lunes, 2 de diciembre de 2013

That '70s Show

Agradecemos al Athonita por recordar este revelador texto de Joseph Ratzinger.
"Los primeros años de Ratisbona coincidieron con toda una serie de acontecimientos determinantes, El primero fue la llamada a formar parte de la Pontificia Comisión Teológica Internacional. Pablo VI la había instituido por la insistencia de numerosos obispos y cardenales, pertenecientes preponderantemente a la que se podría considerar la llamada ala progresista de los padres conciliares. Del mismo modo que los sínodos episcopales debían mantener vivo el método conciliar y permitir a los obispos tomar parte en las decisiones referentes a la Iglesia universal, esta comisión debía continuar la nueva función que se había reconocido a los teólogos durante el Concilio y cuidar de que los modernos avances de la teología pudiesen desde el principio formar parte de las decisiones de los obispos y de la Santa Sede. Por lo demás, el Concilio había dado la impresión de que la teología de la que partían los funcionarios pontificios y la que se producía en las diversas Iglesias locales se desarrollaban en direcciones totalmente diferentes; semejante división ya no debería tener lugar. Existía también la idea de hacer de la Comisión Teológica un contrapeso a la Congregación para la Doctrina de la Fe o, al menos, de ofrecerle de este modo un nuevo y diferente articulado “Brain-Trust”; algunos esperaban que este nuevo órgano procurase una especie de revolución permanente, Como consecuencia de ello, no fueron pocas, ni mucho menos, las tensiones que se produjeron en las primeras sesiones de los trabajos de la Comisión, que había sido nombrada para cinco años. Un primer dato cautivador era observar cómo cada uno de los miembros de la Comisión -que habían tomado parte casi todos en el Concilio, donde sin duda podían haber sido adscritos a la orientación progresista-, recibió las experiencias del período posconciliar y de qué modo redefinió sus posiciones, Para mí fue motivo de gran aliento constatar que muchos juzgaban la situación de aquel momento y las tareas que se derivaban de ésta exactamente como yo: Henri de Lubac, que había sufrido tanto bajo la rigidez del régimen neoescolástico, se mostró decidido a combatir contra la amenaza fundamental a la que estaba expuesta la fe, que cambiaba todas las tomas de posición precedentes; lo mismo valía para Philippe Delhaye. Jorge Medina, teólogo chileno coetáneo mío, no veía la situación de manera distinta, Además había nuevos amigos: M. J, Le Guillou, uno de los más expertos conocedores de la teología ortodoxa, combatía a favor de la teología de los Padres contra la disolución de la fe en el moralismo político. Una mente de particular valía era Louis Bouyer, el convertido, con su extraordinario conocimiento de los Padres, de la historia de la liturgia y de las tradiciones bíblicas y judías. Estaba además la gran figura de Hans Urs von Balthasar. Le había conocido personalmente por primera vez en Bonn, cuando invitó a un pequeño círculo de teólogos para discutir sobre el modelo del cristiano abierto al mundo presentado por Alfons Auer (teólogo moralista que entonces enseñaba en Würzburg, después en Tubinga). Balthasar sostenía que aquel modelo no sólo representaba un total malentendimiento de la Biblia, sino también una tergiversación de las posiciones que él había mantenido en Abatir los bastiones y esperaba que un diálogo sostenido en un pequeño grupo pudiese poner fin a tiempo al equivocado camino que se había seguido. Lamentablemente, Auer no vino en persona y así el diálogo directo no pudo tener lugar, pero el encuentro con Balthasar fue para mí el comienzo de una amistad para toda la vida, de la cual sólo puedo estar agradecido. No he vuelto a conocer jamás a hombres con una formación teológica y cultural tan amplia como Balthasar y de Lubac y no me siento capaz de expresar con palabras todo lo que debo a haberles conocido. Congar, conforme a su espíritu conciliador, intentó siempre mediar entre posiciones contrarias y con su paciente apertura desarrolló seguramente una importante misión, Era un hombre extraordinariamente diligente y dotado de una disciplina de trabajo que no frenó ni siquiera la enfermedad, Rahner, por el contrario, se había dejado envolver cada vez más en los eslóganes del progresismo y se dejó arrastrar a tomas de posición políticas aventureras que difícilmente se podían conciliar con su filosofía trascendental, Las discusiones acerca de lo que nosotros, como teólogos, habríamos debido y debíamos hacer en aquella circunstancia histórica eran extraordinariamente vivaces y exigían incluso un notabilísimo uso de las propias fuerzas físicas. Rahner y Bine , el ecumenista suizo, abandonaron finalmente la Comisión que, a su parecer, no llegaba a nada porque no estaba dispuesta a adherirse mayoritariamente a las tesis radicales".


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