Comparto un muy interesante artículo aparecido en el sitio www.feyrazon.org, de monseñor Miguel Antonio Barriola, sacerdote uruguayo, miembro de la PCB y profesor al seminario de La Plata
1 – Para el “Año de la fe”
Este año (desde 11/XI/2012 hasta 24/X/2013) promete
ser muy fructuoso y renovador, ya que se propone, según el “Motu
Proprio” de Benedicto XVI, celebrar el quincuagésimo aniversario
del Concilio Vaticano II y el vigésimo de uno de sus frutos más
acabados: el Catecismo de la Iglesia Católica (1).
Ahora bien, nadie ignora las convulsiones de todo
tipo que se siguieron a las sesiones de dicha magna asamblea, que
reunió al entero episcopado católico. Hay quien ve a todo lo
anterior como definitivamente superado, por un lado, y quien, por el
otro, lamenta el tembladeral a que ha sido sometida la más auténtica
tradición de la Iglesia. Representa la primera tendencia la “Escuela
de Bologna”, bajo la guía de G. Alberigo, mientras que la segunda
tiene en los “lefebvristas” a sus más conocidos adalides.
Si bien no puede ser tachado de cerrado
conservadurismo, y sintiéndome de acuerdo en muchas de sus críticas
al desarrollo postconciliar, con todo, creo que se merecen más de un
reparo las tomas de posición de un autor que no ha sido muy
publicitado, pero que últimamente está tomando cierta mayor
notoriedad. Me refiero a Romano Amerio (2).
2 – Iota unum
De entrada parece emblemático el título mismo
escogido por el autor en cuestión para su nutrido análisis crítico
de la situación eclesial posterior al Vaticano II: Iota unum -
Estudio sobre las variaciones de la Iglesia católica
en el siglo XX (3). Porque, ya desde el mismo frontispicio,
contrapone lo que (según él) el mismo Cristo ha declarado inmutable
(“Ni una <iota> pasará de la ley”: Mt 5,18) y las
“traiciones <variantes>” que contra tal principio estaría
cometiendo la Iglesia católica después del último concilio
ecuménico.
Ahora bien, en el mismo “Sermón del monte” (4)
es claro cuánto y hasta qué punto Jesús “cambió” el sentido
de la antigua ley, profundizándolo hacia el interior del corazón y
hasta “variando” notablemente sus prescripciones. Baste dar una
ojeada a sus “oposiciones”: “Habéis oído… pero yo os
digo” (Mt 5,21-48).
¿En qué quedamos? se podría preguntar
cándidamente. ¿No se cambia nada –“ni una iota”– o es
posible aceptar modificaciones que corrigen a la misma ley de Moisés
(ibid.: 5,31-32.38-42.43-48)?
Orientando la respuesta, hemos de recordar qué era
el Antiguo Testamento respecto al Nuevo y qué las disposiciones
temporarias y preparatorias de la primera alianza respecto a la
última y definitiva. La ley y los profetas estaban en movimiento,
eran rudimentarias en más de un aspecto en relación a la
disposición final, que tendría su culminación en Jesucristo.
Si nos guiáramos por los supuestos que parecen
estar subyacentes en la hermenéutica de Amerio, tendríamos los
cristianos que ofrecer todavía holocaustos de bueyes y terneros,
establecidos por la ley de Dios a su pueblo elegido. Pero, además de
ese punto cultual…, ¿no cambió también, y hasta qué punto, la
obligación “divina” de circuncidar a todo hijo varón, la
celebración del “shabbat” por la “kyriaké heméra”
y tantos otros aspectos?
