La figura
del profeta Daniel fue, junto a la de Jonás, una de las más usadas
para representar la resurrección. Tanto la imagen del profeta como
la de los tres jóvenes, es presentada como ejemplo del cristiano.
Son exaltadas tanto su fe en Dios y en la vida eterna como su
fidelidad que llega hasta afrontar el martirio.
Daniel ya
aparecía en el mundo hebraico como un modelo de oración. Enseña a
invocar a Dios en todo lugar, en la adversidad y en las
circunstancias más difíciles. “Vela y reza como Daniel”
aconseja Efrén (Himno sobre la Epifanía, 3, 32).
No solo
reza, también ayuna. En el capítulo 14 permanece seis días en la
fosa hasta ser milagrosamente nutrido por Dios el séptimo día. El
hecho era leído en Roma el miércoles santo, momento culminante del
ayuno cuaresmal. Porque el cristiano que ayuna es nutrido
espiritualmente por Dios. El pan llevado por Abacuc al final, es
imagen de la eucaristía. Zenón de Verona, en un sermón de la
vigilia de Pascua, recuerda el “pan celeste” recibido por Daniel.
En una poesía de Prudencio, Daniel recibe el pan respondiendo
“¡Amén!” y cantando el Aleluya como cuando se recibe el pan
sacramental (Cathemerinon 4, 70-73). Las imágenes que
encontramos muestran que esta exégesis estaba muy difundida. Se ve a
Abacuc que lleva a Daniel un pan señalado con un cruz. Al parecer,
Daniel en la fosa también podía simbolizar el bautismo. Encontramos
en Clemente de Alejandría un paralelo en el cual los leones
representan los demonios y las tentaciones. Con el bautismo “el
alma es salvada del mundo y de las garras del los leones”
(Extractos de Teodoto 83).
La fosa era
otra imagen clara para los conocedores de la Biblia. En los salmos
evoca la guarida de los animales, la trampa puesta por el hombre y
por extensión la muerte misma. Hipólito lo dice claramente: “La
fosa es el infierno” (Sobre Daniel 3, 31).
En Daniel
fue vista la figura de Cristo. El profeta que metido en la fosa por
sus perseguidores, sale incólumne, era una prefiguración de la
pasión y la resurrección. Ya Hipólito en el III siglo une las dos
imágenes, pero será un autor sirio del IV siglo, Afraate, que
desarrollará más explícitamente el paralelo. “Por Daniel fue
cerrada la garganta de los leones, ávidos y destructores de la vida,
por Jesús fue cerrada la garganta de la muerte, ávida y destructora
de todo lo que tiene forma (Exposiciones 21, 18). “La fosa
se abre como la tumba -dice Efrén-, las bestias son vencidas como la
muerte. El Triunfador sube a anunciar la resurrección a aquellos que
yacían en los sepulcros” (Cantos de Nísibe 21, 18). De
nuevo Afraate dice “La fosa de Daniel la habían sellado y
vigilado; la tumba de Jesús la custodiaban metiendo unas tropas.
Cuando Daniel sale, aquellos que lo habían calumniado estaban
confundidos. Cuando Jesús resucitó, todos aquellos que lo habían
crucificado estaban confundidos".
Si Daniel
echado a los leones evoca a Jesús llevado a la muerte, en la
posición de orante traza, con sus brazos alzados, la cruz. Una
homilía de Atanasio afirma que Daniel fue salvado de los dientes de
los leones por la potencia del signo de la cruz, manifestada por sus
brazos extendidos (Homilía 21). La misma idea la encontramos
en Gregorio Nacianceno. “O Cristo, tu que por las manos extendidas
de Daniel en la fosa, has encadenado las terribles fauces del
león...” (Poesía autobiográfica, 1, 1, 1-9).
