martes, 17 de julio de 2012

Algunas observaciones a “Iota unum” de Romano Amerio (I)



Comparto un muy interesante artículo aparecido en el sitio www.feyrazon.org, de monseñor Miguel Antonio Barriola, sacerdote uruguayo, miembro de la PCB y profesor al seminario de La Plata

1 – Para el “Año de la fe”

Este año (desde 11/XI/2012 hasta 24/X/2013) promete ser muy fructuoso y renovador, ya que se propone, según el “Motu Proprio” de Benedicto XVI, celebrar el quincuagésimo aniversario del Concilio Vaticano II y el vigésimo de uno de sus frutos más acabados: el Catecismo de la Iglesia Católica (1).

Ahora bien, nadie ignora las convulsiones de todo tipo que se siguieron a las sesiones de dicha magna asamblea, que reunió al entero episcopado católico. Hay quien ve a todo lo anterior como definitivamente superado, por un lado, y quien, por el otro, lamenta el tembladeral a que ha sido sometida la más auténtica tradición de la Iglesia. Representa la primera tendencia la “Escuela de Bologna”, bajo la guía de G. Alberigo, mientras que la segunda tiene en los “lefebvristas” a sus más conocidos adalides.

Si bien no puede ser tachado de cerrado conservadurismo, y sintiéndome de acuerdo en muchas de sus críticas al desarrollo postconciliar, con todo, creo que se merecen más de un reparo las tomas de posición de un autor que no ha sido muy publicitado, pero que últimamente está tomando cierta mayor notoriedad. Me refiero a Romano Amerio (2).

2 – Iota unum

De entrada parece emblemático el título mismo escogido por el autor en cuestión para su nutrido análisis crítico de la situación eclesial posterior al Vaticano II: Iota unum - Estudio sobre las variaciones de la Iglesia católica en el siglo XX (3). Porque, ya desde el mismo frontispicio, contrapone lo que (según él) el mismo Cristo ha declarado inmutable (“Ni una <iota> pasará de la ley”: Mt 5,18) y las “traiciones <variantes>” que contra tal principio estaría cometiendo la Iglesia católica después del último concilio ecuménico.

Ahora bien, en el mismo “Sermón del monte” (4) es claro cuánto y hasta qué punto Jesús “cambió” el sentido de la antigua ley, profundizándolo hacia el interior del corazón y hasta “variando” notablemente sus prescripciones. Baste dar una ojeada a sus “oposiciones”: “Habéis oído… pero yo os digo” (Mt 5,21-48).

¿En qué quedamos? se podría preguntar cándidamente. ¿No se cambia nada –“ni una iota”– o es posible aceptar modificaciones que corrigen a la misma ley de Moisés (ibid.: 5,31-32.38-42.43-48)?
Orientando la respuesta, hemos de recordar qué era el Antiguo Testamento respecto al Nuevo y qué las disposiciones temporarias y preparatorias de la primera alianza respecto a la última y definitiva. La ley y los profetas estaban en movimiento, eran rudimentarias en más de un aspecto en relación a la disposición final, que tendría su culminación en Jesucristo.

Si nos guiáramos por los supuestos que parecen estar subyacentes en la hermenéutica de Amerio, tendríamos los cristianos que ofrecer todavía holocaustos de bueyes y terneros, establecidos por la ley de Dios a su pueblo elegido. Pero, además de ese punto cultual…, ¿no cambió también, y hasta qué punto, la obligación “divina” de circuncidar a todo hijo varón, la celebración del “shabbat” por la “kyriaké heméra” y tantos otros aspectos?

El educador religioso que transformase en hombre santo un niño santo no habría <destruido> su personalidad, sino que le habría <dado plenitud> (la destruiría, por el contrario, quien se empeñase en mantenerlo niño toda la vida). El Evangelio significa la mayor edad de la Ley (la comparación es sugerida por San Pablo; Gal 4,1ss.). Estas palabras de Jesús en el <Sermòn de la Montaña> nos dicen ahora a los cristianos que la grandeza del hombre en orden al Reino de los cielos está vinculada a la fidelidad hasta en los mínimos detalles, a la <Ley – plenitud>, que es de hecho toda la Revelación o Palabra de Dios, hecha espíritu, vida e <institución> en su Iglesia” (5).

