miércoles, 14 de abril de 2021

Lectura espiritual

 

Imagen más antigua que se conserva de San Agustín (s.VI) en San Juan de Letrán.

Aquí en la tierra debemos alabar al Señor porque en nuestra eternidad la felicidad consistirá también en alabarlo. Ninguno puede volverse idoneo para tal tarea si no se ejercita desde ahora. 

Por eso hoy alabamos al Señor. 

Lo alabamos y le imploramos. Nuestra alabanza es un canto de alegría. Nuestra invocación es un gemido. 

Fueron hechas promesas que todavía no se cumplieron, y quien las hizo es veraz. Nosotros, entonces, esperamos y somos felices; pero porque estas promesas todavía no se realizaron, además de esperar, lloramos. Debemos esperar que las promesas se cumplan y que nuestro llanto pare: entonces solo quedará la alabanza. Yo los exhorto hermanos a alabar al Señor. 

Es este el sentido del saludo que intercambiamos en estos días: ¡Aleluya, alaba al Señor! Así dices a tu vecino y así él te responde. 

Cada uno de nosotros tiene estas palabras en los labios, cada uno de nosotros alaba al Señor. 

Pero debemos alabarlo con todo el propio ser: no solo con los labios, no solo con la voz, también con la conciencia, con toda la vida, con todas las obras. 

Si duda cuando nos reunimos en la Iglesia lo alabamos. Pero después, cuando volvemos a nuestras ocupaciones, parece que nos olvidamos de alabar a Dios.

Vive siempre santamente, y alabaras a Dios con toda la vida. Porque dejas de alabar a Dios cuando te alejas de la justicia y de las obras que le gustan a Dios.

San Agustín - Comentario al Salmo 148, 1.

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