viernes, 11 de mayo de 2012

La conferencia del Cardenal Ratzinger en Palermo (II)


(Continua Ratzinger con una interesante y existencial reflexión sobre el conocimiento de Dios)

Esta idea que esta en las raíces del problema de Dios (no confundir con aquel - más reciente de las pruebas de su existencia), podría ser ilustrada en el contexto de una historia de las religiones. En el historia religiosa del género humano, la cual coincide, en la cultura más elevada con su historia espiritual, Dios aparece en todas partes como el Ser lleno de ojos, como el Visionario (Veggente): una idea arcaica que se mantiene en la imagen del ojo de Dios, entrando así en el arte cristiano. Dios es Ojo, Dios es Vista. Aquí se encuentra una sensación originaria del hombre, aquella de sentirse conocido. El sabe que no existe una oscuridad absoluta, que su vida esta siempre expuesta a la mirada de Alguno, que su vivir es un ser-visto. En la oración de uno de los más bellos Salmos del Antiguo Testamento, encontramos la expresa convicción que acompañó al hombre a lo largo de toda la historia. 
"Señor, tú me sondeas y me conoces,
tu sabes si me siento o me levanto, 
de lejos percibes lo que pienso
te das cuenta si camino o si descanso
y todos mis pasos te son familiares.
Antes que la palabra este en mi lengua.
tú, Señor, la conoces plenamente
me rodeas por detrás y por delante
y tienes puesta tu manos sobre mí;
una ciencia tan admirable me sobrepasa;
es tan alta que no puedo alcanzarla.
¿A dónde iré para estar lejos de tu espíritu?
¿A dónde huiré de tu presencia?
Si subo al cielo, allí estás tú;
si me tiendo en el Abismo, estás tu presente.
Si tomara las alas de la aurora 
y fuera a habitar en los confines del mar, 
también allí me llevaría tu mano y sostendría tu derecha.
Si dijera: "¡Que me cubran las tinieblas 
y la luz sea como la noche a mi alrededor!"
las tinieblas no serían oscuras para ti 
y la noche sería clara como el día. (Sal 138, 1-12) 
Como hemos dicho esta sensación de ser-vistos puede suscitar en el hombre dos reacciones opuestas. Este ser-expuesto puede turbarlo, hacerlo sentir en peligro, un ser limitado en su mismo ámbito vital. Sensaciones que pueden transformarse en irritación e intensificarse hasta el punto de inducirlo a entrar en una lucha contra un testigo envidioso de la propia libertad, de la capacidad ilimitada de su querer y actuar. Pero puede dar también origen al actuar contrario. El hombre que se abre al amor ante esta presencia que continuamente lo circunda, puede revelar el misterio al que aspira su entero ser. Aquí el podrá notar la superación de la propia soledad, que ninguna creatura logrará jamás eliminar y que constituye de todas formas una verdadera y propia contradicción para el ser que aspira a la presencia del Otro, del Tú. En esta presencia misteriosa el puede encontrar el fundamento de aquella confianza que le permite vivir. Y este es el lugar en el cual resolver el problema de Dios. La solución depende en el modo en que el hombre observa la propia vida; si quiere mantenerse no-visto, quedara solo en si mismo ("Seréis como Dios"), o si se muestra que reconoce, no obstante sus imperfecciones o mejor, propiamente porque es imperfecto, de frente a Aquel que llena y sostiene la soledad que lo circunda. Las razones que motivan uno u otra elección son las más diversas. Aquello que es decisivo es la experiencia de fondo que se hace con el Tú: si a partir de ella se experimenta el amor o si se lo considera una amenaza. Todo depende de la imagen con la cual el hombre encuentra a Dios: si es la imagen terrible que medita el momento de la condena, o con el amor creador que espera. Depende también de las decisiones a través de las cuales el hombre acepta o modifica el curso de su propia vida, las experiencias vividas en el pasado.
De estas reflexiones tendría que resultar claro al menos la imposibilidad de disociar el problema de la existencia de Dios del problema de quién o que cosa Dios es. No se puede probar o negar que Dios existe, para después preguntarse quién o que cosa propiamente él es. El contenido implicado en la idea que el hombre se hace de Dios, decide también la posibilidad o no que se desarrolle un conocimiento, pero donde este conocimiento y estos contenidos son atravesados con las decisiones de fondo que tocan a nuestra vida humana, haciendo más pequeño o dilatando nuestro rayo de conocimiento, que la pura teoría revela aquí toda su impotencia. 

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