A mi modesto entender, por lo tanto, y para mayor precisión, habría que haber afinado más los matices ya desde el comienzo, proponiendo un estudio que distinguiese entre “las variaciones aceptables y las incorrectas” de la Iglesia en el Siglo XX. Porque, es innegable (y en esto coincidimos con Amerio), que ha habido garrafales, erróneas interpretaciones y aplicaciones del etéreo “espíritu” del Concilio, tantas veces contrario a su más que explícita “letra”, que nunca “mata”, con tal que sea leída con una hermenéutica de continuidad y progreso, en lugar de la rupturista (6). Pero no menos se sostendrá, en lo sucesivo de este estudio, que también se han dado progresos procurados por el Vaticano II, que han de ser bienvenidos y no sumergidos en una espesa capa de silencio, especializándonos en coleccionar sólo sus fallas.

Partiendo de la base que la de R. Amerio es una obra muy seria, que comparto en sus muchas y variadas críticas (teología de la liberación, feminismo, decadencia sacerdotal, etc.) así y todo encuentro ciertas apreciaciones injustas, exageradas y hasta preciosistas.

Manejo la edición italiana, lo cual podrá dificultar la confrontación de mis comentarios con la traducción castellana, pero espero que, el lector sabrá orientarse por los datos que se brindan. Confieso igualmente que podría haberse distribuido el material en secciones temáticas que unificaran mejor los enfoques aquí ofrecidos. Pero se irá comentando aquellos párrafos que me han suscitado más objeciones. De modo que reinará un cierto desorden, pero que no afectará a la comprensión de la revisión de Amerio que iré presentando.


Cap. 3, n° 34, p. 56: “Aquí se ve una sombra de subjetivismo. En realidad no importa lo que la Iglesia piensa de sí, cuanto más bien lo que ella es”.

Me pregunto si podremos llegar al “ser” sin “pensar” en él. Y, si es verdad que hay pensamientos y pensamientos y muchos no suelen coincidir con la verdad (“adaequatio intellectus cum re”), un cristiano ha de suponer que el “pensamiento de la Iglesia” sobre cualquier tema (Cristo, María, la Iglesia misma) está asistido por el Espíritu Santo, como Jesús prometió.

Admito, no menos, que muchas veces en la historia el magisterio (pensamiento de la Iglesia) ha ido balbuceando en su indagación de las verdades reveladas, pero hay una instancia infalible, que se expresa por medio de ese mismo “pensamiento de la Iglesia”, sobre “lo que es” la Trinidad, Cristo, los sacramentos, la Iglesia, etc. Durante siglos, por ejemplo, grandes doctores y santos “pensaron” que no debían admitir la Inmaculada Concepción de María (San Bernardo, Santo Tomás, San Buenaventura), hasta que fue definida por el Beato Pío IX, en 1854. En todos aquellos siglos “el pensamiento de la Iglesia” anduvo fluctuante, pero no fue menos “pensamiento de la Iglesia” (y no “Palabra de Dios”, como la Biblia) la definición dogmática infalible. Estuvo “asistido” por el Espíritu Santo, quien daba toda su certeza y seguridad al “pensamiento de la Iglesia”.

Cap. 5, n° 49, p. 89: “También la transposición semántica es un gran vehículo de novedad. Así, por ejemplo, llamar operador pastoral al párroco, Cena a la Misa, servicio a la autoridad o toda función, autenticidad a la naturaleza aunque sea deshonesta, arguye novedad en las cosas, significadas antes con aquellos vocablos puestos en segundo lugar”.

