La versión de las Variaciones Goldberg es de la pianista rusa María Yúdina (1899-1970) quien fue una de las pocas voces del mundo artístico soviético que mostró abiertamente su disconformidad con el régimen comunista, lo que le costó numerosas represalias (se le impidió en numerosas ocasiones ejercer la docencia o interpretar en público). De familia judia, su conversión al cristianismo y su profunda fe la convierten también en una de las figuras cristianas (junto con su amigo el filósofo Pável Florenski) más importantes de la Unión Soviética. En la partitura que se conserva de las Variaciones Goldberg se pueden ver las anotaciones de la pianista (referidas a partes del Evangelio) que le servían para inspirar la interpretación.
Yúdina nació en Nevel y estudió en el conservatorio de Petrogrado. Tras terminar sus estudios fue invitada a dar clases allí. Ejerció la docencia hasta 1930, cuando fue apartada de la institución por sus convicciones religiosas y sus críticas a los dirigentes políticos soviéticos. Tras estar sin trabajo y sin casa durante un par de años, el Conservatorio de Tiflis le ofreció impartir un curso de piano en el curso 1932-1933.
Entre 1944 y 1960, Yúdina enseñó música de cámara y acompañamiento vocal en el Instituto Gnéssiny (hoy conocido como Academia Rusa de Música), pero fue expulsada por sus creencias religiosas y por su preferencia por la música contemporánea occidental. Continuó con sus recitales hasta que en uno de ellos leyó un poema de Borís Pasternak: fue sancionada y se le impidió interpretar en público durante cinco años.
Curiosamente, Yúdina fue la pianista favorita de Iósif Stalin. Stalin escuchó en la radio una interpretación del Concierto para piano nº 23 de Mozart y pidió una copia. Como había sido una transmisión en directo, se solicitó inmediatamente a Yúdina que lo grabara esa misma noche. La llevaron a un estudio junto con una pequeña orquesta y así se pudo presentar una grabación a Stalin (esta versión se conserva y está actualmente editada en CD). Varios directores renunciaron a hacerlo ante el temor que el tirano se diera cuenta. Al parecer, a Stalin se le saltaban las lágrimas sólo con oír las primeras notas tocadas por Yúdina. Pese a contar con esta predilección, Yúdina continuó con sus críticas al régimen. Donó el dinero con el que se la recompensó por esta grabación a la Iglesia Ortodoxa «para oraciones perpetuas por los pecados de Stalin.»
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