sábado, 16 de febrero de 2013

Una "chiacchiera" sobre el Concilio

El amigo Milko me pide si puedo traducir el discurso que dio Benedicto XVI a los párrocos de Roma en su último encuentro. Como el texto es un poco largo, y me parece que vale la pena leerlo "en caliente" dejo la primera parte, que me parece es la más jugosa por referirse al ambiente en el que comenzó el Concilio y a la reforma litúrgica. Por el apuro con que fue hecho, sepan disculpar los errores. 

Hoy, por las condiciones de mi edad, no pude preparar un gran discurso como podrían esperar, pero pienso hacer una pequeña charla sobre el Concilio Vaticano II como yo lo vi. Comienzo con una anecdota. Yo fui nominado en 1959 profesor de la Universidad de Bonn, donde estudian los seminaristas de la diócesis de Colonia y de otras diócesis cercanas. Así, entre en contacto con el Cardenal de Colonia, el Cardenal Frings. El Cardenal Siri, de Génova, me parece que en 1961, había organizado una serie conferencias con diversos Cardenales europeos sobre el Concilio, y había pedido también al Arzobispo de Colonia hacer una de las conferencias con el título: El Concilio y el mundo del pensamiento moderno.
El Cardenal me había pedido a mi, el más joven de los profesores, que le escribiera un proyecto; el proyecto le gustó y a Génova leyó el texto como yo lo había escrito.  Poco después el Papa lo llamó y el Cardenal estaba lleno de temor, de haber dicho algo fuera de lugar, de falso, de venir citado para una queja o quizás para sacarle la púrpura. Si, cuando su secretario lo vistió para la audiencia, el Cardenal dijo: "Quizás hoy llevo por última vez este hábito". Después entro, el Papa Juan fue al encuentro y lo abraza y dice "Gracias, Eminencia, uds. ha dicho las cosas que yo quería decir, pero no había encontrado las palabras". Así el Cardenal sabía de estar en el camino justo y me pidió de acompañarlo al Concilio, primero como experto personal, después, en el primer periodo fui nominado también perito oficial del Concilio. 
Entonces, nosotros fuimos al Concilio no solo con alegría sino también con entusiasmo. Había un expectativa increible. Esperabamos que todo se renovase, que viniera verdaderamente otro Pentecostés, una nueva era de la Iglesia, porque la Iglesia estaba todavía bastante robusta en aquel tiempo, la praxis dominical era todavía buena, las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa ya habían bajado un poco, pero eran todavía suficientes. Pero se sentía que la Iglesia no avanzaba, se reducía, parecía una realidad del pasado y no la portadora del futuro. En aquel momento, esperabamos que esta realdiad cambiase; que la Iglesia fuera de nueva la del mañana y fuerza del hoy. Y esperábamos que las relaciones entre la Igleisa y la modernidad, que habían comenzado mal con el error de la Iglesia en el caso de Galileo Galilei, cambiara. Se pensaba corregir este inicio equivocado y encontrar de nuevo la unión entre la Iglesia y las mejores fuerzas del mundo, para abrir el futuro a la humanidad, al verdadero progreso. Así, estabamos llenos de esperanza, entusiasmo y también de voluntad de hacer nuestra parte por esta cosa. Recuerdo que un modelo negativo era el del Sínodo Romano. Se decía -no se si es verdad- che habían leido los textos preparados, en la Basílica de San Juan, y que los miembros del Sínodo habían aclamado, aprobado aplaudiendo, y así había concluido el Sínodo. Los obispos dijeron: "No, no hagamos así. Nosotros somos obispos y somos nosotros mismos sujetos del Sínodo; no queremos solo aprobar lo que ya se hizo, sino ser nosotros sujetos y llevar adelante el Concilio. También el Cardenal Frings, que era famosos por su fidelidad absoluta, casi escrupulosa, al Santo Padre, en este caso dice: Aquí estamos en otra función. El Papa nos ha convocado para ser Padres. para ser el Concilio ecuménico, un sujeto que renueve la Iglesia. Así queremos asumir nuestro rol.
El primer momento en el cual se mostró esta forma de actuar, fue el primer día. Fueron previstas para ese día, la elección de las Comisiones y habían sido preparadas, en modo -se buscaba- imparcial, la lista, los nominados; y estas listas eran votadas. Pero rapidamente los Padres dijeron: "No, no queremos votar simplemente las listas ya hechas. Somos nosotros los protagonistas. Entonces, se tuvo que posponer las elecciones, porque los Padres mismos querían conocerse un poco, y querían ellos mismos preparar las listas. Y así se hizo. El Cardenal Liénart de Lille, y el Cardenal Frings de Colonia, habían dicho publicamente: Así no. Nosotros queremos hacer nuestras listas y elegir a nuestros candidatos. No era un acto revolucionario, sino un acto de conciencia, de responsabilidad por parte de los Padres conciliares. 
Así comenzó una fuerte actividad para conocerse horizontalmente, unos y otros, cosa que no era al azar. Al "Collegio dell'Anima", donde habitaba, tuvimos muchas visitas: el Cardenal era muy conocido, hemos visto cardenales de todo el mundo. Me recuerdo bien la figura alta y magra de monseñor Etchegaray, que era Secretario de la Conferencia Episcopal Francesa, de los encuentros con Cardenales, etcétera. Y esto era típico, después, por todo el Concilio, pequeños encuentros transversales.  Así conocí a grandes figuras como el Padre de Lubac, Daniélou, Congar, etcétera. Conocimos a obispos, me recuerdo particularmente al obispo Elchinger de Estrasburgo, etcétera. Y esta era ya una experiencia de la universalidad de la Iglesia y de la realidad concreta de la Iglesia que no recibe simplemente imperativos desde lo alto, sino que junto crece y se desarrolla, siempre bajo la guía naturalmente del Sucesor de Pedro. 
Todos, como dije, venían con grandes expectativas, no se había jamás realizado un Concilio de estas dimensiones, pero no todos sabiamos como hacer. Los más preparados, digamos aquellos con intenciones más definidas, eran los episcopados francés, alemán, belga y holandés, la así llamada "alianza renana". Y en la primera parte del Concilio, eran ellos los que indicaban el camino; después se expandió rapidamente la actividad y todos, siempre más, han participado a la creatividad del Concilio. Los franceses y los alemanes tenían distintos intereses en común, también esfumaturas bastante diversas. El primero, inicial, era la simple -aparentemente simple- intención de la reforma de la liturgia, que ya había comenzado con Pío XII, el cual, había reformado la Semana Santa; la segunda la eclesiología, la tercera, la Palabra de Dios, la Revelación; y finalmente, también el ecumenismo. Y los franceses, mucho más que los alemanes, querían tratar el tema de las relaciones entre la Iglesia y el mundo. 