Coincido en que es algo secularizante y oficinesco el primero de los cambios apuntados. Pero, ¿qué de malo tiene volver al significado original que se da en los Evangelios y I Cor 11,17-34 a la “Última Cena”?

Al respecto, parece que Amerio, innegablemente tan erudito, no tiene noción de la obra clásica sobre la historia de la liturgia eucarística, de Joseph Jungmann: Missarum Sollemnia (Trad. Castellana: El Sacrificio de la Misa – Tratado histórico-litúrgico, BAC, Madrid, 1951). De hecho nunca acude a este autor. Ahora bien, cuando Jungmann enumera los nombres que se han ido dando a la Eucaristía (ibid., 231 ss.) sigue este orden: “Fracción del pan”, “Cena Dominical”, “Eucaristía”, “Oblatio” , “Sacrificium”, (continúa con 6 nombres orientales)… y finalmente “Missa”, que significa “despedida”. Ahora bien, al respecto, comenta Jungmann: “Difícil, sin embargo, por no decir imposible, nos resulta el que haya prevalecido el nombre que indica una acción contraria: la de separarse o dispersarse... Hoy no puede ponerse en duda el que ésta sea la significación primitiva de la palabra missa”.

Posteriormente se le brindaron significados más altos: Bendición, Mesa. Pero, no me explico por qué insistir en un término muy “tradicional”, qué duda cabe, pero que no ofrece la riqueza que tenían otros anteriores.

Tradición no es solamente conservar lo que viene de siglos pasados, porque también hubo sostenidas deformaciones a lo largo de la historia, que desdibujaron la fuerza original de signos, vocabulario, costumbres. Por ejemplo, fue inveterada costumbre de siglos, celebrar la “Vigilia pascual” el sábado por la mañana, cosa que significó una pérdida grande del sentido de esa solemnísima ceremonia, por naturaleza “nocturna”. Y esto duró siglos y siglos.

También: ¿qué de desaconsejable tiene el llamar “servicio” a la autoridad, cuando quien detenta la potestad máxima en la Iglesia suele designarse a sí mismo: “servus servorum Dei”? ¿Y no nos repitió una y mil veces Cristo, que no vino a “ser servido sino a servir”? Creo yo, al contrario, que es un logro muy de celebrar, una muy apta llamada de atención a más de un clérigo (diácono, sacerdote, obispo), que mucho se han valido de sus prerrogativas, más para aprovecharse de ellas, que para ponerlas al servicio de sus ovejas.

En cuanto a censurar el uso de “autenticidad” también para naturalezas deshonestas, Amerio tendría que aducir textos, porque me parece que afirma demasiado.

En el párrafo siguiente (al ya citado nº 49), sostiene: “El neologismo, por lo común filológicamente monstruoso, a veces está destinado a significar ideas nuevas (por ejemplo, concientizar) (7), pero más frecuentemente nace del ansia por lo nuevo, como se ve al decir presbítero en lugar de prete (8), diaconía en lugar de servicio o eucaristía en lugar de Misa. También en esta sustitución de neologismos a los términos antiguos se esconde siempre, con todo, una variación de conceptos o por lo menos una coloración diversa”.

Francamente, no veo tanto drama. Sobre “Cena” y “Misa”, ya me expresé en lo tocante al párrafo anterior. En cuanto a “concientizar” ¿qué hay de malo en el neologismo? Que se pueda decir más castiza o itálicamente (“prendere coscienza” o “tomar conciencia”), de acuerdo. Pero el término nuevo nada tiene de torcido y se ha vuelto ya común. ¡Tantas palabras comenzaron en una época determinada, hasta que se aclimataron en un idioma (bus, Power Point, etc…)! ¿Y qué hay de desaconsejable en usar palabras empleadas por la misma Biblia: “presbíteros”, “diaconía”? Y, que se den “coloraciones diversas”, tampoco es contraproducente, con tal que sean genuinas y concordes con la doctrina de la Iglesia. Realmente, no comprendo esta reacción del autor en cuestión.

