Un fenómeno nuevo en la Iglesia, que tiene su inicio antes del Concilio Vaticano II pero un grande crecimiento después de él, es el de los movimientos eclesiales. Sin entrar en un discurso histórico, los movimientos parecen ser una respuesta de la Iglesia a los fenómenos de masas de la segunda mitad del sXIX
El proceso de secularización traspasaba el simple laicismo de la Revolución Francesa para pasar a cambiar la vida ordinaria de los paises europeos generando una tansformación cultural que no sería exagerado denominar descristianización.
Ante esto los movimientos se presentaron como aquellos dispuestos a "pelear la calle" a los agentes que combatían contra la Iglesia. No es extraño entonces que estos movimientos presenten como un carisma fundacional la Evangelización de la cultura.
Los movimientos parecen presentar determinadas características que los auna. Sin intención de ser exhaustivos podemos decir que algunos de ellas son: un liderazgo carismático (según la denominación de M.Weber), que en algunos casos lleva casi a un culto a la personalidad, el eficientismo, la importancia de los temas morales, una relación poco evangélica con el dinero, una eclesiología confusa que subraya la importancia del laicado y relega la del sacerdote.
Muchos movimientos nacen al margen de la Iglesia institucional, pero a partir de la segunda mitad del sXX estos se empiezan a insertar en las parroquias generando una tensión con otros elementos de la vida eclesial.
La acusación común es la de que los movimientos tienen un actuar agresivo, casi sectario, en el cual no bastaría con ser cristianos sino que sería necesario formar parte de un nuevo grupo, más pequeño. Una especie de puros entre puros que siguen una vía más estrecha y a la vez más verdadera que la de los simples cristianos. Es probable que muchas de las críticas que se hacen a estos movimientos son justas. Que hubo (y hay) excesos a los cuales pareciera que las autoridades eclesiásticas no siempre prestan suficiente atención.
Sin embargo, una de las críticas no me parece justa. Aquellos que acusan a los movimientos de ser culpables de haber roto el equilibrio de la vida cristiana común, generada en torno a la parroquia, no tienen en cuenta las profundos cambios producidos en los últimos siglos. En realidad, la vida de la Iglesia siempre estuvo dinamizada a partir de otros fenómenos. Pensemos sino en el monaquismo primitivo, en las ordenes mendicantes, en los hermanos de la vida común, en los jesuitas, etc.
Pero hay además otra cosa. Los movimientos hacen incapié en un punto central de la crisis que afecta a la vida cristiana hoy. Es el hecho de que ser cristiano no puede ser un añadido, sino que debe transformar toda la existencia. En este sentido, los movimientos apuntan a superar el "cristianismo de domingo", ritual, totalmente separado del resto de la vida diaria.
Queda entontces a la sabiduria de la Iglesia dejar madurar el sembrado para que llegado el momento de la cosecha separar la cizaña del trigo.
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