Los leones
también muestran una total falta de agresividad que hace recordar la
vida paradisíaca. Las fieras - dice Paolino de Nola – dormían a
los pies del profeta y con su lengua lamían los pies del orante”
(Poesía 26, 259 – 260). Según Hipólito “Daniel sentado
en medio de los leones acariciaba con la mano sus crines. El rey
llamó entonces a toda la corte y mostró a ellos el insólito
espectáculo” (Sobre Daniel 3, 29, 5). Los leones treman
delante de Daniel y con su temor señalan el restablecimiento del
orden querido en la creación por Dios. “Los leones no osaban
tocarlo - dice San Juan Crisóstomo – porque veían brillar en él
la antigua imagen del rey de la naturaleza y se acercaron a él con
la misma sumisión con la que se habían acercado a Adán cuando este
les puso nombre” (Sobre el Génesis 5, 2). “Los leones –
dice San Agustín – reconocían el poder de Daniel sobre ellos,
porque Daniel reconocía el de Dios. Es así respetada la jerarquía
Dios – Hombre – Animal, querida por el Creador. (Sobre la
Primera Epístola de Juan 8, 7). El león, en la Biblia, es la
figura de aquel que es homicida desde el inicio. El diablo, como león
rugiente busca a quien devorar, dice Pedro. El creyente, vencedor del
mal, escribe Orígenes en su tratado sobre la oración “debe dar
gracias a Dios más que Daniel, porque fue liberado de flagelos más
temibles y más peligrosos que los suyos”.
Daniel evoca
la esperanza que tienen los difuntos de resucitar con Cristo. “Imita
a Daniel – dice Hipólito -. No te encontraran ninguna herida, e
serás encontrado vivo en la fosa y tomarás parte de la
resurrección, escapando así de los ángeles torturadores del
infierno” (Sobre Daniel 3, 31, 3).
En el arte
sepulcral, la fosa de los leones tiene a veces el aspecto de un
pequeño sarcófago, en el cual Daniel es presentado desnudo en medio
a los leones. Él es Adán en el Paraíso. In pace quievit,
dice la Poesía contra Marción a propósito de Daniel. Reposó en
paz: es la fórmula de los epitafios. La serenidad de Daniel es
también la paz beata de los fieles en el más allá.
Los tres
jóvenes que son metidos en el horno y que desde allí rezan a Dios
“a una sola voz”, son ejemplo elocuente de la eficacia de la
plegaria comunitaria, según lo pedido por el mismo Cristo. “Con la
plegaria, los jóvenes cambiaron el fuego en rocío” dice una
homilía anónima pronunciada durante la Octava de Pascua. “Señor,
has caer un rocío, un rocío de misericordia y apaga las llamas del
fuego, porque solo a ti te reconocemos como Salvador” (Códex
armenio de Jerusalén, 121). “El fuego se volverá rocío, como
para los tres jóvenes hebreos metidos en el horno de fuego ardiente”
(San Ambrosio, Sobre el salmo 36, 26).
Para San
Ireneo, el Verbo de Dios, “se hizo ver en compañía de Azarías,
Ananías y Misael, estando junto a ellos en el horno y salvándolo
del fuego” (Contra las herejías 4, 20, 11). Representaciones
tardías de esto muestran al cuarto personaje apagando el fuego con
la cruz.
Pero esta
historia no solo representaba solo que Cristo apaga las llamas del
infierno sino que también era imagen de la resurrección. Por eso
era tradicional leerla en la vigilia pascual. Afraate dira “Ananías
y sus hermanos cayeron en el horno de fuego, y para ellos, que eran
justos, el horno se volvió fresco como el rocío; Jesús descendió
en las tinieblas, abatió la puerta y sacó de allí a los
prisioneros (Exposición 21, 19). El descenso del cuarto
personaje en el horno será una figura del descenso a los infiernos y
la salida de los tres jóvenes una imagen de la liberación de los
justos por obra de Jesús.
Para Romano
el Mélodo, el fuego se transforma en fuente bautismal (Himnos 8,
21), siguiendo el texto evangélico que habla de un bautismo en el
agua y en el fuego. Paolino de Nola escribe:
“De esta
fuente feliz de la cual renacen las almas,
sale un río
abundante de luz y de llamas.
El Espíritu
Santo que sobre ella descendió del cielo,
se une y lo
enriquece con sus dones preciosos.”
Fuente: M.
Dulaey, Des forêts de symboles.
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