El quinto capítulo del Decálogo de Kieslowski posee varias particularidades. La que primero salta a la vista es el filtro ocre de las imágenes, lo cual da un tono irreal a una película que en los hechos es casi de tipo naturalista. La segunda es la ausencia del twist kieslowskiano tan típico del director polaco, no solo en el Decálogo sino en toda su filmografia. En Decálogo V (y en su film hermano "No matarás" con el cual posee poquísimas diferencias) la historia es por demás previsible. La tercera peculiaridad es la función del Testigo Silencioso. Como en ningún otro capítulo de la serie, el personaje interpretado por Artur Barcis interactúa con el resto de los personajes y a la vez muestra su atemporalidad.


Al final de la calle, sucede el primer asesinato, que Kieslowski describe con enorme realismo. El grito de ¡Jesús! de Jacek al ver brotar la sangre de la cabeza de Waldemar es ahogado por la saña de la lapidación. Que no nos confunda la sentencia que habla de "muerte por robo". Jacek tira la radio del taxi sin querer venderla.
La segunda parte del film es un paralelo de la primera. El abogado defiende a Jacek ante el tribunal, pero todo es inútil. El joven es condenado a muerte. Piotr que al inicio había hablado de la imposibilidad de que la pena sirviera como forma para desalentar el delito y su última función como venganza ("la pena es una forma de venganza, si mira a castigar el mal y no a prevenir el delito, pero ¿en nombre de quien se venga la ley? ¿y son los verdaderos inocentes los que hacen la ley?", "Desde los tiempos de Caín nunca una pena ha logrado mejorar el mundo o persuadir a la gente de no realizar un delito"), busca una explicación en un juez que lo consuela y le manifiesta la inexorabilidad de los hechos. Como en San Pablo, la ley pareciera ser una maldición para atraer el pecado y no un medio para salvarnos de él.

Mientras tanto Kieslowski describe la preparación de la pena capital. Dispuesta hasta en los mínimos detalles, como lo había hecho antes Jacek. Pero esta vez en forma legal.
En el medio vuelve a aparecer el Testigo Silencioso. Esta vez es un pintor (aquí se revela lo irreal, o superreal como se prefiera, del personaje). Mira al abogado y sostiene una escalera, lo que algunos autores han relacionado con los cuadros medievales de la deposición de la cruz.
El final es un alegato contra la pena de muerte. Como ha dicho un crítico, este Raskolnikov kieslowskiano, no tiene redención. Y como Miskin en el Idiota podemos decir "¿Por que este delito así de innoble y inútil? Y sin embargo está escrito "No matarás". Y he aquí que se mata al hombre porque ha matado!".
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