Desde tiempo antiguo se ha visto la relación que existe entre los consejos evangélicos y la vida monástica. El cardenal Gasquet lo ha hecho notar diciendo que esta no es otra cosa que «la vida cristiana de los consejos evangélicos, concebida en toda su simplicidad y perfección». Louis Bouyer escribe que «La vocación del monje no es otra cosa que la vocación del cristiano».
Los consejos evangélicos no son algo distinto de la vida cristiana misma, sino una vocación, esto es, un llamado de Dios a renunciar a ciertos bienes legítimos, para seguirlo más de cerca con el fin de facilitar el camino a la santidad. Esta renuncia se impone por razones intrínsecas, ya que los consejos evangélicos obligan a vivir en estado de total consagración a Dios para dedicarse a las cosas de su directo e inmediato servicio.
Ciertamente los consejos no se encuentran en la Regla como son conocidos hoy. Su sistematización fue bastante posterior. Sin embargo, ya Casiano hablaba de las tres renuncias que conducen a la verdadera perfección. En la Regla benedictina existe la triple promesa, llamados impropiamente tres votos monásticos. Estabilidad, conversión de costumbres y obediencia, paralelos a los de pobreza, castidad y obediencia que se hacen en las otras familias religiosas.
San Benito da una importancia radical al tema de la pobreza. De hecho, empieza el capítulo 33 de la Regla, donde se pregunta si los monjes deben tener algo en común, diciendo «hay un vicio que por encima de todo hay que arrancar de raíz del monasterio».
La condena de la propiedad privada es uno de los temas mas comunes en las reglas cenobíticas y en los tratados de espiritualidad monástica. No solo San Benito no fue indulgente en esta materia. También lo fueron San Pacomio, San Basilio, San Agustín, Casiano o San Jerónimo, es decir, los grandes padres de la vida monástica. El razonamiento es más que lógico. Si los monjes no son dueños de su propia voluntad, mucho menos los pueden ser de bienes materiales. San Benito habla de la posible pobreza del monasterio, pero no afirma en ninguna parte que el monje es un pobre. Va mas allá, el monje es un servus, es decir, un esclavo. Es por eso que nada puede quedar fuera del control del abad. Dar, recibir o usar cualquier cosa por pequeña que sea sin el mandato o permiso del abad es contrario a la renuncia de los bienes que el monje ofreció a Dios en su profesión. El desasimiento total que en la Regla se exige, más que apuntar a la comunidad de bienes, se refiere a la renuncia de la propia voluntad y a la obediencia al abad. La pobreza es mas entendida como un ejercicio individual, que como un fin en si mismo de la comunidad monástica. Tiene en cuenta más lo que pierde la vida espiritual del monje que tiene algo en propiedad, que el daño que esta puede causar en el espíritu fraterno y comunitario.
Sin embargo, hay que alejar de San Benito, la idea de un ideal en el cual todos tengan las mismas cosas. El abad, que en la Regla es quien lleva una vida irreprochable y por su sabiduria puede ejercer como padre, pastor y maestro, es el que debe distribuir con sapiencia los bienes entre los monjes. San Benito se coloca del lado de los débiles y quiere que se atienda, ante todo, a las necesidades de los menos dotados. Esto es, el que necesite menos, de gracias a Dios y no se entristezca y el que necesita más, humíllese, pero nadie tiene que caer en la tentación de compararse a los demas y juzgarlos por su propia necesidad. De esta forma San Benito quería no solo afrontar la virtud de la pobreza, sino también condenar el pecado de la envidia y la murmuración. Ante estos males solo cabe oponer la virtud de la caridad.
También aquí San Benito es muy preciso a la hora de regular este aspecto de la vida en común. Da normas generales y claras. Exige pobreza y sobriedad en la indumentaria, se preocupa por la higiene y el decoro, y les pide que no se preocupen por la calidad ni el color de la ropa. Pero por sobre todo, cuando San Benito se refiere a la pobreza, resuena la definición de la justicia. No se debe dar a todos lo mismo sino a cada uno lo suyo, es decir lo que realmente necesita.
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