Tratemos de
entender la realidad escondida en estas imágenes.
Esta oveja no
es en realidad una oveja y este pastor no es solo un pastor.
Son dos
ejemplos que nos enseñan misterios escondidos.
Asterio de
Amasea
El pastor
que pastorea su rebaño era, en la civilización agrícola, una imagen
de la armonía cósmica y de la felicidad. En el mundo griego-romano
urbanizado, la vida de los pastores era idealizada hasta ser la
imagen de la vida paradisíaca, de los difuntos del más allá.
Numerosos sarcófagos paganos son decorados con escenas pastorales.
También en
la Biblia la imagen del pastor era muy común. Para Israel el único
verdadero pastor es Dios. “Él es nuestro Dios y nosotros el pueblo
que apacienta, el rebaño que él guía” dice el salmo. “Él llama
como hace el pastor con su rebaño” (Sir 18, 13). Los malos reyes
son malos pastores que usan el rebaño sin protegerlo (Cfr. Ez 34).
Dios entonces manda profetas que anuncian que él mismo intervendrá y
apacentará directamente a sus ovejas (Cfr. Jer 23, 3).
La parábola
de la oveja descarriada muestra a un pastor que deja todo el rebaño para salvar a una sola que se ha perdido y el discurso de Juan presenta a Jesús como el buen pastor
que da la vida por sus ovejas. La figura del pastor es aquella que
encontramos más frecuentemente en el arte paleocristiano. Sería
sorprendente que estas representaciones no despertaran en los
primeros cristianos el recuerdo de Cristo, al cual, los textos más
antiguos, atribuyen el título de “pastor de la ovejas del Rey
celeste” (Clemente Alejandrino), “pastor de la Iglesia Universal
difundida en toda la tierra” (Policarpo), “pastor de aquellos que
son salvados” (Melitón de Sardes), y “santo pastor que apacienta
su rebaño sobre los montes y las llanuras” (Inscripción de
Abercio).
La memoria
fundió espontáneamente las narraciones mateanas y lucanas. La
imagen familiar del pastor con la oveja sobre la espalda se hizo
común en las representaciones, si bien en general los padres
comentaron la parábola de Mateo.
El motivo de
Cristo pastor es muy conocido en la antigüedad, porque tenía un rol
importante en la catequesis bautismal. El salmo 23 (El Señor es mi
pastor) era aprendido de memoria por los neófitos y cantado durante
el bautismo desde antes del III siglo: “En verdes praderas me hace
reposar y me conduce a fuentes tranquilas”. Se le explicaba a los
catecúmenos que las fuentes tranquilas eran las aguas de bautismo,
las hierba nutriente era la Sagrada Escritura, el perfume evocaba la
unción del bautismo y el cáliz lleno señalaba a la Eucaristía que
los neo bautizados recibían saliendo del bautisterio.
“El Señor
ha venido a buscar a la oveja que se había perdido -dice Ireneo- y
es el hombre el que se ha perdido” (Exposición de la predicación
apostólica 33). El descenso del pastor representa la encarnación
del Hijo de Dios para la salvación de los hombres. Descender y
ascender son en realidad metáforas familiares al Evangelio de Juan
para recordar la encarnación y la resurrección. Una oveja se había
perdido -dice Orígenes- pero el buen pastor, dejando las otras
noventa y nueve sobre el monte, desciende en este valle de lágrimas,
la busca y la encuentra y se la carga sobre sus espaldas” (Homilía
sobre Números 19, 4).
En la
interpretación de Ambrosio, el obispo de Milán hace un paralelo
entre el pastor que baja del monte para llevar sobre sus espaldas a
la oveja y la parábola del buen samaritano que descendiendo de
Jerusalén a Jericó, carga al hombre herido sobre la cabalgadura.
“Tomando
sobre si la oveja, el pastor se ha hecho uno con ella” (Contra
Apolinario 16).
La imagen de
la oveja sobre la espalda de Cristo se confunde a veces con aquella
de Cristo en la cruz. “Las espaldas de Cristo son los brazos de la
cruz; es allí donde he dejado mis pecados” (Ambrosio, Sobre el
Evangelio de Lucas 7, 209).