Comenzamos con el primero. Después de la Primera Guerra Mundial, había crecido, justmaente en Europa central y occidental, el movimiento litúrgico, una redescubrimiento de la riqueza y la profunidad de la liturgia, que estaba hasta ahora casi cerrada en el Misal Romano del sacerdote, mientras la gente rezaba con los propios libros de oraciones, los cuales era hechos según el corazón de la gente, así se buscaba de traducir los contenidos altos, el lenguaje alto, de la liturgia clásica en palabra más emocionales, más cercanas al corazón del pueblo. Pero eran casi dos liturgias paralelas: el sacerdote con el monaguillo, que celebraba la Misa según el Misal y los laicos, que rezaban, en la Misa, con sus libros de oraciones, sabiendo sustancialmente que cosa se realizaba sobre el altar. Pero fue redescubierta justamente la belleza, la profundidad, la riqueza histórica, humana, espiritual del Misal y la necesidad que no solo un representante del pueblo, un pequeño monaguillo dijera "Et cum spiritu tuo" etcétera, sino que fuera realmente un diálogo entre sacerdote y pueblo, que realmente la liturgia del altar y la liturgia del pueblo fuera una única liturgia, una participación activa, que la riqueza llegara al pueblo; y así redescubierta, renovara la liturgia.
Yo encuentro ahora, retrospectivamente, que fue muy bueno comenzar con la liturgia, así aparece el primado de Dios, el primado de la adoración. "Operi Dei nihil praeponatur": estas palabras de la Regla de San Benito aparecen así como la suprema regla del Concilio. Alguno ha criticado que el Concilio habló de tantas cosas, pero no de Dios. ¡Habló de Dios! Y fue el primer acto y aquel sustancial hablar de Dios y abrir a toda la gente, todo el pueblo santo, a la adoración de Dios, en la común celebración de la liturgia del Cuerpo y Sangre de Cristo. En este sentido, más alla de los factores prácticos que desaconsejaban comenzar enseguida con temas controvertidos fue digamos, un acto de la Providencia que al inicio del Concilio estuviera la liturgia, Dios, la adoración. Ahora no quisiera entrar en detalles de las discusiones, pero vale la pena siempre volver, más allá de las situaciones prácticas, al Concilio mismo, a su profundidad y a sus ideas esenciales. 
(..)
Después estaban los principios: la inteligibilidad, en ves de estar cerrados en una lengua no conocida no hablada, y también la participación activa. Lamentablemente, estos principios fueron mal entendidos. Inteligibilidad no quiere decir banalidad, porque los grandes textos de la liturgia -aun hablados, gracias a Dios, en lengua materna- no son fácilmente intelegibles,  tienen necesidad de una formación permanente del cristiano para que crezca y entre siempre más en la profunidad del misterio y así pueda comprender. Y también la Palabra de Dios -si pienso día por día la lectura del Antiguo Testamento, la lectura de las Cartas Paulinas, del Evangelio- ¿quien podría decir que se entiende rápidamente porque es en la propia lengua? Solo una formación permanente del corazón y de la mente puede realmente crear una intelegibilidad y una participación que es más que una actividad exterio, que es un entrar de la persona, de mi ser en la comunión de la Iglesia y asín en la comunión de Cristo.



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