“El educador religioso que transformase en
hombre santo un niño santo no habría <destruido> su
personalidad, sino que le habría <dado plenitud> (la
destruiría, por el contrario, quien se empeñase en mantenerlo niño
toda la vida). El Evangelio significa la mayor edad de la Ley (la
comparación es sugerida por San Pablo; Gal 4,1ss.). Estas palabras
de Jesús en el <Sermòn de la Montaña> nos dicen ahora
a los cristianos que la grandeza del hombre en orden al Reino de los
cielos está vinculada a la fidelidad hasta en los mínimos detalles,
a la <Ley – plenitud>, que es de hecho
toda la Revelación o Palabra de Dios, hecha espíritu, vida e
<institución> en su Iglesia” (5).
A mi modesto entender, por lo tanto, y para mayor
precisión, habría que haber afinado más los matices ya desde el
comienzo, proponiendo un estudio que distinguiese entre “las
variaciones aceptables y las incorrectas” de la
Iglesia en el Siglo XX. Porque, es innegable (y en esto coincidimos
con Amerio), que ha habido garrafales, erróneas interpretaciones y
aplicaciones del etéreo “espíritu” del Concilio, tantas veces
contrario a su más que explícita “letra”, que nunca “mata”,
con tal que sea leída con una hermenéutica de continuidad y
progreso, en lugar de la rupturista (6). Pero no menos se sostendrá,
en lo sucesivo de este estudio, que también se han dado progresos
procurados por el Vaticano II, que han de ser bienvenidos y no
sumergidos en una espesa capa de silencio, especializándonos en
coleccionar sólo sus fallas.
Partiendo de la base que la de R. Amerio es una obra
muy seria, que comparto en sus muchas y variadas críticas (teología
de la liberación, feminismo, decadencia sacerdotal, etc.) así y
todo encuentro ciertas apreciaciones injustas, exageradas y hasta
preciosistas.
Manejo la edición italiana, lo cual podrá
dificultar la confrontación de mis comentarios con la traducción
castellana, pero espero que, el lector sabrá orientarse por los
datos que se brindan. Confieso igualmente que podría haberse
distribuido el material en secciones temáticas que unificaran mejor
los enfoques aquí ofrecidos. Pero se irá comentando aquellos
párrafos que me han suscitado más objeciones. De modo que reinará
un cierto desorden, pero que no afectará a la comprensión de la
revisión de Amerio que iré presentando.
Cap. 3, n° 34, p. 56: “Aquí se ve una sombra
de subjetivismo. En realidad no importa lo que la Iglesia piensa de
sí, cuanto más bien lo que ella es”.
Me pregunto si podremos llegar al “ser” sin
“pensar” en él. Y, si es verdad que hay pensamientos y
pensamientos y muchos no suelen coincidir con la verdad (“adaequatio
intellectus cum re”), un cristiano ha de suponer que el
“pensamiento de la Iglesia” sobre cualquier tema (Cristo, María,
la Iglesia misma) está asistido por el Espíritu Santo, como Jesús
prometió.
Admito, no menos, que muchas veces en la historia el
magisterio (pensamiento de la Iglesia) ha ido balbuceando en su
indagación de las verdades reveladas, pero hay una instancia
infalible, que se expresa por medio de ese mismo “pensamiento de la
Iglesia”, sobre “lo que es” la Trinidad, Cristo, los
sacramentos, la Iglesia, etc. Durante siglos, por ejemplo, grandes
doctores y santos “pensaron” que no debían admitir la Inmaculada
Concepción de María (San Bernardo, Santo Tomás, San Buenaventura),
hasta que fue definida por el Beato Pío IX, en 1854. En todos
aquellos siglos “el pensamiento de la Iglesia” anduvo fluctuante,
pero no fue menos “pensamiento de la Iglesia” (y no “Palabra de
Dios”, como la Biblia) la definición dogmática infalible. Estuvo
“asistido” por el Espíritu Santo, quien daba toda su certeza y
seguridad al “pensamiento de la Iglesia”.
Cap. 5, n° 49, p. 89: “También la
transposición semántica es un gran vehículo
de novedad. Así, por ejemplo, llamar operador pastoral
al párroco, Cena a la Misa, servicio
a la autoridad o toda función, autenticidad a
la naturaleza aunque sea deshonesta, arguye novedad en las cosas,
significadas antes con aquellos vocablos puestos en segundo lugar”.
Coincido en que es algo secularizante y oficinesco
el primero de los cambios apuntados. Pero, ¿qué de malo tiene
volver al significado original que se da en los Evangelios y I Cor
11,17-34 a la “Última Cena”?
Al respecto, parece que Amerio, innegablemente tan
erudito, no tiene noción de la obra clásica sobre la historia de la
liturgia eucarística, de Joseph Jungmann: Missarum Sollemnia
(Trad. Castellana: El Sacrificio de la Misa – Tratado
histórico-litúrgico, BAC, Madrid, 1951). De hecho
nunca acude a este autor. Ahora bien, cuando Jungmann enumera los
nombres que se han ido dando a la Eucaristía (ibid., 231 ss.) sigue
este orden: “Fracción del pan”, “Cena Dominical”,
“Eucaristía”, “Oblatio” , “Sacrificium”,
(continúa con 6 nombres orientales)… y finalmente “Missa”,
que significa “despedida”. Ahora bien, al respecto, comenta
Jungmann: “Difícil, sin embargo, por no decir imposible, nos
resulta el que haya prevalecido el nombre que indica una acción
contraria: la de separarse o dispersarse... Hoy no puede ponerse en
duda el que ésta sea la significación primitiva de la palabra
missa”.
Posteriormente se le brindaron significados más
altos: Bendición, Mesa. Pero, no me explico por qué insistir en un
término muy “tradicional”, qué duda cabe, pero que no ofrece la
riqueza que tenían otros anteriores.
Tradición no es solamente conservar lo que viene de
siglos pasados, porque también hubo sostenidas deformaciones a lo
largo de la historia, que desdibujaron la fuerza original de signos,
vocabulario, costumbres. Por ejemplo, fue inveterada costumbre de
siglos, celebrar la “Vigilia pascual” el sábado por la mañana,
cosa que significó una pérdida grande del sentido de esa
solemnísima ceremonia, por naturaleza “nocturna”. Y esto duró
siglos y siglos.
También: ¿qué de desaconsejable tiene el llamar
“servicio” a la autoridad, cuando quien detenta la potestad
máxima en la Iglesia suele designarse a sí mismo: “servus
servorum Dei”? ¿Y no nos repitió una y mil veces Cristo, que
no vino a “ser servido sino a servir”? Creo yo, al
contrario, que es un logro muy de celebrar, una muy apta llamada de
atención a más de un clérigo (diácono, sacerdote, obispo), que
mucho se han valido de sus prerrogativas, más para aprovecharse de
ellas, que para ponerlas al servicio de sus ovejas.
En cuanto a censurar el uso de “autenticidad”
también para naturalezas deshonestas, Amerio tendría que aducir
textos, porque me parece que afirma demasiado.
En el párrafo siguiente (al ya citado nº 49),
sostiene: “El neologismo, por lo común
filológicamente monstruoso, a veces está destinado a significar
ideas nuevas (por ejemplo, concientizar) (7),
pero más frecuentemente nace del ansia por lo nuevo, como se ve al
decir presbítero en lugar de prete
(8), diaconía en lugar de servicio
o eucaristía en lugar de Misa.
También en esta sustitución de neologismos a los términos antiguos
se esconde siempre, con todo, una variación de conceptos o por lo
menos una coloración diversa”.
Francamente, no veo tanto drama. Sobre “Cena” y
“Misa”, ya me expresé en lo tocante al párrafo anterior. En
cuanto a “concientizar” ¿qué hay de malo en el neologismo? Que
se pueda decir más castiza o itálicamente (“prendere
coscienza” o “tomar conciencia”), de acuerdo. Pero el
término nuevo nada tiene de torcido y se ha vuelto ya común.