Sigue: “El más notable es el vocablo diálogo, antes desconocido en la Iglesia. El Vaticano II, en cambio, lo empleó 28 veces y acuñó la fórmula celebérrima que indica el eje y la comprensión primaria del Concilio: <diálogo con el mundo> (GS, 43) y <mutuo diálogo entre Iglesia y mundo>”.

Pero… también hasta el siglo IV era desconocido en la Iglesia el término “homooúsios” (consusbstancial) aplicado a Cristo en Nicea. En ningún pasaje del Nuevo Testamento se aplica a María el título de “Madre de Dios”, que se le dio sólo en el Concilio de Éfeso.
           
Con todo, es inexacto decir que antes no se usó la palabra “diálogo”. ¿Se olvidó de San Justino (+ 165) y su “Dialogus cum Triphone”?

Por todo esto, daría la impresión de que Amerio entendiera por “tradición” lo que viene desde el Tridentino en adelante, no siglos y siglos previos. Ahora bien, el Vaticano II ha recuperado del lejano pasado ricas costumbres que habían quedado sepultadas en épocas posteriores, como la concelebración, la oración de los fieles en la Misa y tantas otras cosas.

Por otra parte, esto es un paso interesante, siempre que no se entienda por “diálogo” su desfiguración en meras relaciones de simpatía, encubriendo la propia verdad católica. Ya sobre esto se expidió magníficamente Pablo VI en “Ecclesiam Suam”, a la que, si bien recuerdo, nunca se refiere Amerio.

Además, si hemos de evangelizar a todas las gentes, hemos de dialogar necesariamente con el mundo. Obviamente, sin mimetizarnos con él; pero el cristiano ha de estar dispuesto a terciar en intercambios con Kant, con Nietzsche y con quien sea. Ya para refutar sus errores, ya para apreciar posibles aportes, como lo hizo Tomás de Aquino con un pagano: Aristóteles.

 

En una nota (84, p. 90), a mi entender por demás quisquillosa, Amerio comenta:Mutuo, en realidad aparece superfluo, ya que si habla solamente la Iglesia, no hay diálogo, sino monólogo”.


En primer lugar, debería indicar con mayor precisión “dónde” se encuentra ese giro redundante (“diálogo mutuo”), porque en el único número que cita de GS no aparece semejante expresión. El pasaje que más se le acercaría, en dicho lugar, reza así: “Procuren siempre hacerse luz mutuamente con un diálogo sincero, guardando la mutua caridad y la solicitud primordial por el bien común”. (Semper autem colloquio sincero se invicem illuminare satagant, mutuam caritatem servantes et boni communis imprimis solliciti).

Pero, además, ¿hay redundancia cuando se habla, por ejemplo, de “convenio mutuo”? Porque, ya “cum-venire” (=venir conjuntamente) supone que se trata de “dos”, que coinciden “mutuamente”. ¿No solemos hablar de: “ambos a dos” (9), sin censurar de “superfluidad”?

Termina su consideración al respecto, de este modo: “Todo se vuelve diálogo y la verdad in facto esse se diluye en su propio fieri como diálogo”

A lo que se me ocurre comentar que ciertas distorsiones no merecen propiamente el nombre de diálogo, como ya lo advirtió egregiamente Pablo VI en la encíclica arriba mencionada.

Por lo demás, la verdad en sí no logra ser captada por todos de inmediato y se la ha de hacer asequible por medio de intercambios de ideas, explicaciones, etc. Así, los primeros misioneros en Alaska no podían predicar directamente a los esquimales que debían hacerse “prudentes como serpientes” (Mt 10,16), ya que por aquellos glaciares y hielos jamás reptaron semejantes ofidios. Seguramente “dialogaron”, adaptándose a la cultura de los iglúes, proponiendo que fueran “prudentes como las focas”.

Notas

1) Porta Fidei (2011), nº 4.

