Seguimos con el artículo del cardenal Joseph Ratzinger en el que analiza los cambios culturales que se produjeron durante el desarrollo del concilio.
"El Vaticano II había comenzado en este clima optimista de la reconciliación finalmente posible entre la modernidad y la fe; la voluntad de reforma de los padres conciliares estaba plasmada. Pero ya durante el concilio este contexto social comenzó a mutar. La época moderna no se mantuvo en la situación específica de los años de post-guerra. El año 1968 fue la señal del giro que se estaba produciendo: el mundo nuevo y el hombre nuevo debían ser generados por las fuerzas propias de la razón y de la potencia humana. Los sucesos de 1968 significaron de alguna forma una revuelta de la modernidad contra si misma: justamente la sociedad liberal, organizada en modo democrático y burgués, aparecía ahora como la cárcel del sin sentido y del vacío, que debía ser destruida para encontrar la libertad verdadera, absoluta y la vida plena.
La reconciliación entre la modernidad y la fe, que de alguna manera había sido uno de las ideas conductoras del Vaticano II, era de esta manera puesta en discusión en forma concreta. Aquella modernidad, con la cual se había comenzado a reconciliar, ahora debía dejar de existir. La revolución iniciada se volvía contra ella misma para realizar la verdadera novedad, el progreso definitivo. Este drama eclipsó necesariamente la recepción del concilio y generó las conocidas posiciones contrapuestas. Quien no había pensado a una reforma en forma decidida a partir del contenido de la fe y de sus criterios, pensaba también ahora que no podía quedar detrás respecto de lo nuevo y podía fácilmente extraviarse. Pero también estaban los otros que ahora declaraban equivocado todo el planteamiento mismo del concilio y en la resistencia contra esto creían ver la salvación. Guiar la navegación entre Escila y Caribdis fue la difícil tarea que le toco a Pablo VI. En un esfuerzo sobrehumano él lucho por ser fiel a la vitalidad y al dinamismo interior de la fe subrayado por el concilio: la fe no es nunca una formula congelada del pasado, sino que significa siempre el verdadero progreso. Ella va al encuentro de Cristo que no es solo el Alfa sino también el Omega de la historia. ¨Las obras de Cristo no van nunca hacia atrás, sino hacía adelante" dijo una vez San Buenaventura. La fe es siempre la auténtica novedad y tiene algo que decir en cada tiempo, y en cada época puede hablar su lenguaje. El milagro de Pentecostés no implica solo la posibilidad sincrónica de muchos idiomas y culturas de un periodo, sino que también implica el milagro diacrónico, la fuerza de hablar en el lenguaje de cada presente y futuro. Pero en este desarrollo viviente queda siempre la única fe, el único Señor. Por esto, el Papa consideró como su tarea aquella de defender e iluminar esta entidad de la fe, en lugar de disolver el mensaje en un simple contrapunto o repetición de ideologías que vienen y que van. En la confusión de las dictaduras esta había dado buena prueba de si misma por no dejarse corromper: se debe obedecer a Dios antes que a los hombres. Si muchos clasifican al pontificado del Papa Montini como contradictorio, como dialéctica irresuelta entre progreso y tradición, estos no se dan cuenta que lo que más lo caracteriza es esta unidad interior de su acción, que proviene de la inmutabilidad y del dinamismo del amor a Cristo."
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