Un año más ha brillado para nosotros el nacimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo; en él la verdad ha brotado de la tierra; el Día del día ha venido a nuestro día: alegrémonos y regocijémonos en él. La fe de los cristianos conoce lo que nos ha aportado la humildad de tan gran excelsitud; de ello se mantiene alejado el corazón de los impíos, pues Dios escondió estas cosas a los sabios y prudentes y las reveló a los pequeños. Posean, por tanto, los humildes la humildad de Dios para llegar a la altura también de Dios con tan grande ayuda, cual jumento que soporta su debilidad. Aquellos sabios y prudentes, en cambio, buscan lo excelso de Dios y no creen lo humilde, al pasar por alto esto y en consecuencia, no alcanzas aquello debido a su vaciedad y ligereza, a su hinchazón y orgullo, quedaron como colgados entre el cielo y la tierra en el espacio propio del viento. Son ciertamente sabios y prudentes, pero según este mundo, no según el que hizo el mundo. En efecto, si habitase en ellos la verdadera sabiduría, la que es de Dios y es Dios mismo, comprenderían que Dios pudo asumir la carne sin que él pudiese transformarse en carne; comprenderían que él asumió lo que no era permaneciendo en lo que era; que vino a nosotros como hombre sin separarse del Padre; que perseveró junto al Padre en su ser y se presentó ante nosotros en el nuestro y que su potencia reposó en un cuerpo infantil y no se sustrajo al esfuerzo humano. Quien hizo el mundo entero cuando permanecia junto al Padre, él mismo es el autor del parto de una virgen cuando vino a nosotros. La Virgen Madre nos dejó una prueba de la majestad del hijo, tan virgen fue después de parirlo como antes de concebirlio; su esposo la encontró embarazada, no la dejó embarazada él; embarazada de varón pero no por obra de varón; tanto más feliz y digna de admiración cuanto que, sin perder la integridad, se le añadio la fecundidad. Tan gran milagro prefieren aquéllos declararlo ficción y no realidad. Así, por lo que se refiere a Cristo, hombre y Dios, como no pueden creer lo humano, lo desprecian y como no pueden despreciar lo divino, no lo creen. Para nosotros en cambio, el cuerpo humano que tomó la humildad de Dios ha de sernos cosa tan grata como para ellos es abyecta, y el parto virginal en el nacimiento humano, cosa tanto más divina cuanto más imposible es para ellos.
Por tanto, celebremos el nacimiento del Señor con la asistencia y aire de fiesta que merece. Exulten de gozo los varones, exulten las mujeres. Cristo nació varón, pero nació de mujer; ambos sexos quedan honrados. Pase, pues, ya al segundo hombre quien había sido condenado con anterioridad en el primero. Una mujer non indujo a la muerte; una mujer nos alumbró a la vida. Nació la semejanza de carne de pecado con la que se purificaría la carne de pecado. Así, pues, no se culpe a la carne, mas para que viva la naturaleza muera la culpa, pues nació sin culpa para que renaciera en él quien se hallaba en la culpa. (...)
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