miércoles, 28 de marzo de 2012

El espíritu de la materia (III)



¿Qué cosa podemos decir sobre la relación más amplia entre el hombre y el mundo material como Dios quería que fuera? Podemos responder mirando a los tres roles clásicos del profeta, sacerdote y rey.
Un profeta procede en el Espíritu Santo y a través de Él es inspirado a escuchar la Palabra de Dios y a anunciarla. El o ella no pronuncian palabras propias, sino solo la Palabra inspirada y probada de Dios. De la misma manera, un pintor de iconos esta llamado no a desplegar sus propias opiniones personales, sino a encarnar la Palabra de Dios con colores y líneas.
Esto no significa que el iconógrafo deba copiar sin pensar, de la misma manera que un profeta no puede simplemente leer un texto. Un pintor de íconos debe, ciertamente, ser fiel a las características aceptadas del santo a retratar (por ejemplo el Apóstol Pedro es siempre retratado con los cabellos blancos rizados y barba) e incluyen en un icono todas la características esenciales. El iconógrafo lucha para vivir la misma vida santa de los santos, así que los puede pintar como personas que conoce personalmente a través del Espíritu Santo. El pintor de iconos esta llamado a percibir la esencia, o logos de la persona o del evento sacro que pinta, aquel que el poeta Gerard Manley Hopkins ha definido la tensión interior de una cosa. Y entonces debe tratar de que este logos se manifieste en la pintura, debe volverse el equivalente del profeta que profetiza.
Textos ascéticos, en Oriente y en Occidente, afirman tres momentos de la vida espiritual. Después de la purificación viene la iluminación, esta la percepción de los logói o esencias interiores de las cosas creadas. Estás son las palabras de Dios que lleva a toda cosa a existir y que queda en ellas y las conduce hacia el cumplimiento en el futuro. El Logos no solo crea con su Palabra, sino que es también impronta de la sustancia y sostiene todo con la potencia de la Palabra (Heb. I,3). Dios conduce y compone. El pintor de iconos, ayudado de la sabiduría de siglos de tradición y de la inspiración en el Espíritu, trata de llevar a la luz y de hacer visible la cualidad espiritual de las personas, las cosas materiales y los eventos históricos que pinta.
El icono nos ayuda a percibir el mundo como una zarza ardiente que se quema sin ser consumido por la gloria de Dios. Comenzamos a ver el mundo no solo como naturaleza, sino como una sinfonía de amor compuesta por nuestro Amante. De hecho, sobre el Monte Tabor no fue tanto Cristo a cambiar, sino que fueron los discípulos. El Señor abrió a ellos los ojos a fin que lo vieran como siempre había sido. 
Es significativo que el pintor de iconos comienza su obra con una superficie blanca de yeso. Esto representa al Espíritu Santo. Un profeta espera en silencio la presencia del Espíritu Santo y desea pronunciar solo palabras que llevan a Dios. Desde hace más de 25 años soy iconógrafo a tiempo completo y todavía me siento de frente a este blanco luminoso con temor. Temo di cubrirlo con una pintura espesa en lugar de dejarlo transfigurar e iluminarlo desde dentro. 

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