lunes, 20 de abril de 2015

Daniel y los tres jóvenes




La figura del profeta Daniel fue, junto a la de Jonás, una de las más usadas para representar la resurrección. Tanto la imagen del profeta como la de los tres jóvenes, es presentada como ejemplo del cristiano. Son exaltadas tanto su fe en Dios y en la vida eterna como su fidelidad que llega hasta afrontar el martirio. 

Daniel ya aparecía en el mundo hebraico como un modelo de oración. Enseña a invocar a Dios en todo lugar, en la adversidad y en las circunstancias más difíciles. “Vela y reza como Daniel” aconseja Efrén (Himno sobre la Epifanía, 3, 32).

No solo reza, también ayuna. En el capítulo 14 permanece seis días en la fosa hasta ser milagrosamente nutrido por Dios el séptimo día. El hecho era leído en Roma el miércoles santo, momento culminante del ayuno cuaresmal. Porque el cristiano que ayuna es nutrido espiritualmente por Dios. El pan llevado por Abacuc al final, es imagen de la eucaristía. Zenón de Verona, en un sermón de la vigilia de Pascua, recuerda el “pan celeste” recibido por Daniel. En una poesía de Prudencio, Daniel recibe el pan respondiendo “¡Amén!” y cantando el Aleluya como cuando se recibe el pan sacramental (Cathemerinon 4, 70-73). Las imágenes que encontramos muestran que esta exégesis estaba muy difundida. Se ve a Abacuc que lleva a Daniel un pan señalado con un cruz. Al parecer, Daniel en la fosa también podía simbolizar el bautismo. Encontramos en Clemente de Alejandría un paralelo en el cual los leones representan los demonios y las tentaciones. Con el bautismo “el alma es salvada del mundo y de las garras del los leones” (Extractos de Teodoto 83). 

La fosa era otra imagen clara para los conocedores de la Biblia. En los salmos evoca la guarida de los animales, la trampa puesta por el hombre y por extensión la muerte misma. Hipólito lo dice claramente: “La fosa es el infierno” (Sobre Daniel 3, 31). 

En Daniel fue vista la figura de Cristo. El profeta que metido en la fosa por sus perseguidores, sale incólumne, era una prefiguración de la pasión y la resurrección. Ya Hipólito en el III siglo une las dos imágenes, pero será un autor sirio del IV siglo, Afraate, que desarrollará más explícitamente el paralelo. “Por Daniel fue cerrada la garganta de los leones, ávidos y destructores de la vida, por Jesús fue cerrada la garganta de la muerte, ávida y destructora de todo lo que tiene forma (Exposiciones 21, 18). “La fosa se abre como la tumba -dice Efrén-, las bestias son vencidas como la muerte. El Triunfador sube a anunciar la resurrección a aquellos que yacían en los sepulcros” (Cantos de Nísibe 21, 18). De nuevo Afraate dice “La fosa de Daniel la habían sellado y vigilado; la tumba de Jesús la custodiaban metiendo unas tropas. Cuando Daniel sale, aquellos que lo habían calumniado estaban confundidos. Cuando Jesús resucitó, todos aquellos que lo habían crucificado estaban confundidos".

Si Daniel echado a los leones evoca a Jesús llevado a la muerte, en la posición de orante traza, con sus brazos alzados, la cruz. Una homilía de Atanasio afirma que Daniel fue salvado de los dientes de los leones por la potencia del signo de la cruz, manifestada por sus brazos extendidos (Homilía 21). La misma idea la encontramos en Gregorio Nacianceno. “O Cristo, tu que por las manos extendidas de Daniel en la fosa, has encadenado las terribles fauces del león...” (Poesía autobiográfica, 1, 1, 1-9). 

