martes, 3 de marzo de 2015

Cortés y Valiente

Desde hace tiempo se viene discutiendo en la blogósfera sobre si un Papa puede ser corregido y si es que si en que tono se debe hacer. Están aquellos que citando a Santa Catalina de Siena hablan "del dulce Cristo en la Tierra" y aquellos otros que recuerdan a San Pablo y su amonestación pública a Pedro en Antioquía (amonestación que dicho sea de paso no parece haber terminado bien para Pablo que perdió a su compañero de viaje, Bernabé). 
Pero no son estos dos casos los únicos de disputa con el Sumo Pontifice. Vaya de ejemplo esta anécdota que tiene como protagonistas a la sede Romana y a San Julián de Toledo.

En el año 681 se celebró en Constantinopla el sexto Concilio Ecuménico. al que no asistió ningún obispo del reino Visigodo. En el 682, el Sumo Pontífice Agatón, habiendo confirmado las actas de aquel concilio, resolvió enviarlas a Hispania, para que la Iglesia de allí las reconociese y firmase; pero el papá murió aquel año antes de remitirlas. Le sucedió en el pontificado Leon II, y este  las envió en el 683. Llegaron después de que los obispos de la península se habían retirado a sus sedes después de celebrar el XIII Concilio de Toledo.
San Julían recibió las actas con la carta del Papa y escribió a Su Santidad que por las circunstancias indicadas no podía convocar un nuevo concilio hasta el año siguiente y que entre tanto haría conocer las actas del Concilio Ecuménico para que los obispos se hallasen instruidos al tiempo del  próximo sínodo toledano. Añadía que ya las había leído por si mismo, y las hallaba dignas de aprobación porque toda la doctrina era católica. En confirmación de este dictámen explicó la materia diciendo, entre otras cosas que la voluntad engendró a la voluntad, y la sabiduría engendró la sabiduría. Que en Cristo habían existido tres sustancias y otras proposiciones no comunes.
Este escrito llegó a Roma en principios del año 684 en que ya estaba muerto León II, y la había sucedido en el sumo pontificado Benedicto II; el cual reprobó el escrito y condenó la doctrina de San Julián por causa de las varias proposiciones particularmente indicadas; y esto sucedía en Roma mientras en Toledo se celebraba el sínodo XIV, en el que las actas del Concilio Ecuménico de Constantinopla fueron examinadas, admitidas y firmadas. El papa Benedicto escribió a San Julián reprobando su doctrina y mandando retractarse bajo conminación ordinaria.
San Julián trabajo su Apología reuniendo las razones de su escrito, con continuas referencias a los Padres anteriores, y la envió a Roma con el mismo que llevó la recepción del Concilio Ecuménico y las firmas de los obispos españoles. El papa Benedicto y su clero, manifestaron gran placer por lo respectivo al objetivo principal, pero por lo tocante al segundo insistió Su Santidad en que San Julián acumulase autoridades de la Sagrada Escritura con que pudiera probar su opinión. 
El santo lo hizo, y envió a Roma en el 686 su segundo escrito apologético a tiempo que ya estaba difunto Benedicto II y le había sucedido Juan V, con la desgracia de un cisma causado por los antipapas Pedro y Teodoro. Juan murió (en efecto los papa reinaban brevemente por aquellos tiempos) y diversas cuestiones impidieron que la curia romana examinara el escrito de Julián, el cual en ese momento convocaba un nuevo concilio en Toledo. 
En este, el santo arzobispo presentó todos los papeles del asunto: la cuestión fue ventilada. Los 61 obispos ibéricos declararon por católica la doctrina de su Primado y añadieron esta cláusula:

"Y si después de esta declaración, los Romanos disintieren de ella y de las doctrinas de los Padres que la confirman, no hay que seguir ya mas con ellas la controversia; pues una vez que nosotros sigamos por el camino recto adheridos a las huellas de nuestros mayores, los amantes de la verdad tendrán nuestra respuesta por sublime, conforme al juicio divino, aunque los émulos ignorantes la reputen por indócil."



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