martes, 7 de junio de 2011

El debate sobre la Dignitatis humanae


En algunos post anteriores nos hemos hecho eco del debate que estan teniendo diversos intelectuales católicos con respecto al Concilio Vaticano II. Lejos de terminarse parece ir ahora en profundidad. Las últimas noticias que nos llegan desde el blog de Sandro Magister (http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/1348041?sp=y) se refieren al debate sobre la declaración "Dignitatis humanae", piedra de tropiezo para muchos.
Quien esto escribe se pasó buena parte de sus años juveniles discutiendo el tema. Tratando de aportar algo al debate entre Cavalcoli, Gherardini, Rhonheimer, De Mattei, Valuet e Introvigne, dejó parte de un artículo en el que el P.Ignacio Andereggen analiza la declaración en relación a la encíclica "Libertas" y la doctrina de Santo Tomás de Aquino.

"(...)
La encíclica "Libertas" del Papa León XIII, fue publicada en un momento en el que se insinuaba ya fuertemente la crisis cultural que iba a arreciar en la cultura europea y mundial en el siglo XX, y cuyas consecuencias estamos ahora padeciendo. Esa crisis aparecía, como es lógico, en primer lugar, como una crisis en el orden del conocimiento y reconocimiento de la verdad. Luego aparecía como una crisis en cuanto a la posibilidad de ejercitar la libertad.
Es por esto que la doctrina acerca de la libertad y de las desviaciones en la valorización de la función de la libertad en la vida humana interior y exterior, son juzgadas por el Papa especialmente en el orden objetivo. En el siglo XX la declaración Dignitatis Humanae, completará esa doctrina, siguiendo la línea tomista de    León XIII, en cuanto se refiere a la libertad considerada desde el lado del sujeto cuya voluntad o libre albedrio califica.
León XIII señala que la libertad humana es el bien más noble de la naturaleza porque es propio, únicamente, de los seres inteligentes o razonables. Como hacía Santo Tomás inspirándose en el Damasceno, también León XIII indica que la libertad da al hombre la diginidad de estar en manos de su propio consejo y tener la potestad de sus acciones (LP1). 
(...) 
Siguiendo a Cristo, quien restaura nuestra naturaleza para que obremos consciente y voluntariamente según la ley eterna, la Iglesia ha sido siempre -enseña León XIII- defensora de la libertad (LP13). La Iglesia liberó al hombre de la esclavitud (LP14) y afirmó la igualdad y fraternidad entre los hombres. 
A lo largo de la historia la Iglesia transformó la cultura liberándola de sus elementos negativos el enseñarle al hombre su verdadera dignidad unida a la libertad en sentido pleno, que es la que puede seguir el orden racional.
Contra esta libertad coordinada con el conocimiento de la verdad de las cosas está la afirmación del "liberalismo" entendido como la propugnación de una falsa libertad, que es como una decadencia suya hacia la nada. (...)
El Papa habla (al referirse a la libertad de cultos, de prensa, de palabra, de enseñanza, etc.) especialmente describiendo el orden objetivo, y en el contexto de sociedades organizadas y configuradas por la religión católica.
(...)
La situación históricas en que aparecen la Carta Libertas y la declaración del CVII Dignitatis humanae son muy diferentes. Recordemos especialmente, por cuanto concierne a esta última, la opresión de los católicos por parte de los regímenes comunistas de la época. Y no solamente las circunstancias en las que aparecen uno y otro documento, las preocupaciones pastorales de los sumos pontífices, y las condiciones intrinsecas de las vidas de los católicos son diferentes, sino que también, de una manera más profunda, lo son las riquezas filosóficas y teológicas, y los aspectos de la gracia divina que se transmiten a la Iglesia concomitantemente a ambos documentos. 
Según el CVII siguiendo la doctrina de Santo Tomás y de la tradición, la libertad religiosa a la que tiene derecho la persona humana consiste en que "todos los hombres han de estar inmunes de coacción, sea por poarte de personas particulares como de grupos sociales y de cualquier potestad humana; y esto, de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, solo o asociado  con otros, dentro de los límites debidos" (DH2), que son los de la ley natural, con la riqueza de matices que ello implica. (...)
El santo Concilio reafirma la conexión de la verdad con la libertad declarando que los hombres "estan obligados, asimismo, a adherirse a la verdad conocida y a ordenar toda su vida según las exigencias de la verdad"(DH2),  Pero los hombres no pueden satisfacer esta obligación de forma adecuada a su propia naturaleza si no gozan de libertad psicológica al mismo tiempo que de imnunidad de coacción externa. En esto, el Vaticano II repropone la doctrina clásica acerca del acto de fe, como asentimiento libre a las verdades reveladas por Dios, que propuso siempre la tradición católica. 
"el derecho a la libertad religiosa no se funda en la disposición subjetiva de la persona, sino en su misma naturaleza. Por lo cual, el derecho a esta inmunidad permanece también en aquellos que no cumplen la obligación de buscar la verdad y de adherirse a ella, y su ejercicio, con tal de que se guarde el justo orden público"
Esta afirmación contiene una gran profunidad, y es de gran importancia. Recuerda para el conjunto de la vida de los hombres y de la Iglesia que la realidad entrera es un misterio, que está en manos de Dios Creador, cuyo Misterio absoluto refleja y participa. Son su Sabiduria y su Providencia las que crean y dirigen la libertad de los hombres, estando presentes aún en aquellos actos con los cuales los hombres se rebelan contra el mismo Dios. 
Dios nos participa su Bien y su Verdad para que nosotros mismos, como personas hechas a su imagen, seamos quienes personalmente reproduzcamos aquella Unidad entre Bien y Verdad que no solamente es Él en su esencia, sino también en su vida personal de Trinidad. (...)
La libertad no tiene sentido sin el conocimiento de la verdad del fin y de las acciones humanas que a él conducen. Por esta razón, las posiciones morales fundadas sobre la doctrina kantiana y su pretensión de autonomía absoluta, conducen a la desconoexión entre la verdad y el bien, y a la pérdida de ambos, y teológicamente, a la destrucción del orden de la vida trinitaria participada en el hombre por medio de la naturaleza y de la gracia. La doctrina de la Encíclica Libertas describe fehacientemente las consecuencias destructoras de la prestensión de absolutizar la libertad.
La doctrina católica, sin embargo, especialmente en el CVII, reconoce el valor de la libertad humana en cuanto el hombre, por ser imagen de Dios, es dueño y señor de sus propios actos, y, en este sentido, autónomo. La pérdida de la referencia a Dios termina implicando, pues, la destrucción de la imagen del Creador y de su débil libertad, que pende como de un hilo del Bien y de la Verdad divinas.
La sociedad construida sobre la absolutización de la libertad humana contiene las bases de su disolución nihilista como ejercicio de elección sin objeto. Especialmente, como nota el CVII, porque el libre albedrío humano está por naturaleza subordinado al apetito natural de la busqueda de la verdad, base de la obligación de acoger -con un acto libre interior y exteriormente- la verdadera religión, cuando es conocida. " (Andereggen, I, Antropología profunda. El hombre ante Dios según santo Tomás y el pensamiento moderno, Bs.As. 2008.) 

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