El amigo Milko me pide si puedo traducir el discurso que dio Benedicto XVI a los párrocos de Roma en su último encuentro. Como el texto es un poco largo, y me parece que vale la pena leerlo "en caliente" dejo la primera parte, que me parece es la más jugosa por referirse al ambiente en el que comenzó el Concilio y a la reforma litúrgica. Por el apuro con que fue hecho, sepan disculpar los errores.
Hoy, por las condiciones de mi edad, no pude preparar un gran discurso como podrían esperar, pero pienso hacer una pequeña charla sobre el Concilio Vaticano II como yo lo vi. Comienzo con una anecdota. Yo fui nominado en 1959 profesor de la Universidad de Bonn, donde estudian los seminaristas de la diócesis de Colonia y de otras diócesis cercanas. Así, entre en contacto con el Cardenal de Colonia, el Cardenal Frings. El Cardenal Siri, de Génova, me parece que en 1961, había organizado una serie conferencias con diversos Cardenales europeos sobre el Concilio, y había pedido también al Arzobispo de Colonia hacer una de las conferencias con el título: El Concilio y el mundo del pensamiento moderno.
El Cardenal me había pedido a mi, el más joven de los profesores, que le escribiera un proyecto; el proyecto le gustó y a Génova leyó el texto como yo lo había escrito. Poco después el Papa lo llamó y el Cardenal estaba lleno de temor, de haber dicho algo fuera de lugar, de falso, de venir citado para una queja o quizás para sacarle la púrpura. Si, cuando su secretario lo vistió para la audiencia, el Cardenal dijo: "Quizás hoy llevo por última vez este hábito". Después entro, el Papa Juan fue al encuentro y lo abraza y dice "Gracias, Eminencia, uds. ha dicho las cosas que yo quería decir, pero no había encontrado las palabras". Así el Cardenal sabía de estar en el camino justo y me pidió de acompañarlo al Concilio, primero como experto personal, después, en el primer periodo fui nominado también perito oficial del Concilio.

El primer momento en el cual se mostró esta forma de actuar, fue el primer día. Fueron previstas para ese día, la elección de las Comisiones y habían sido preparadas, en modo -se buscaba- imparcial, la lista, los nominados; y estas listas eran votadas. Pero rapidamente los Padres dijeron: "No, no queremos votar simplemente las listas ya hechas. Somos nosotros los protagonistas. Entonces, se tuvo que posponer las elecciones, porque los Padres mismos querían conocerse un poco, y querían ellos mismos preparar las listas. Y así se hizo. El Cardenal Liénart de Lille, y el Cardenal Frings de Colonia, habían dicho publicamente: Así no. Nosotros queremos hacer nuestras listas y elegir a nuestros candidatos. No era un acto revolucionario, sino un acto de conciencia, de responsabilidad por parte de los Padres conciliares.
Así comenzó una fuerte actividad para conocerse horizontalmente, unos y otros, cosa que no era al azar. Al "Collegio dell'Anima", donde habitaba, tuvimos muchas visitas: el Cardenal era muy conocido, hemos visto cardenales de todo el mundo. Me recuerdo bien la figura alta y magra de monseñor Etchegaray, que era Secretario de la Conferencia Episcopal Francesa, de los encuentros con Cardenales, etcétera. Y esto era típico, después, por todo el Concilio, pequeños encuentros transversales. Así conocí a grandes figuras como el Padre de Lubac, Daniélou, Congar, etcétera. Conocimos a obispos, me recuerdo particularmente al obispo Elchinger de Estrasburgo, etcétera. Y esta era ya una experiencia de la universalidad de la Iglesia y de la realidad concreta de la Iglesia que no recibe simplemente imperativos desde lo alto, sino que junto crece y se desarrolla, siempre bajo la guía naturalmente del Sucesor de Pedro.
Todos, como dije, venían con grandes expectativas, no se había jamás realizado un Concilio de estas dimensiones, pero no todos sabiamos como hacer. Los más preparados, digamos aquellos con intenciones más definidas, eran los episcopados francés, alemán, belga y holandés, la así llamada "alianza renana". Y en la primera parte del Concilio, eran ellos los que indicaban el camino; después se expandió rapidamente la actividad y todos, siempre más, han participado a la creatividad del Concilio. Los franceses y los alemanes tenían distintos intereses en común, también esfumaturas bastante diversas. El primero, inicial, era la simple -aparentemente simple- intención de la reforma de la liturgia, que ya había comenzado con Pío XII, el cual, había reformado la Semana Santa; la segunda la eclesiología, la tercera, la Palabra de Dios, la Revelación; y finalmente, también el ecumenismo. Y los franceses, mucho más que los alemanes, querían tratar el tema de las relaciones entre la Iglesia y el mundo.

Yo encuentro ahora, retrospectivamente, que fue muy bueno comenzar con la liturgia, así aparece el primado de Dios, el primado de la adoración. "Operi Dei nihil praeponatur": estas palabras de la Regla de San Benito aparecen así como la suprema regla del Concilio. Alguno ha criticado que el Concilio habló de tantas cosas, pero no de Dios. ¡Habló de Dios! Y fue el primer acto y aquel sustancial hablar de Dios y abrir a toda la gente, todo el pueblo santo, a la adoración de Dios, en la común celebración de la liturgia del Cuerpo y Sangre de Cristo. En este sentido, más alla de los factores prácticos que desaconsejaban comenzar enseguida con temas controvertidos fue digamos, un acto de la Providencia que al inicio del Concilio estuviera la liturgia, Dios, la adoración. Ahora no quisiera entrar en detalles de las discusiones, pero vale la pena siempre volver, más allá de las situaciones prácticas, al Concilio mismo, a su profundidad y a sus ideas esenciales.
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Después estaban los principios: la inteligibilidad, en ves de estar cerrados en una lengua no conocida no hablada, y también la participación activa. Lamentablemente, estos principios fueron mal entendidos. Inteligibilidad no quiere decir banalidad, porque los grandes textos de la liturgia -aun hablados, gracias a Dios, en lengua materna- no son fácilmente intelegibles, tienen necesidad de una formación permanente del cristiano para que crezca y entre siempre más en la profunidad del misterio y así pueda comprender. Y también la Palabra de Dios -si pienso día por día la lectura del Antiguo Testamento, la lectura de las Cartas Paulinas, del Evangelio- ¿quien podría decir que se entiende rápidamente porque es en la propia lengua? Solo una formación permanente del corazón y de la mente puede realmente crear una intelegibilidad y una participación que es más que una actividad exterio, que es un entrar de la persona, de mi ser en la comunión de la Iglesia y asín en la comunión de Cristo.
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