2) “Por decenios los únicos católicos que han citado y valorizado la gran obra del filósofo de Lugano han sido los sacerdotes y fieles ligados a los grupos así llamados <tradicionalistas>, como, en particular, la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, fundada por Mons. Marcel Lefèbvre”. (M. D’Amico, “Romano Amerio, interprete della crisi della teologia post-conciliare” en: AA.VV., Passione della Chiesa – Amerio ed altre sentinelle, Bologna (2011) 30.

3) Iota unum, Milano / Napoli (1989). Es muy significativa la explicación del subtítulo, que ofrece al final de toda la obra: “Nuestro libro se cierra volviendo a su comienzo y retomando el motivo de sus primeros parágrafos: si el fenómeno examinado es variación de fondo o de superficie, desarrollo o corrupción, evolución o transmutación catastrófica. Bossuet en la célebre Histoire des variations des Églises protestantes ponía de relieve como síntoma de error la variabilidad y novedad de la doctrina…” (nº 317, p. 591). La lectura de la obra lo deja a uno perplejo, ya que Amerio pareciera endilgar a la Iglesia conciliar y postconciliar “variaciones” tales, que habrían cambiado su esencia. No negaremos que en muchos de los paladines postconciliares se ha llegado a semejantes excesos, muy compenetrados de ideas protestantes. Pero no menos compartimos con los posibles lectores la sospecha de que, para Amerio, también muchos en la Iglesia oficial (hasta Papas), han dado pasos desviados.

4) ¿O “del llano”, según Lc 6,17? ¿Habría ya entre los mismos evangelistas una “variación” y falta de respeto a la “tradición” genuina?

5) I. Gomá, El Evangelio según San Mateo, Madrid (1976) I, 261-262.

6) Benedicto XVI, Discurso a la Curia Romana; 22/XII/2005. En: L’Osservatore Romano, Nº 52, ed. Española: 30/XII/2005.

7) Se ve que le tiene especial inquina a esta palabra, ya que en el nº 263, p. 494, se referirá a ella como “sconcio neologismo” (= neologismo asqueroso). Se ha de notar que el mismo Amerio no se queda atrás con sus numerosos “neologismos”: neotérico, ipocorismo, teotropico, circiterismo, filauzia, y un prolongado etc…

8) En castellano no tenemos equivalente a: “Prete” (italiano), “Prêtre” (francés) o “Priester” (alemán).

9) “Ambedue” también en italiano.

domingo, 8 de julio de 2012

Un texto de Newman


El Cardenal John Henry Newman le dice en una carta, antes de su conversión al catolicismo, al doctor Jelf:
"La única particularidad del punto de vista que defiendo, si puedo llamarlo así, es que mientras hoy día es corriente tomar la fe particular de sus redactores como la verdadera interpretación yo tomo la fe de la Iglesia católica. Es decir, que, así como se dice a menudo que, en el bautismo, no se regeneran los niños por la fe de sus padres, sino por la fe de la Iglesia, yo diría por modo semejante, que los "Artículos" no son recibidos en el sentido de sus redactores, sino en sentido católico, en la medida que lo admite el texto o lo requiere sus ambigüedades."
Newman se está refiriendo a la interpretación de los 39 artículos de la fe anglicana. Al parecerer primero trató de demostrar que estos no dependían de la Reforma. Pero su opinión evolucionó hasta esta expresión que él mismo beato recuerda en la "Apología". Ahora bien ¿no sería esta la clave para interpretar el CVII? Sin dudas el caso no es el mismo y la analogía requiere un esfuerzo, pero creo que en lo fundamental una y otra no están tan lejos. Lo que creo descubrió Newman y que es aplicable al CVII, es que la regla para interpretar cualquier documento de la Iglesia (y los documentos conciliares no son el producto de un teólogo o un obispo) es la misma fe de la Iglesia. 
Actualmente la moda es estudiar el Concilio desde un punto de vista histórico, y sin duda eso puede servir. Pero la lectura e interpretación de un Concilio debiera ser siempre teológica.