Los leones también muestran una total falta de agresividad que hace recordar la vida paradisíaca. Las fieras - dice Paolino de Nola – dormían a los pies del profeta y con su lengua lamían los pies del orante” (Poesía 26, 259 – 260). Según Hipólito “Daniel sentado en medio de los leones acariciaba con la mano sus crines. El rey llamó entonces a toda la corte y mostró a ellos el insólito espectáculo” (Sobre Daniel 3, 29, 5). Los leones treman delante de Daniel y con su temor señalan el restablecimiento del orden querido en la creación por Dios. “Los leones no osaban tocarlo - dice San Juan Crisóstomo – porque veían brillar en él la antigua imagen del rey de la naturaleza y se acercaron a él con la misma sumisión con la que se habían acercado a Adán cuando este les puso nombre” (Sobre el Génesis 5, 2). “Los leones – dice San Agustín – reconocían el poder de Daniel sobre ellos, porque Daniel reconocía el de Dios. Es así respetada la jerarquía Dios – Hombre – Animal, querida por el Creador. (Sobre la Primera Epístola de Juan 8, 7). El león, en la Biblia, es la figura de aquel que es homicida desde el inicio. El diablo, como león rugiente busca a quien devorar, dice Pedro. El creyente, vencedor del mal, escribe Orígenes en su tratado sobre la oración “debe dar gracias a Dios más que Daniel, porque fue liberado de flagelos más temibles y más peligrosos que los suyos”. 

Daniel evoca la esperanza que tienen los difuntos de resucitar con Cristo. “Imita a Daniel – dice Hipólito -. No te encontraran ninguna herida, e serás encontrado vivo en la fosa y tomarás parte de la resurrección, escapando así de los ángeles torturadores del infierno” (Sobre Daniel 3, 31, 3). 

En el arte sepulcral, la fosa de los leones tiene a veces el aspecto de un pequeño sarcófago, en el cual Daniel es presentado desnudo en medio a los leones. Él es Adán en el Paraíso. In pace quievit, dice la Poesía contra Marción a propósito de Daniel. Reposó en paz: es la fórmula de los epitafios. La serenidad de Daniel es también la paz beata de los fieles en el más allá. 

Los tres jóvenes que son metidos en el horno y que desde allí rezan a Dios “a una sola voz”, son ejemplo elocuente de la eficacia de la plegaria comunitaria, según lo pedido por el mismo Cristo. “Con la plegaria, los jóvenes cambiaron el fuego en rocío” dice una homilía anónima pronunciada durante la Octava de Pascua. “Señor, has caer un rocío, un rocío de misericordia y apaga las llamas del fuego, porque solo a ti te reconocemos como Salvador” (Códex armenio de Jerusalén, 121). “El fuego se volverá rocío, como para los tres jóvenes hebreos metidos en el horno de fuego ardiente” (San Ambrosio, Sobre el salmo 36, 26).

Para San Ireneo, el Verbo de Dios, “se hizo ver en compañía de Azarías, Ananías y Misael, estando junto a ellos en el horno y salvándolo del fuego” (Contra las herejías 4, 20, 11). Representaciones tardías de esto muestran al cuarto personaje apagando el fuego con la cruz.

Pero esta historia no solo representaba solo que Cristo apaga las llamas del infierno sino que también era imagen de la resurrección. Por eso era tradicional leerla en la vigilia pascual. Afraate dira “Ananías y sus hermanos cayeron en el horno de fuego, y para ellos, que eran justos, el horno se volvió fresco como el rocío; Jesús descendió en las tinieblas, abatió la puerta y sacó de allí a los prisioneros (Exposición 21, 19). El descenso del cuarto personaje en el horno será una figura del descenso a los infiernos y la salida de los tres jóvenes una imagen de la liberación de los justos por obra de Jesús. 

Para Romano el Mélodo, el fuego se transforma en fuente bautismal (Himnos 8, 21), siguiendo el texto evangélico que habla de un bautismo en el agua y en el fuego. Paolino de Nola escribe:

“De esta fuente feliz de la cual renacen las almas,
sale un río abundante de luz y de llamas.
El Espíritu Santo que sobre ella descendió del cielo,
se une y lo enriquece con sus dones preciosos.”

Fuente: M. Dulaey, Des forêts de symboles.


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