¡Tantas palabras comenzaron en una época determinada, hasta que se
aclimataron en un idioma (bus, Power Point, etc…)! ¿Y qué hay de
desaconsejable en usar palabras empleadas por la misma Biblia:
“presbíteros”, “diaconía”? Y, que se den “coloraciones
diversas”, tampoco es contraproducente, con tal que sean genuinas y
concordes con la doctrina de la Iglesia. Realmente, no comprendo esta
reacción del autor en cuestión.
Sigue: “El más notable es el vocablo diálogo,
antes desconocido en la Iglesia. El Vaticano II, en cambio, lo empleó
28 veces y acuñó la fórmula celebérrima que indica el eje y la
comprensión primaria del Concilio: <diálogo con el
mundo> (GS, 43) y <mutuo diálogo entre
Iglesia y mundo>”.
Pero… también hasta el siglo IV era desconocido
en la Iglesia el término “homooúsios” (consusbstancial)
aplicado a Cristo en Nicea. En ningún pasaje del Nuevo Testamento se
aplica a María el título de “Madre de Dios”, que se le dio sólo
en el Concilio de Éfeso.
Con todo, es inexacto decir que antes no se usó la
palabra “diálogo”. ¿Se olvidó de San Justino (+ 165) y su
“Dialogus cum Triphone”?
Por todo esto, daría la impresión de que Amerio
entendiera por “tradición” lo que viene desde el Tridentino en
adelante, no siglos y siglos previos. Ahora bien, el Vaticano II ha
recuperado del lejano pasado ricas costumbres que habían quedado
sepultadas en épocas posteriores, como la concelebración, la
oración de los fieles en la Misa y tantas otras cosas.
Por otra parte, esto es un paso interesante, siempre
que no se entienda por “diálogo” su desfiguración en meras
relaciones de simpatía, encubriendo la propia verdad católica. Ya
sobre esto se expidió magníficamente Pablo VI en “Ecclesiam
Suam”, a la que, si bien recuerdo, nunca se refiere Amerio.
Además, si hemos de evangelizar a todas las gentes,
hemos de dialogar necesariamente con el mundo. Obviamente, sin
mimetizarnos con él; pero el cristiano ha de estar dispuesto a
terciar en intercambios con Kant, con Nietzsche y con quien sea. Ya
para refutar sus errores, ya para apreciar posibles aportes, como lo
hizo Tomás de Aquino con un pagano: Aristóteles.
En una nota (84, p. 90), a mi entender por demás quisquillosa, Amerio comenta: “Mutuo, en realidad aparece superfluo, ya que si habla solamente la Iglesia, no hay diálogo, sino monólogo”.
En primer lugar, debería indicar con mayor
precisión “dónde” se encuentra ese giro redundante (“diálogo
mutuo”), porque en el único número que cita de GS no aparece
semejante expresión. El pasaje que más se le acercaría, en dicho
lugar, reza así: “Procuren siempre hacerse luz mutuamente con
un diálogo sincero, guardando la mutua caridad y la solicitud
primordial por el bien común”. (Semper autem colloquio
sincero se invicem illuminare satagant, mutuam caritatem servantes et
boni communis imprimis solliciti).
Pero, además, ¿hay redundancia cuando se habla,
por ejemplo, de “convenio mutuo”? Porque, ya “cum-venire”
(=venir conjuntamente) supone que se trata de “dos”, que
coinciden “mutuamente”. ¿No solemos hablar de: “ambos a dos”
(9), sin censurar de “superfluidad”?
Termina su consideración al respecto, de este modo:
“Todo se vuelve diálogo y la verdad in facto esse se
diluye en su propio fieri como diálogo”
A lo que se me ocurre comentar que ciertas
distorsiones no merecen propiamente el nombre de diálogo, como ya lo
advirtió egregiamente Pablo VI en la encíclica arriba mencionada.
