Un texto duro y un poco incendiario (Crisóstomo es siempre un poco incendiario) para empezar la cuaresma.
"Si quien dice a su
hermano loco, merece tan dura condenación, ¿cuánto fuego de la Gehenna
no merecerá el que le dice malhechor, maldiciente, temerario, vanidoso o
tantas otras palabras ofensivas? Decir, pues, loco o estúpido es mucho
menos grave que servirse de estas expresiones. Cristo omitió estas
palabras, para que tú aprendieras
que, si por un vocablo más soportable Él manda a quien lo pronuncia a la
Gehenna, con cuánta mayor razón lo hará con los que usan términos más
pesados o insoportables.
Si a pesar de esto, se quisiera condenar mi discurso como exagerado, en
virtud de un tipo de interpretación, según el cual la amenaza sería
hecha solamente para inspirar temor, pregunto porqué no excluir también
de dicha condenación a los adúlteros, homosexuales, afeminados e
idólatras. Es claro que si Dios hubiera amenazado para inspirar solamente temor
a aquellos que dicen palabras injuriosas, el mismo principio tendría
que valer para todos los enumerados entre los expulsados del Reino.
Pero puede plantearse la
objeción ¿ubicaríamos a un maldiciente en el mismo nivel de un
adúltero, afeminado, avaro o idólatra? Dejo para otro momento la
cuestión si Dios indistintamente
castiga a todos con la misma pena, mientras examinamos cuánto está
escrito sobre ellos, que no obtendrán el Reino. Creo a Pablo, más bien a
Cristo, quien por medio de él habló; afirma que ni los unos ni los otros obtendrán la herencia en el reino de Dios.
Se han dejado llevar a juzgar este discurso sobre nuestro futuro, como
hiperbólico, alcanzable no sólo a éste, sino también a otros puntos. Es
un lazo del diablo, que quiere eliminar el temor de la futura
condenación de los corazones, dolidos por el amor de Dios, con la sola finalidad de hacerlos más frágiles en la observancia de los mandamientos. Se introdujo, mediante la simulación de la hipérbole, con el propósito de administrar a las almas, así débiles, una ilusión engañosa del tiempo presente y que prepara a la condenación en el momento del juicio, cuando ya no habrá más tiempo para merecer.
Pero dime, ¿quién
se dejará engañar así? ¿qué utilidad sacará cuando, dándose cuenta del
engaño, no pueda merecer más con la penitencia, en el juicio de la
resurrección? No nos engañemos más a nosotros mismos para nuestro daño,
convenciéndonos con razonamientos inconclusos (Ger. 37:9; 2 Cor. 2:11;
Hebr. 13:9). Porque merecemos la condenación más dura,
al no creer en los preceptos de Cristo, además de no observarlos; la no
creencia es fruto de la relajación en la observancia de los
mandamientos.
Cuando dejamos voluntariamente de cumplir y observar
lo mandado, llegamos a querer eliminar el pensamiento de las cosas
futuras, por lo cual, nuestra conciencia queda gravada de pecado y
angustiada; buscando de alejar el grave temor de las penas establecidas,
no hacemos otra cosa que hundirnos en otro abismo mayor: el de no creer
en estos tormentos.
Sucede entonces con nosotros, lo que sucedería a quien abrazado por la fiebre altísima,
se echase al agua fría, con el resultado de no obtener un alivio, sino
de agregar fuego al fuego. Así sometidos por la conciencia del pecado
que nos remuerde, sentimos, también nosotros, la necesidad de encontrar una huida; y de las aguas que nos ahogan queremos refugiarnos
en la hipérbole, pero sólo para continuar pecando sin temor alguno,
porque no sólo nos irritamos con nuestros hermanos en su presencia, sino
que fomentamos los pleitos en su ausencia, cosa que supera los límites
de toda barbaridad. Nosotros que por temor, usamos tanta tolerancia
humana con los más grandes y potentes que nos hacen injusticias y violencia, nos comportamos como enemigos con los iguales e inferiores que no nos dan motivo para lamentarnos. Tanto prevalece el temor de los hombres sobre el temor de Cristo.
Cobardes y altaneros, damos sin embargo, importancia a nuestra salvación. Pero decidme,
¿sobre cuál fundamento? Cristo no nos ha impuesto graves e
insoportables pesos (Mt. 11:30: 23:4 : 1 Jn. 5:3 ), sino solamente de no
enojarnos sin razón con los hermanos, porque es mucho más fácil
soportar a quien se enoja sin razón con nosotros (Mt. 5:22). Porque aquí
encuentras ya acumulado el material para encender la ira, mientras allí
eres capaz de avivar el fuego sin algún motivo; no es la misma cosa,
resistir cuando otro te prende fuego que quedarse sereno y tranquilo, cuando nadie excita en ti la llama. Pues quien, en el primer caso, se llega
a calmar, testimonia una gran actitud, mientras .que quien logra
observar el deber puro y simple, no es digno de particular admiración.
Si por temor a los hombres, hacemos lo más difícil ¿imaginas qué grave
pena y castigo vamos a recibir, por el hecho de rechazar la observancia de los mandamientos por temor a Dios?" (San Juan Crisóstomo, Sobre la compunción, I, 5-7)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario