablamos primero del uso de los íconos y después de su creación.
Ícono es una palabra griega que significa imagen y en cuanto tal pone inmediatamente al ícono religioso como mediador entre el que observa y aquello que retrata. El rol de todo ícono, pero de los íconos sacros por excelencia es aquello de mediar. El modo en el cual tratámos las imágenes es un reflejo de como vemos la persona representada. San Juan Damasceno cita a San Basilio "el honor dado a las imágenes viene transferido a su prototypo" (Sobre los Santos Íconos, I,21). Adoramos a Cristo y honramos a los santos cuando besamos el ícono o encendemos una candela de frente a su imágen.
Imágenes de Cristo, de la Madre de Dios y de los santos son íconos obvios, pero, en general toda la creación material en su belleza es ella misma un ícono. La creación existe no solo para nutrir al hombre físicamente sino también para ser imágen de cosas más elevadas, un don del amor, un expresión de la belleza y generosidad divina.
Cuando se la recibe y se la contempla dando gracias, el hombre experimenta el mundo material como sacramento del amor. Cuando la somete y la cosume sin dar gracias, come muerte. Esto, naturalmente, no significa que la materia se vuelva un mal en si mismo, sino que nosotros al privarla de su carácter de don y al despersonalizarla, la volvemos solo materia. Con profunda intuición, San Efren el Sirio afirma que el árbol del conocimientod del bien y del mal es de hecho creación. Cuando es recibido con agradecimiento, lleva al hombre a la vida espiritual y a la bondad. Cuando es recibido sin dar gracias, se vuelve para él un objeto, una cosa muerta; no una fe nupcial. 

jueves, 15 de marzo de 2012

La inflación de la obediencia (II) by G. Cottier.





¿Cómo se llega a tales posiciones? Me parece que aquí confluyen dos factores.
El primero tiene que ver con la espiritualidad. Hablando en términos espirituales y existenciales, es verdad que existe una afinidad entre la obediencia religiosa, por la cual, haciendo mía la voluntad del superior, yo renuncio a mi voluntad, y la caridad teologal gracias a la cual la voluntad creada se une a la voluntad de Dios amado por si mismo y más que cualquier otra cosa. El error consiste en el hacer de un principio de vida espiritual una teoría en el plano del saber teológico, ya que dicho saber debe considerar la esencia de las cosas. Por otra parte, tal teoría se desarrolló en una dirección demasiado humana. Hubo una cierta pereza por parte de los que deben detentar la autoridad doctrinal. Ya que es más fácil dar directivas que iluminar los espíritus.
El segundo factor es de orden filosófico. La creciente influencia de las escuelas voluntaristas y nominalistas no es  extraña a la sobrevalorización de la obediencia. Descartes pensaba que la esencia de la verdad y el bien dependia de la omnipotencia de Dios y que Él habría podido hacer que "hubieran montañas sin valles o que uno más dos no fuese igual a tres" (Lettre a Arnaud, 29-07-1648). Así, la verdad que nosotros conocemos no nos hace conocer a la Verdad y a la Sabiduría primera, sino a la Libertad divina. Al querer empujar al extremo las consecuencias de estas ideas, no se ve que cosa de nuestro espíritu podría corresponder a la Libertad divina, fundamento de toda verdad, sino la obediencia, una obediencia necesariamente ciega.
Y los conflictos de la mente creada se reducirían así a un único conflicto: aquel de la afirmación de la propia libertad, que puede llegar hasta el ateismo o la sumisión fideistica a la Libertad divina. En este punto no se sabe donde situar ni las exigencias propias de la verdad,  ni la vocación propiamente cognitiva de la inteligencia. 
Queda el hecho de que, rigurosamente hablando, la grandeza de la obediencia se comprende en la línea del "gobierno", no en aquella del magisterio de la verdad. Confundir los dos registros significaría abrir la puerta al reino de la arbitrariedad intelectual. (George Cottier, Le vie della ragione. Temi di epistemologia teologica e filosofica, 2002, 192.) 

miércoles, 7 de marzo de 2012

La inflación de la obediencia (I) by G. Cottier.



Cuando la mentalidad apologética tiene la primacía sobre la tensión contemplativa, termina por sufrir la misma apologética. Otra fuente de la crisis del pensamiento es, sin duda, la inflación de la obediencia. También aquí no se trata de redimensionar la excelencia de esta virtud, sino de respetar el puesto en el organismo de las virtudes cristianas. Y este no es el primero. De primera importancia son las virtudes teologales, en particular  la caridad, que nos hace participar del conocimiento y el amor de Dios mismo. Mediante la fe teologal nos adherimos a la Verdad primera, la cual da fe de la veracidad del contenido divino que nos es propuesto de creer. Porque Dios es la Verdad misma y la fuente de toda verdad, y la luz de la inteligencia es una participación creada de la luz increada, nuestra inteligencia realiza aquello que constituye su primera operación cuando se somete a Dios. La inteligencia que se pone dócilmente a la escucha del magisterio, asistido del Espíritu Santo para transmitirnos la verdad revelada y ayudarnos a vivirla, permanece en la prolongación de esta radical sumisión a la fuente de aquello que constituye su vida.
La verdad que viene de lo alto nos es trasmitida autoritativamente, a través de la cual la Verdad primera se impone a la inteligencia creada que, acogiéndola se realiza según su natural deseo. Los guardianes de la  autoridad magisterial participan de la autoridad de la Verdad primera: la Verdad primera se comunica a nosotros, y en cuanto Verdad primera lo hace autoritativamente. El primer aspecto explica el segundo, y es dañoso invertir el orden de las cosas.
Esto ocurre, lamentablemente, cuando se confunde la sumisión de la inteligencia a la Verdad primera, y la docilidad que ella exige, con la virtud de la obediencia. Objeto de la obediencia es el precepto del superior legítimo, que el súbdito sigue para orientar la propia acción: con la obediencia si es en el orden de la verdad práctica y de la acción. Tratar la doctrina como materia de obediencia significa desconocer la naturaleza, esto es vaciarla de su esencia que es solicitud de la inteligencia para que se nutra. La ortodoxia - o sea la recta orientación de la inteligencia hacia su objeto, que es la verdad de acoger en la fe - se volvería una imposición disciplinaria desde lo externo, sentida como un atentado a la libertad de pensamiento, a su espontaneidad. La noción de "fe estatutaria", imaginada por Kant, no se concibe sino en una desastrosa prospectiva.