Por lo demás, la verdad en sí no logra ser captada
por todos de inmediato y se la ha de hacer asequible por medio de
intercambios de ideas, explicaciones, etc. Así, los primeros
misioneros en Alaska no podían predicar directamente a los
esquimales que debían hacerse “prudentes como serpientes”
(Mt 10,16), ya que por aquellos glaciares y hielos jamás reptaron
semejantes ofidios. Seguramente “dialogaron”, adaptándose a la
cultura de los iglúes, proponiendo que fueran “prudentes como las
focas”.
Notas
1) Porta Fidei
(2011), nº 4.
2) “Por decenios los únicos
católicos que han citado y valorizado la gran obra del filósofo de Lugano han
sido los sacerdotes y fieles ligados a los grupos así llamados
<tradicionalistas>, como, en particular, la Fraternidad Sacerdotal San
Pío X, fundada por Mons. Marcel Lefèbvre”. (M. D’Amico, “Romano Amerio, interprete della crisi della
teologia post-conciliare” en: AA.VV., Passione della Chiesa – Amerio ed altre
sentinelle, Bologna (2011) 30.
3) Iota unum, Milano / Napoli (1989). Es muy significativa la
explicación del subtítulo, que ofrece al final de toda la obra: “Nuestro libro se cierra volviendo a su
comienzo y retomando el motivo de sus primeros parágrafos: si el fenómeno
examinado es variación de fondo o de superficie, desarrollo o corrupción,
evolución o transmutación catastrófica. Bossuet en la célebre Histoire des
variations des Églises protestantes ponía
de relieve como síntoma de error la variabilidad y novedad de la doctrina…”
(nº 317, p. 591). La lectura de la obra lo deja a uno perplejo, ya que Amerio
pareciera endilgar a la Iglesia conciliar y postconciliar “variaciones” tales,
que habrían cambiado su esencia. No negaremos que en muchos de los paladines
postconciliares se ha llegado a semejantes excesos, muy compenetrados de ideas
protestantes. Pero no menos compartimos con los posibles lectores la sospecha
de que, para Amerio, también muchos en la Iglesia oficial (hasta Papas), han
dado pasos desviados.
4) ¿O “del llano”, según Lc 6,17? ¿Habría ya entre los mismos
evangelistas una “variación” y falta de respeto a la “tradición” genuina?
5) I. Gomá, El Evangelio según San Mateo, Madrid (1976) I, 261-262.
6) Benedicto XVI, Discurso a la
Curia Romana; 22/XII/2005. En: L’Osservatore Romano, Nº 52, ed.
Española: 30/XII/2005.
7) Se ve que le tiene especial inquina a esta palabra, ya que en el nº
263, p. 494, se referirá a ella como “sconcio
neologismo” (= neologismo asqueroso). Se ha de notar que el mismo Amerio no
se queda atrás con sus numerosos “neologismos”: neotérico, ipocorismo,
teotropico, circiterismo, filauzia, y un prolongado etc…
8) En castellano no tenemos equivalente a: “Prete” (italiano), “Prêtre”
(francés) o “Priester” (alemán).
9) “Ambedue” también en
italiano.
Estimado Boris: ¿En serio le parece interesante este artículo?
ResponderBorrarNo soy fanático de Amerio, pero me parece que se merecía una crítica mejor, sin tanto voluntarismo, comparaciones desproporcionadas, reducciones al absurdo, argumentos ad hóminem, etc.
Arriola, incluso, sin darse cuenta, está contradiciendo al mismo Benedicto XVI con algunas de sus afirmaciones.
Mons. Arriola es buen apologeta de "combate" contra evangélicos y ateos uruguayos, pero acá se le nota "lo apurado" de su artículo, poco pensado y menos sopesado.
Estimado Walter E. Kurtz: No se si leyó el artículo completo. Esta es solo una parte. A mi me recordó muy bien las sensaciones que tuve al leer a Amerio.
ResponderBorrarNo se exactamente a que se refiere con el voluntarismo y las comparaciones desproporcionadas.
Quizás si es más explícito lo podríamos discutir.
¿Qué es la PCB?
ResponderBorrar"Pontificia Comisión Bíblica"
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