Según
Ireneo “después de haber descendido por nosotros en la profundidad
de la tierra para buscarnos, sube a lo alto para ofrecer al Padre
suyo al hombre reencontrado, realizando en sí mismo las primicias de
la resurrección de los hombres” (Contra las Herejías 3, 19, 3).
“Cristo nos lleva en su cuerpo, habiendo portado sobre si los
pecados de los hombres” (Orígenes, Sobre Josué 7, 16).
Esta
doctrina entró en la liturgia. Así desde la noche pascual hasta la
fiesta de la ascensión se cantaba “Oh noche en la cual la oveja ha
sido llevada al cielo sobre las espaldas del buen pastor” (Misal
gótico de Autun).
A veces el
Buen Pastor es representado entre dos árboles, evocando el jardín
del Edén. Así es el paraíso escatológico donde es llevado el
rebaño. “¡Oh casa luminosa y bella! Yo he amado tu esplendor, donde
habita la gloria de mi Señor. He errado como oveja perdida, pero
espero ser llevado en tus espaldas de Pastor” (Confesiones 12,
15, 21).
Muchos
sarcófagos representan un pastor ordeñando. Imagen idílica de la
abundancia paradisíaca ya presente en el paganismo, pero que en el
cristianismo adquiere otro significado. En la vida terrena de los
patriarcas bíblicos la leche es un alimento esencial y a ellos se le
promete una tierra donde abundan leche y miel. El creyente en la
Iglesia es nutrido con la leche que es una anticipación del paraíso
(era este el significado de la copa de leche y miel que se daba en
algunos ritos bautismales) y lo será más abundantemente en el más
allá.
Santa Perpetua,
martirizada en Cartago en el 202, en su prisión, tiene un sueño donde
entra al paraíso. “Subía y vi un inmenso jardín y en medio,
sentado, a un hombre con los cabellos blancos, vestido de pastor. Era
alto y ordeñaba una oveja. Levantó la cabeza, me miró y dijo: ´Bienvenida, hija mía´. Me llamó y me dio un trozo de queso. Lo
tomé con las manos y lo comí y todos aquellos que me circundaban
dijeron: ¡Amén!” (Pasión de Perpetua y Felicitas 4).
En el Antiguo Testamento, David es el pastor músico y por esto ingresa a la corte de
Saúl, donde sus melodías alegran al Rey. Ahora, hay un nuevo David. “Ha venido el verdadero
David, ha hecho pastar a las ovejas de su Padre, ha vencido a la
muerte, ha levantado al hombre como a una oveja herida, y, con su Leño, ha pisado la
cabeza de la serpiente. Ha arrancado a Adán de las
fauces de la bestia” (Hipólito, Sobre David y Goliat).
En la
iconografía cristiana, el pastor músico se confunde a veces con
Orfeo, que encantaba a los animales con su canto y su música. Para
Clemente de Alejandría, Cristo es el verdadero Orfeo porque
“amaestra a los animales más difíciles que hayan existido, los
hombres; frívolos como pájaros, mendaces como serpientes, violentos
como leones, lujuriosos como cerdos, rapaces como lobos. Todos estos
se han transformado en hombres civilizados por el canto celeste”
(Protréptico 1,4). El paralelo ya estaba preparado. También Orfeo
había descendido a los infiernos para arrancar a Eurídice de la
muerte.
Recemos con
Ambrosio: “Ven Señor, ven a buscar a tu siervo, ven sin ayuda, ven
sin anunciarte; desde hace mucho tiempo espero tu llegada. Ven sin bastón, solo con tu amor y tu dulce espíritu. Ven a buscarme
porque yo te busco: encuéntrame, tómame, llévame. Llévame sobre
tu cruz que es la salvación de los errantes; el único descanso de
los cansados, por la cual todos aquellos que mueren vivirán”
(Comentario al salmo 118, 22, 28-30).
Exquisita esta entrada. Disfruté mucho la lectura. Feliz domingo del Pastor Bueno y hermoso.
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