miércoles, 9 de mayo de 2012

La conferencia del Cardenal Ratzinger en Palermo




El 13 de marzo del 2000, el entonces cardenal Ratzinger fue invitado por el cardenal De Giorgi, arzobispo de Palermo a dar una conferencia sobre la Trinidad durante la Semana de la Fe que desde hacía varios años se hacía en Cuaresma. Aquí el texto de su intervención (Es bastante largo así que será por partes. La primera, como es típico de Ratzinger, es un poco elíptica. Casi como creando suspense...)

LA SANTÍSINA TRINIDAD: Fuente, modelo y meta de la Iglesia.

Dios tiene nombres

Los más ancianos recuerdan todavía cuando el astronauta ruso Yuri Gagarin, volviendo de su viaje en el espacio (el primero en la historia de la humanidad), aseguraba de no haber visto a ningún Dios. Incluso para el ateo menos ingenuo era obvio que una afirmación similar no podía constituir un argumento convincente conta la existencia de Dios. Que Dios no se pueda tocar con las manos u observar con el telescopio, que no habite sobre la luna, sobre Saturno, o sobre cualquier otro planeta o en las estrellas, lo sabíamos ya, antes que lo dijera Gagarin, a prescindir del hecho que este viaje en el espacio, aun siendo una empresa extraordinaria, en los parametros del Universo, puede ser considerado no más que un breve paseo fuera de la puerta de casa, y el conocimiento que nos ha hecho adquirir son muy inferiores a aquellos que podíamos ya disponer en base a nuestros cálculos y observaciones. 
Mucho más intensa, en cambio, es la penosa sensación de ausencia de Dios que muchos provaron en nuestros días. Lo vemos ilustrado en una antigua fábula de matriz judía, donde se cuenta que el profeta Jeremias, con su hijo, pudo combinar algunas letras de dieron origen a un hombre viviente. Sobre la frente del Golem (el hombre formado por si mismo) estaban impresas las letras que habían consentido de revelar el misterio de la creación: YAHVÉ ES LA VERDAD. El Golem arrancó uno de estas siete letras (el número del cual se compone la frase en la lengua hebraica) mutando tan radicalmente el sentido de la inscripción que ahora decía: DIOS ESTÁ MUERTO. Horrorizados, el profeta y su hijo le preguntaron que intenciones tenía. La respuesta del hombre nuevo fue: Desde que fuisteis capaces de crear al hombre, Dios está muerto. Mi vida es la muerte de Dios. Si el hombre tiene todo poder, Dios no tiene más ninguno.
Esta antichísima historía judaica, inventada en el medioevo cristiano, explica, como en un sueño angustioso, el drama del hombre en la edad de la técnica. Este tiene hoy todo poder en el mundo, conoce sus funciones y la ley que gobierna la historia. Su saber es poder. Él es en grado de desmontar este mundo para después reconstruirlo; para él es un complejo de funciones, del cual se puede servir y usar para el propio servicio. En un mundo como este, no hay más lugar para la intevención de Dios. El hombre puede encontrar ayuda solo en el hombre, porque el poder sobre el mundo puede ser ejercitado solo por el hombre. Pero un Dios privado de todo poder no es más Dios. Si el poder está solo en las manos del hombre no existe más ningún Dios. Estas reflexiones muestran algunas de los aspectos fundamentales del problema del conocimiento humano de Dios. Lo que se ve en este conocimiento en último analisis, no pone solo un problema de orden teórico sino de naturaleza práctica y vital. Depende la relación que el hombre establece consigo mismo y con el mundo, consigo mismo y su propia vida. El problema del poder es solo un aspecto, mientras que las decisiones fueron ya hechas en la esfera de las relaciones del Yo con el Tú y con el Nosotros: en la experiencia del ser humano-amado y del ser humano-rechazado. De estas experiencias y decisiones de fondo, en la relación entre el Yo con el Tú y el Nosotros, depende la posibilidad de que el hombre vea en el ser-con y en el pre-ser del Totalmente Otro una competencia y peligro, no el fundamento que esta a la base de nuestra confianza. Y depende también la posibilidad de contestar  este testimonio o de aceptarlo con respeto y reconocimiento. 


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