Como ejercicio de Cuaresma estoy leyendo al profeta Isaías. Desde hace tiempo he madurado la idea, poco original seguramente, que hay determinados textos a los cuales la lectura litúrgica les hace perder fuerza. Por ejemplo, no es lo mismo la lectura del Sermón de la Montaña que hemos hecho estos domingos que una lectura contínua. Es cierto que la liturgia da una fuerza propia. Pero la lectura continua nos sumerge en otra realidad.
No sabemos como fueron creados los textos. En las primeras predicaciones eran seguramente una unidad.
Volviendo al profeta, parte del ejercicio era leer todo el Deuteroisaías. Es uno de los textos mas poéticos del Antiguo Testamento. Un constante himno que alienta el retorno de los hebreos del exilio babilonense mientras es atravesado por los cuatro Cánticos del Siervo de Yahvé, texto que ya desde antiguo los discípulos aplican a Cristo (Hech. 8,26-40). Dejando de parte estos, que para un cristiano son muy especiales, quería compartir algunos de los otros. La mayoría son textos muy conocidos. He elegido uno que me pareció de una gran belleza literaria y simbólica. Sobre todo en relación a la Cuaresma.
"Así habla el Señor,
el que abrió un camino a través del mar
y un sendero entre las aguas impetuosas;
el que hizo salir carros de guerra y caballos,
todo un ejercito de hombres aguerridos;
ellos quedaron tendidos, no se levantarán,
se extinguieron, se consumieron como una mecha.
No se acuerden de las cosas pasadas,
no piensen en las cosas antiguas;
yo estoy por hacer algo nuevo:
ya esta germinando ¿no se dan cuenta?
Si, pondré un camino en el desierto y ríos en la estepa.
Me glorificarán las fieras salvajes,
los chacales y los avestruces;
porqué haré brotar agua en el desierto y ríos en la estepa
para dar de beber a mi Pueblo, mi elegido
el Pueblo que yo formé para pregonar mi alabanza" (Is 43,16-21)
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