Retomo la conferencia del cardenal Ratzinger a palermo que tuve que dejar por trabajo...
"Pero surge también otra pregunta: a través de la oración Jesús se comunica incesantemente con Dios: su existencia se funda sobre la oración. Si no rezara, Jesús sería distinto de aquello que efectivamente es. ¿Pero sería también distinto el Padre en el caso en que no viniese interpelado de esta forma? Debemos responder que el Padre puede prescindir del Hijo, así como Jesús no puede prescindir del Padre. Si esta relación el Padre no sería más Padre. Jesús no lo toca son desde lo exterior sino que entra, como Hijo, en la misma paternidad de Dios. Antes de que el mundo fuese creado, Dios es ya el Amor entre Padre e Hijo. Por tal razón él puede ser Padre nuestro y norma de toda paternidad: porque desde siempre el es Padre. En la oración de Jesús se hace visible el aspecto más íntimo de Dios, el modo en el que él es Dios mismo. La fe en el Dios Trino y Único no es otra que la explicación de aquello que sucede en la oración de Jesús. En esta su oración se deja ver la realidad trinitaria. Pero ¿Por qué trinitaria? ¿De donde viene el Tercero cuando siempre hemos hablado del Padre y del Hijo? Me limito a algunos puntos. Diremos primero que no existe una pura dualidad, porque o queda una contraposición, y entonces no se alcanza una unidad real, o ambos se funden, y entonces desaparece la dualidad. Pero tratemos de proceder en forma menos abstracta. Padre e Hijo no se unifican hasta el punto de disolverse uno en el otro. Quedan contrapuestos, porque el amor se funde en la contraposición que no puede ser eliminada. Si alguno queda en si mismo y no se supera en el otro, su ser no queda cerrado sino que sale en la fecundidad en la cual se dona a otro, aunque siga siendo aquello que es. Entre ambos son una única cosa porque su amor es fecundo y lo trasciende. Y son ellos mismos y una única cosa en el Tercero, en el cual se donan: en el don, en el Espíritu Santo.
Hagamos un paso hacia atrás. En la oración de Jesús el Padre se muestra. Jesús es conocido como Hijo y así se vuelve perceptible en una unidad que es Uno-Trina. En esta perspectiva ser cristiano significa participar a la oración de Jesús, aceptar su modo de vivir y su modo de rezar. Ser cristiano significa, junto a Él dialogar con el Padre y devenir así hijos de Dios, unidos con Dios en la unidad del Espíritu que nos permite de ser aquello que somos y que de esta manera nos insertamos en la unidad de Dios. Ser cristiano significa observar el mundo desde este centro y así transformarnos en hombres libres, plenos de esperanza, de consolación y de confianza.
El diálogo de Jesús nos hace ver al Padre, nos hace ver el misterio, que Dios es amor. Dios puede amarnos a nosotros, sus creaturas, porque es amor en si mismo, un Yo y un Tu, y la unidad del Yo y del Tu por amor, Dios Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. En el Hijo vemos al Padre, en el Hijo vemos también al Espíritu Santo. No es posible distinguir al Espíritu prescindiendo del Hijo, sino solo sumergiéndose en El. Cuando más nos acercamos a Jesús, tanto más nos acercamos al Espíritu y el Espíritu se acerca a nosotros. San Juan lo dice con una imagen elocuente, cuando describe la primera aparición de Resucitado a los Once: El Espíritu es el respiro del Hijo y lo recibe cuando nos acercamos al Hijo y recibimos su hálito (Jn 20,19-23).
Aquí resuenan algunos conceptos que los Padres elaboraron en su reflexión sobre la naturaleza del Espíritu Santo: en forma distinta que para el "Padre" y el "Hijo" el nombre de la tercera Persona divina no expresa nada de específico, sino que nombra aquello que es común a Dios. ¡Pero es así que emerge aquello que es propio de la tercera Persona! La comunión, la unidad entre el Padre y el Hijo, la unidad en las personas. Padre e Hijo son una única cosa en cuanto que van más allá de si mismos: son un Uno en el Tercero, en la fecundidad de donarse.
Obviamente estas afirmaciones no pueden ser otra cosa que rápidos golpes de sonda en la realidad divina.: Nosotros solo podemos conocer al Espíritu Santo solo en los efectos que produce. Así la Escritura no nos describe nunca al Espíritu Santo por aquello que en si mismo es, sino que habla del modo en que viene a nosotros y de como se distingue de todos los otros espíritus.
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