domingo, 17 de mayo de 2015

Ascensio Domini





La fiesta de la Ascensión que celebramos hoy nos recuerda tres hechos de nuestra fe. Que Cristo ascendió a los cielos, que esta sentado a la derecha del Padre y que vendrá al final de los tiempos. Pasado, presente y futuro.
Si el retorno del Señor como un hecho próximo desde hace mucho tiempo ha generado perplejidad y dudas, no fue sino hasta nuestros tiempos que hemos comenzado a dudar de la Ascensión. De poco sirvió que el texto más antiguo del Nuevo Testamento, la carta de Pablo a los Tesalonicenses, use la misma imagen que la Ascensión de Cristo para hablar de nuestra salvación. (1 Tes 4,16-17).
pues el Señor mismo, al sonar una orden, a la voz del arcángel y al toque de la trompeta divina, bajará del cielo; entonces resucitarán primero los cristianos muertos; después nosotros, los que quedemos vivos, seremos arrebatados con ellos en nubes por el aire, al encuentro del Señor; y así estaremos siempre con el Señor.
Pero por esta vez, solo por esta vez, dejémonos convencer por las hipótesis escriturísticas. ¿Es la ascensión una leyenda? No. Uno de los mayores especialistas en el corpus lucano, Gerard Rosse, dice que en los dos relatos de la Ascensión no hay huellas de una leyenda. ¿Qué es entonces? Bover habla de mito. ¿Y qué es un mito? No que es para nosotros, nietos de siglos en los cuales la misma desmitologización se volvió mítica. No para nosotros, que fuimos formados con la idea de mito como algo propio de una humanidad incapaz de pensar. ¿Qué era un mito en la antigüedad? ¿Qué función tenían los mitos?
El jesuita Henryk Pietras dice que los cristianos usaban el mito para explicar un pensamiento teológico, para describir con otro lenguaje, aquello que no sabían expresar de otra forma pero que era perteneciente a la revelación. Balthasar señala que la revelación Cristiana es la síntesis donde mito y logos se superan sin desintegrarse.
Quizás el verdadero desafío del cristiano de hoy, mucho más que cualquier otro desafío moral, es tener juntos mito y logos. Ni creer contra la razón. Ni razonar hasta que no sea necesario creer. Comenzar, para usar una imagen platónica (¡quien sino uso la razón para purificar el mito y el mito para explicar lo que la razón no lograba explicar!), una segunda navegación que nos aleje de espiritualismos vacíos y de realismos áridos. El mito homérico de Ulises y las sirenas no trata ni de seres monstruosos, ni de los peligros del mar. De la misma manera dice San Agustín que no es que Dios haga algo análogo a quebrar las lanzas de sus enemigos, sino que verdaderamente las quiebra, solo que son otras lanzas. En este caso ni creer que Dios tenga una derecha espacial, ni tampoco creer que no tenga ninguna derecha.
Evitar tanto el saltar al segundo sentido de las palabras como el quedarse atrapado en su materialidad. Es la imagen misma, en este caso la Ascensión, la que revela la puerta de entrada al pensar divino, así como el ícono en la tradición oriental muestra en la materia algo que es inmaterial. O como dice Santo Tomás en el inicio de la Suma al defender el uso en la Sagrada Escritura de metáforas, "es propio de lo humano que llegue a lo inteligible a través de los sensible, porque nuestro conocer comienza por los sentidos" y cita al pseudo-Dionisio para decir "Es imposible que la luz divina nos ilumine si no llega atenuada por variados velos sagrados".
Llegados a este punto, alguno, un poco confundido, puede preguntar: pero entonces ¿es historia o mito? A estos les respondo con las palabras de Clive Lewis a su amigo Arthur Greeves.
La historia de Cristo es simplemente un mito verdadero: un mito que nos afecta del mismo modo que los otros, si bien con la tremenda diferencia de que éste ha sucedido verdaderamente. (...) El corazón del Cristianismo es un mito que, al tiempo, es un hecho verdadero. El viejo mito del Dios que muere, sin dejar de serlo, desciende desde el cielo de las leyendas y la imaginación a la historia terrena. Sucede –en una fecha particular, en un lugar concreto—y le siguen una serie de consecuencias históricas. Pasamos de un Balder o un Osiris (que mueren nadie sabe dónde o cuándo) a una Persona histórica que es crucificada bajo el poder de Poncio Pilato. Por el hecho de ser algo real, no deja de ser mito.
La Ascensión no es la explicación de porque Cristo no está más entre nosotros, ni un intento de cerrar la posibilidad a nuevas visiones y revelaciones. El ejemplo mismo que va contra esto es la figura detrás de Lucas, o sea Pablo, quien tuvo visiones y revelaciones de Cristo después de la Ascensión.
Pero entonces nos podemos preguntar ¿Qué es la Ascensión? Dejadme también a mi elaborar una hipótesis
Así como el Sumo Sacerdote, después del solemne sacrificio por el pueblo en el día de la Expiación, entraba al Santo de los Santos con la sangre de las víctimas y rociaba con ella el Altar de la Misericordia, así Cristo ha entrado en el cielo para presentar en su humanidad ante el Padre las heridas con las cuales fuimos curados. Y así como el holocausto de la víctima judía era quemado y ascendía al cielo (de hecho dicen que la palabra judía olah viene del verbo "hacer subir"), así Cristo sube entre nubes. Nubes humanas del sacrificio y nubes divinas que guían al pueblo detrás de Él. Momento en el cual coincide el tiempo del Cristo-Encarnado y el del Verbo-Eterno.
Dice San Agustín en uno de los sermones de la Ascensión que el mismo Cristo que descendió sin dejar de ser Dios, asciende sin dejar de ser hombre.
Y esta es la fiesta de la Ascensión, la fiesta en la cual Dios revela que la única forma en la que la naturaleza humana puede ser exaltada es si esta está unida a la naturaleza divina del Verbo. Porque allí donde fue nuestra Cabeza, allí estamos nosotros, su Cuerpo, llamados a seguirlo.
Es esto aquello que en el ápice de la contemplación el Poeta vio dentro de la misma Trinidad (Paraíso XXXIII, 127).
Quella circulazion che sì concetta
pareva in te come lume reflesso,
da li occhi miei alquanto circunspetta,
dentro da sé, del suo colore stesso,
mi parve pinta de la nostra effige:
per che 'l mio viso in lei tutto era messo.
"El que abre camino sube a la vanguardia ¡El Señor marcha a la cabeza!" dice el profeta Miqueas.
Y en esta liturgia cósmica que va desde los más profundo de la tierra hasta los más alto del cielo, Cristo recibe la soberanía sobre todo el universo. Porque como dice la primera carta del apóstol Pedro (1 Ped 3,22).
Para ustedes, todo esto es símbolo del bautismo que ahora los salva, que no consiste en lavar la suciedad del cuerpo, sino en el compromiso con Dios de una conciencia limpia; por la resurrección de Jesucristo, que subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios después de poner bajo su dominio a los ángeles, a las potestades y a las dominaciones.

Decía el todavía cardenal Ratzinger que la Ascensión no es un espectáculo para los discipulos sino "un Sursum corda, un movimiento que dice al Hombre que todos estamos llamados hacia el alto, o más bien, que la verdadera altura, para aquellos que fuimos regenerados en el bautismo, es la altura de Dios. Momento en el cual "comienza la Liturgia eterna que no cesa de arrancar a los hombres del reino de las tinieblas para llevarlos a luz del Padre". (Jean Corbon).

Ambrosio Galo, diácono.

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